Lina de Feria

Absolución de amor

¿A dónde ha huido el resplandor visionario?
¿Dónde están ahora la gloria y el ensueño?
William Wordsworth

I

En la comisura de los labios
el rosa pálido de los encantos
como si a un árbol
le hubiesen despellejado
siendo ácana
el abedul de fondo.
Luego sus ojos
como el estelar camino
por donde los botes
subían de la ribera
a las consecuencias
de la tierra adentro.
Una suerte de desesperación
atisbé por su sangre.
Sabía que era inmune
pero de pronto
en el contagio de la noche bella
circulé estrella arriba
hacia los planetillos
del pequeño príncipe
y vacié el estanco del cristal
hasta que el rosa pálido
de su boca más bien como de sombra
empezó a sonreír
y todo los muebles de la casa
escondidos en el rincón de abuelo
a ver si el espacio nos alcanzaba
para hacer sexo y premura
como si los amaneceres
nunca fueran a llegar
con sus pies planos a indicarme la ida
(oh Romeo)
para el estandarte de mi otro palacio
donde furtiva llegué
y arrancando una rosa del jardín
de la madrugada fría
me puse a reparar en sus ojos:
el ojo de buey
de un río promisorio.

II

Cuando pedía silencio
Agar ponía lámparas sobre la mesa
y Danáe no era Penélope
esperando por el infinito Ulises
sino que mi cabeza
picassiana de azul
sobre su pecho
erguía los latidos del corazón
que daba vida
a cuanto tedio
podía
o intentase llegar.
Entonces una bruma
el humus de la lágrima
iba cayendo como una torre de alminar
a hacer oraciones para el día siguiente
cuando a luz descubierta
la reja
me lo avisaba todo
que debía sentir en mi rostro
la otra agua
la de los despertares
que ya en su pecho había el oro
de la cadenilla mínima
casi virtual hilo de estambre
mirando a los soles del traspatio.
Yo quería pintarla como si fuera
para el Museo del Prado
y me dije:
Aquí colocaré los atriles
para que tenga música en el viaje.
Pero en el aguacatal
me esperaba su mano
con la fruta lezamiana
y yo como una imberbe
tomé el agua tercera de sus dedos
filigranas y cables de la vida
que me decían bebe
que hoy vamos a gravitar día y noche
porque nadie nos separará.

III

Ahora tu ansiedad niña mía
no tiene brocales peligrosos
porque te amé para que supieras
la vergüenza que dan las vestiduras
con que nos fajan
desde que la luz da en la pupila mínima.
Te enseño mi desnudez y tú conmovida
como si hubieras visto a Dios
me das las manos a mi barbilla joven
y las dos inventamos
como la singular estrella del patio de Belén
pero más bien nos arropamos
de pieles sexo y sueño porque en el grito
sólo hallarás la magia de haberlo culminado todo
como si ascendiéramos
hacia el dibujo estelar
tú en la plenitud máxima
yo en la plenitud de mostrarte la vida
tal y como la soñaron
los románticos ingleses
así Coleridge puro
dando otra etapa a tu sapiencia.
¿Viste cómo sonó el cañonazo de las nueve?
Eramos el más remoto
y entre almohadones de soie
ganamos una historia para lo memorable.
Amor mío
niña de los quehaceres tibios
siempre una codorniz nos está esperando
para sobrevivirnos como alas.

IV

Comprenderás que fui hecha
para no ser olvidada.
No es exactamente un canto a la belleza misma
sino la heterodoxia de una acera bifronte
que te explica el hombre y la mujer
en su adoquín y espacio.
Yo cubro de hojas de otoño
lo que fue el correr de la nieve.
Ahora engalana la madre
tu breve cintura de alcatraz para donarte aires medievales
un rosacruz que vuelve rostros como si el poder estuviera
pupila adentro en todo lo que nos quiere separar
para impotencia de su gesto.
Nacemos a diario joven mía
y entonces cuando ya fuertes las piernas
nos asomamos al balcón
los azahares los cuarterones del hoy terrible
están dando una reina y un rey
que somos tú y yo del puente a la alameda
para ver en el séptimo arte
un reírnos de pronto un asombrarnos de colores
y luego el comentario del regreso
con un beso en plena calle
sin importarnos las imágenes exteriores
por que estallábamos la ciudad
con un enorme fuego el de los Siglos de Oro
que no silban sino escupen el amor
desde la saliva el sexo y la lengua sabia
que me daría
la felicidad de tus poemas.


Lina de Feria (Santiago de Cuba, 1945), ha publicado Casa que no existía (1967), A mansalva de los años (1991), El ojo milenario (1996), Rituales del inocente (1997), A la llegada del delfín (2000), El libro de los espejismos (1991), El rostro equidistante (2002). Su libro El ojo milenario fue traducido al francés y publicado en París por L’Harmatan en 1998.

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