CALLES
Dean Funes
Es bueno que una vez y otra
el día arañe de este lado: bueno
para empezar el día aquí, con los ojos abiertos,
con los ojos cerrados: en la doble tarea de recordar y olvidar,
de aprender y olvidar, de (jadeando
con la lengua afuera)
mirar intensamente todo
y retirar la mirada: cara y contracara
de una misma intensidad, de un
solo sobresalto
que soy yo.
Se dice, por ejemplo, aquí empezó todo, contando
con la aceptación de la memoria;
se dice fácilmente, como debe ser,
que aquí está la memoria
y la fascinación de recordar, aunque haya que irse para que la fascinación exista.
Donde estuvo la madre
queda la división de las aguas: donde
estuvo la madre
queda el balido con su pequeña condición:
donde estuvo la madre
queda fijo el encantamiento de decir aquí estuvo.
Esteban Echeverría
EL sol sale aquí y en la memoria: siempre
sale el sol en dos lugares.
Un hombre a caballo
sube por la quebrada hacia donde no puede haber nadie, y uno se pregunta a dónde irá;
a dónde
la procesión de San Cayetano, con sombrillas de colores y saludos a mediatarde, resuelto
de este modo el dilema de estar juntos;
qué dicen cuando salen todos rodeados por los cánticos del coro: habrá que averiguarlo
porque el sentido que hasta aquí nos llega
tiene una línea blanca
trazada sobre ella misma negra, como se entiende el mundo desde dos lugares.
Como
este sol que se junta con aquel,
y sin el uno
no puede levantarse el otro: para que se apropie el uno del vértigo del otro
y amanezca.
Santo Domingo de Silos
ARRIBA, las estrellas con su gran muerte luminosa, en
la paradoja de una manera brillante de morir: apagadas
hace años: y
quién lo diría con ese coro que derraman sobre quien las ve,
este asombro de no saber qué vemos.
Como nosotros, que somos también
rastro de una manada que dejó su sonido: tanto
conocimiento que pasó, tanta convicción golpeando
con su martillo abstracto: las palabras
que nunca entenderemos, los restos
de una acumulación gratuita, suponiendo que es gratuita cualquier acumulación.
Como
nosotros que miramos hacia arriba para ver las estrellas,
y ellas nos adiestran en
la fascinación de lo que ya no está.
Como
nosotros, cuando ya no estemos.
SEGÚN se dice en
números redondos
quedarán cuatro cosas de cada cien:
cuatro
perros, cuatro árboles de cada cien, cuatro miradas de sobresalto, cuatro
pensamientos, buenos o malos, de cada cien;
cuatro
de cada cien canallas, cuatro noches de amor, cuatro cántaros,
cuatro actrices de cabaret, cuatro
sellos con un nombre inesperado,
cuatro hermosas palomas en la olla, cuatro
ollas de cada cien.
El número cuatro será
la nueva Arca de Noé: confianza
en ese talismán que queda allí flotando, contraseña asentada
en cuatro patas: cuatro de cada cien,
para cuando tengamos que irnos temporal abajo
hacia las cuatro puertas donde
es inútil toda resistencia: y
por alguna de ellas tendremos que pasar.
Hinter Der Grieb
TODAS las palabras de esta calle son extranjeras:
en esta calle
no están las palabras de este poema.
Hay
zapatos traídos de otra lluvia,
una bolsa con forma de vientre: forma
de recibir lo que no está
ni entra en el poema,
la baranda de una casa cerrada en la que me apoyo
como quien ejerce una traición: la de incluirla en este poema:
total, la traición no rompe el orden porque
está prevista en él.
Aquí,
el Peñón de Gibraltar que conocí en primavera
y era una asfixia con vista al mar; la rue
de la Lanterne, que ha desaparecido, pero
aún se menciona la soga en la casa del ahorcado;
el siglo XII de esta era, que tiene una composición de caballero en su armadura
y otra de fraile crepuscular;
el
hombre que pasa hablando para sí; mi madre que
habla para sí cuando reza por sus muertos
y los enumera con el índice en la palma de la mano;
la fábula sin moraleja, donde es más visible la estructura
accidental del idioma;
el idioma accidental de esta calle: palabras extranjeras, zapatos traídos de otra lluvia
y bolsas marsupiales que
suponiendo lo contrario
entran en este poema con palabras que tampoco estaban por aquí.
Santiago Sylvester (Salta, 1942), recibió en 1993 el Premio Internacional de Poesía Jaime Gil de Biedma por su libro Café Bretaña, que además mereció el Premio Nacional de Poesía de Argentina ese mismo año.
<<< Volver |