El campesino del futuro muerto
Desearía escribir acerca del placer del sol
sobre la cara a campo raso
De la tierra fecunda y de su boca abierta
a la simiente que promete el pan y los frutos
de un mañana lluvioso y un invierno sin hambre
El campesino oriental se inmola en la barrera
de una estación pavimentada por la muerte
Incrédulo en las cámaras recorre el mundo
su rostro de dolor y de impotencia
No hay en el tumulto alguien que logre arrancarle
esa máscara de niebla y luces en retiro
La navaja también estupefacta escucha el corazón
que languidece y no atina a explicar la vaciedad
la ruina de un tambor forjado en la labranza
Palpita o se contrae el metal ante las pausas de la carne
El arma intenta descifrar los pulsos que troncha con su filo
aún con el dulzor de una naranja mondada con paciencia
El desgarrón impide reconocer las claves fugitivas
Hay un mensaje de aridez que enturbia el canto de los gallos
el abrazo a la mujer que siembra en él su aroma
la noche en que tremolan los ocres del otoño
Un despertar cualquiera y un té sobre la mesa
El ruido silencioso afuera donde los hijos y los árboles
despejan los sobresaltos del alba
Bajo la piedra azul celeste el labrador coreano
desciende sin luz en medio de la turba
Quiere gritar contra el mercado sus últimas consignas
La hoja punzante le corta la voz y los recuerdos
Se le atraganta el pasado en una lengua sin futuro
Huele a miedo del otro lado de las vallas
Hay campesinos con disfraz de policías y bastones
No entienden por qué un hombre abandona el sembradío
Viaja en clase turística a Cancún para romperse el pecho
luego de andar descalzo por la playa y bajo un sol sedante
Hay cuenta regresiva en ese cuerpo en andas
Lleva moribundo la admiración del ojo maya por el cielo
La redondez del cero y del vacío
La flor azul turquesa del Caribe
Y en un bolsillo el boleto de entrada al parque comercial
donde escuchaba al guía
absorto en el espejo del cenote
explicar los sacrificios humanos a los dioses
Una simple transacción: Vida a cambio de más vida.
José Ángel Leyva (Durango, 1958), ha recibido varios premios de poesía y periodismo y dirigido revistas literarias y científicas. Uno de sus últimos libros de poemas es El Espinazo del Diablo (1998). Su novela La noche del jabalí fue publicada en 2002.
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