El esplendor de la poesía
por Luis Antonio de Villena

Hombre alto, mulato, elegante, incluso en la época en que no se preocupaba de la elegancia, Gastón Baquero, murió en Madrid, víctima de un infarto cerebral. Nacido en Cuba, estudió Agronomía en La Habana, pero pasó muy pronto a dedicarse al periodismo y a la poesía.
Según el propio Gastón me contó fue la lectura casual, en una revista (en 1939) de un poema de Lezama Lima -una de las figuras que Baquero veneraba- lo que le llevó, algo súbitamente, a querer conocer a poetas y a publicar sus poemas. Gastón Baquero (con Eliseo Diego, Fina García Marruz, Virgilio Piñera y el propio Lezama) está vinculado a la mítica revista Orígenes, que representó -en los años 40- la mayor altura, pluralidad y avance en la cultura cubana. Su primer libro -Poemas- se editó en 1942, y el segundo, Saúl sobre la espada, unos meses después, el mismo año. Entre esos dos tomitos y poemas sueltos en revistas, Baquero funda su prestigio de poeta en Cuba, de verso largo e imágenes acuáticas y grávidas como en el poema Testamento del pez. El Gastón Baquero mágico ya está ahí, pero aún no el poeta que agregará a la magia sus cultísimas invenciones.
Del periodo que va entre 1947 y 1959 a Gastón Baquero no le gustaba hablar. Su figura es ahí, en La Habana, mundana, liberal y poderosa. Secretario de redacción del conservador Diario de la Marina, Baquero se convierte en un famoso conferenciante y periodista, vinculado al poder, rico -poseía una casa espléndida, repleta de cuadros y de libros- aunque genuinamente liberal. El Gastón que invitó a Cuba a Juan Ramón Jiménez y a Luis Cernuda era un personaje sibarita, católico y homosexual. Cuando triunfa la revolución de Castro, Baquero se sabe en el punto de mira del nuevo poder y por miedo a ser detenido sale de La Habana (protegido por cuatro embajadores) en Marzo de 1959. Desgraciadamente no volverá. En ese momento empieza una nueva etapa en la vida del gran poeta que fue Gastón: el exilio, que con su extraña intimidad, le devolvió al poema.
Quien fuera rico y célebre se tornó casi anónimo -el éxito poético le llegó muy tarde aquí- mientras su refinamiento supo volverle estoico y sobrio. La casa de Gastón en Madrid era un amasijo de libros, discos, polvo y un sillón desvencijado. En 1960 -trabajando pudorosamente en Radio Exterior de España, donde se jubiló- Baquero publica Poemas escritos en España, y en 1961 un tomito de ensayos, Escritores hispanoamericanos de hoy, donde ya habla -con elogio- del aún desconocido García Márquez. Pero será en 1966 cuando Gastón Baquero edite su mejor y más original libro de poemas: Memorial de un testigo, una poesía donde el verbo canta, se encrespa, imagina leyendas y habla a la hondura del corazón callado. No sé si la falta de eco, o la voluntad interior de Gastón lo mantuvo largos años en silencio -fértil lector, gran auditor de música- gustoso de la miel del olvido, español y cubano a la vez. Francisco Brines y José Olivio Jiménez me hablaron de él, y gracias a ellos lo leí y conocí, intentando -cuando se editó en 1985, Magias e invenciones, su poesía reunida- que se le reconociera como era debido. Aún publicó Gastón Poemas invisibles (1991) y dos tomos de ensayos, Indios, blancos y negros en el caldero de América -el mismo año- y La fuente inagotable, en 1995.
Gastón Baquero (culto, sabio, humilde), como Cernuda, sólo halló eco al final, y es lástima, pues sus futuros lectores asombrados sentirán la ausencia del hombre mágico y del gran conversador perdido.


Luis Antonio de Villena (Madrid, 1951), es poeta, traductor, periodista, narrador y ensayista. Su obra poética ha sido recogida bajo el título de Belleza impura en 1995

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