Paulina Vinderman

Hemos decidido permanecer hasta la boda

Hemos decidido permanecer hasta la boda.
Anoche enhebré el collar de cuentas verdes
como regalo para la novia, que está trenzando su pelo
por última vez.
Festejaremos la pasión organizada,
(domesticada)
con cierta nostalgia impresa en el porvenir.

Los manteles se agitan con el aire del río,
y los cabritos tienen los ojos dulces, casi bordados
en mi corazón de viaje:
el que parece un alfiletero de franela roja,
el despiadado, decidido, inmutable.
El otro está exhausto de tanto medir la compasión
en vasijas para el agua.

Sé predecir la herida,
pero nada puedo hacer salvo escapar.
Las partidas
(desfallecimiento y promesa)
me hacen remontar la pena y el amanecer
como palacios que se abandonan por el frío

He llegado a un hotel tan ruinoso como mi alma

He llegado a un hotel tan ruinoso
como mi alma antes del viaje.
Suelen llamar café, al brebaje que preparan por la mañana
y no existen cerraduras en las puertas.
La felicidad debe parecerse bastante
a este estado de exposición a los detalles
y a una oscura revancha sobre «los elementos del desastre».

El tarareo del mar llega hasta mi hamaca
y el salitre hasta la máscara
de mi pobre memoria.
La soledad tiene patas de ángel en este lugar;
no escribirá nada, no puede escribir nada,
pero acribillará a preguntas mi pasión por lo astroso.

Desde acá, las ciudades
son arcaicas esculturas de asfalto y de vidrio
iluminadas por las matemáticas,
como lo son los durazneros por la estructura musical
del viento al anochecer

Hoy vino la muerte

Hoy vino la muerte. Es bella y callada
pero los gatos se asustaron.
Se llevó a Concepción, la tejedora
de la casa amarilla junto al mercado.
Se la ve pequeñita y oscura —como una lenteja—
dentro del bote,
el bote que empujarán a la corriente, al río del río.
Antes la cubrimos de muñecos de trapo,
coloridos, imperfectos y torpes, como la vida.
El sol brilla como el de los tapices
y los perros tienen los ojos cenicientos y solemnes
como los míos.
Ojos de ceremonia y de señuelo.

Hoy vino la muerte. Desandamos juntas
el sendero hasta el cruce.
Es turbia y neutral, como el río,
como mi tazón de aluminio, como mi corazón
que es todo río.

a J. T in memoriam

Si el mundo me invita a un café esta mañana

Si el mundo me invita a un café esta mañana,
podré sobrevivir.
Después de todo, nadie más que el viento
me trajo hasta aquí. El viento y la locura
de hablarle en voz alta, sin pedirles permiso
a los dioses de arena.
«No amé a quienes amé lo suficiente».
(tan sólo con reconocerlo podría regresar.)
El exilio es una perla barroca
pero el destierro un túmulo orgulloso de sus frases
inconclusas.
Las hojas del banano le dan una desganada frescura
a mi rincón (a mi mirada).
Veo a la vida como algo desenfocado y hermoso.
Un bosque que susurra,
sólo hay que esforzarse por escuchar


Paulina Vinderman (Buenos Aires, 1944) ha recibido numerosos premios literarios como El Letras de Oro y Nacional del Fondo de las Artes. Algunos de sus últimos libros son Bulgaria (1998) y El muelle (2002). Tradujo, con Nina Anghelidis, Votos por Odiseo de Iulita Iliopulo.

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