El único cantar
El cucarachero que persigue la chapola gris
bajo el sanjoaquín
es el mismo pichón de mayo
que hace unos minutos se balanceaba
en el alambre de luz frente a la ventana,
y es también el mismo alcatraz
que en Diciembre
se batía en picada contra las olas
en el mar de Coveñas
y después flotaba en las aguas
mientras engullía el fruto de su pesca.
El alcatraz era también la gaviota
que chillaba ante el buque petrolero
y era el mar vivo que venía
desde el horizonte inalcanzable,
así como el mar era la tierra
que, en su movimiento, nos escondía
el viejo sol de aquel crepúsculo
(el único crepúsculo
que son todos los crepúsculos).
Y todos somos esa tierra,
ese pájaro único
que reúne todos los espacios
todos los tiempos…
ese único cantar.
La unidad
La conciencia abre el interior del mundo,
pero más adentro es mayor el contenido,
incierto hasta constituir el todo.
El interior lejano,
tan lejos de nosotros
como la galaxia más apartada de la tierra.
Donde el centro coincide con el borde
y somos uno y otro
perdidos en el tiempo de la vida.
Cada individuo es la síntesis del todo;
cada segundo, la totalidad del tiempo;
toda existencia es la vida
y cada muerte, la muerte.
La eternidad no se interrumpe con la vida,
pero tampoco con la muerte,
así como el espacio es permeable a la unidad.
La noción del mundo es una imagen,
una proyección en la sustancia individual:
es tan lejos el adentro como el afuera,
tan apartado el tiempo ido como el venidero.
Luis Fernando Macías (Medellín, 1957), es profesor de literatura en la Universidad de Antioquia, donde también se desempeña como director del Departamento de Publicaciones. Ha publicado entre otros Amada está lavando (1979), La línea del tiempo (1997), Vecinas (1998), Los relatos de La Milagrosa (2000) y Los cantos de Isabel (2000).
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