Jorge Zalamea Borda
por Harold Alvarado Tenorio

Jorge Zalamea (Bogotá, 1905-1969)1 es junto a León de Greiff, Aurelio Arturo y Luis Tejada, la otra gran figura de la llamada Generación de Los Nuevos. Vástago de una familia aristocrática, su padre, Don Benito Zalamea, contabilista de la empresa de energía, fue un típico bogotano del siglo XIX, hombre de saber, comprensión y justo sentido de las cosas y la existencia, de quien heredó un orgullo y una honradez a prueba de fuego.
Zalamea fue el más joven del grupo. Voraz lector, dueño de un carácter sin par que lo acompañó toda la vida, sus primeros escritos fueron publicados cuando tenía escasos 16 años y las crónicas de la época hablan de su combatividad y arrojo para debatir las ideas de los contertulios del Café Windsor, donde junto a León de Greiff, que luego sería su más entrañable amigo, deslumbraba por su insolente y aguda inteligencia.

«Jorge Zalamea recordaba en su juventud, ha escrito Álvaro Mutis, a un altanero Dorian Grey. La imponencia de sus rasgos regulares y aristocráticos, la belleza de sus manos elocuentes y el timbre sonoro, lleno, profundo, cálido y varonil de su voz, se hicieron muy pronto más conocidos en Bogotá que sus dotes de escritor, como sucedía siempre en el ambiente municipal y espeso de nuestras soñolientas capitales.»

Vinculado a una compañía de cómicos viajó por Centro América y en Costa Rica publicó El regreso de Eva en 1927. Luego visitó España, Francia e Inglaterra y sirvió en la embajada de Colombia en Madrid y Londres y mas tarde fue secretario general y ministro de educación del primer gobierno de Alfonso López Pumarejo y embajador en México e Italia en su segundo mandato. En aquel Madrid de la Residencia de Estudiantes conoció a Federico García Lorca, Pedro Salinas, Pablo Neruda, Alfonso Reyes, Juan Larrea, Rafael Alberti o Dámaso Alonso. A Lorca le unió una entrañable amistad, que ha quedado registrada en tres cartas consignadas en las obras completas del andaluz.
En México descubrió la poesía de Saint John Perse, con quien se identificó y a quien prestó su voz de manera ejemplar. En 1948 regresó a Colombia y dirigió la revista Crítica (1948-1951), donde publicó La metamorfosis de su excelencia, texto que causó la censura de la misma por parte del gobierno de Mariano Ospina Pérez. Al caer asesinado, el 9 de Abril de 1948 Jorge Eliécer Gaitán, participó en la revuelta popular al lado de Gerardo Molina, Diego Montaña Cuellar y Jorge Gaitán Durán, incitando, desde la Radio Nacional, al pueblo a la rebelión. Luego partió al exilio en Buenos Aires donde publicó El gran Burundú Burundá ha muerto (1952), -una deslumbrante sátira contra los tiranos, con secretas referencias a la violencia colombiana- y tradujo a numerosos autores contemporáneos, entre ellos a Paul Valery, Jean Paul Sarte, T.S. Eliot y William Faulkner.
En 1952 Zalamea fue nombrado en Viena secretario del Consejo Mundial de la Paz (1952-1959). Hizo entonces numerosos viajes por Europa y el Oriente y en 1957, en Benarés, frente al Ganges redactó la primera parte de El sueño de las escalinatas, que publicaría en 1964. Murió en Bogotá el 10 de Mayo de 1969 mientras servía como director de un taller de escritores y profesor de la cátedra de poesía en la Universidad del Valle.

«Zalamea no pudo, ni en su juventud ni en su madurez,-sostiene Helena Araujo- dimitir de un elitismo que su natural suficiencia, acentuada por una ventajosa apariencia física, incitaban a la superioridad. Sus diatribas contra los poderosos, su defensa de los humildes, su andamiaje de justo exiliado, calumniado y ofendido, su necesidad de público y de aplauso, eran en realidad reflejos de un individualismo cuya excesiva autovaloración fomentaba nociones de grandeza y persecución peculiares a las personalidades de tendencia paranoica. Dentro de la política, su «nobleza» de ideas lo llevó a ejercerse «por lo alto», en el reino de lo bueno, lo bello y verdadero. Platonismo que ni la labor educativa de su juventud ni la producción poética de su madurez logró identificar con liberales que le hallaron demasiado ajeno a la mentalidad electorera o comunistas que le supieron siempre ausente del partido».

Aún cuando Zalamea se destacó en su juventud como un difusor de ideas culturales y educativas, cuando descubrió la poesía de Saint John Perse sus intereses fueron variando y comenzó, tras las persecuciones y exilios, a escribir una obra que si bien podría inscribirse dentro de lo que se llamó «poesía militante», su rasgo definitorio fue la brillantez y belleza de su expresión. Eso es lo que deja hoy una lectura de textos como La metamorfosis de su excelencia, El gran Burundú Burundá ha muerto, El viento del Este y El sueño de las escalinatas. Como sucedió con la poesía política de Neruda, o con cierta poesía típicamente modernista de Darío, la de Zalamea vive hoy gracias al tono que inventó para hacerse oír contra la opresión y los horrores de su tiempo. Hay quienes han dicho que su voz fue aprehendida en Perse, pero quizás suceda mas bien que fue Zalamea quien donó a aquel sus melodías y quienes oyen o leen no lo recuerdan. Hernando Valencia Goelkel sostuvo que encontraba mas legibles los poemas de Perse en el español de Zalamea que en el original, y agregaba: «La versión de Zalamea casi nunca es preciosa; es él quien hace creer que el verso de Perse es para leer en voz alta, que puede decirse litúrgicamente, ritualmente, en un ceremonial incantatorio, colectivo y mágico». Y fue precisamente eso lo que hizo Zalamea con sus extensos poemas: rescatar el arte milenario de la lectura en voz alta, para grandes auditorios, donde la palabra, flatus vocis, hace evidentes los signos del texto. Esa fue su gran contribución a la literatura de esta parte del mundo, así los críticos oficiosos sigan leyendo mas en sus asuntos que escuchando las melodías de sus poemas.
Como se sabe, tanto en uno como en otros poemas, Zalamea entabla, o una denuncia de los males causados por los poderosos, o celebra una esperanza en el mañana merced a los cambios sociales y morales que podrían suceder en la historia. Pero no vende a quien oye verdad alguna ni impone una tesis. Es la sustancia de la ira, la voz del profeta que castiga la maldad, lo que retumba en su dicción. Otro tanto puede decirse de su Cantata al Ché o Imprecación del hombre de Kenya: es la recóndita voz de los humillados y perseguidos quien nos habla. Como ha dicho Helena Araujo, luego de un juicioso estudio de la obra del proscrito, después de oír o leer sus poemas, «sucumbimos ante el poderío de un idioma opulento y emocionado. Será la imagen brillante, sensual o barroca lo que le exalta y fecunda, no su posible transposición ideológica. Si en El gran Burundú Burundá, teníamos un discurso retórico con ambiciones poéticas, en El sueño de las escalinatas tenemos un discurso poético que rehusa hacerse plenamente demostrativo».

«Jorge Zalamea y Jorge Gaitán Durán han sido, dijo Alvaro Mutis con ocasión de la muerte del gran vetado, las únicas voces ariscas, indomeñadas e infatigables que han lanzado a todos los vientos, no solamente la protesta contra las condiciones que abruman a su patria, sino el testimonio lúcido, infatigable y sin compromisos de cómo esas condiciones asfixian toda posible voz inconforme y liman en la conducta de las gentes, toda posible aspereza que no se ajusta al manso molde que conviene a quienes han determinado cómo se debe vivir en Colombia»… «El día de su entierro, sus compañeros de generación, poetas, periodistas y políticos y todos los que luego le precedieron en las mismas lides y aficiones, estábamos allí presentes, confundidos en un dolor común y en una común conciencia de culpa por no haber sabido cumplir con esa solitaria y perpetua condición de protesta, que el tratara de inculcarnos a través de una vida ejemplar y de un destino inconforme y soberbio».


Jorge Zalamea Borda (Bogotá, 1905-1969) Traductor, polemista y diplomático, recibió el Premio Casa de las Américas y el Lenín de la Paz.

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