Josu Landa

A ojo

Bien visto:
la luz devora toda luz.

Las niñas pueden insistir
hasta la eternidad:
el alma fría del diamante
continuará ahí,
siempre inmaculada
detrás de los destellos.

Lo que le queda al rayo es retornar:
ésa es su parte
en la curvatura imperiosa del mundo-cuerpo
el mundo-luz.
Y así cesa:
como quien muere amando dioses comprensivos.

Tiene sus ventajas
el cristal:
obstar como transparencia
entre un borde y otro.
Y así basta:
como el crepúsculo,
que sabe sin angustia
de su fulgor enfermo.

Hay pupilas de huracán:
nada
para el seno álgido de la claridad,
que sigue ahí:
sin marca ni latido.

Qué es ver
hasta que la mano palpa
lo visto
hasta que el ojo sigue
la geometría inocente del dedo
persiguiendo la materia
tras la imagen.

Qué puede hacer el cristalino
si nada dicta:
una roca es una roca es una roca
o
una fosa es una fosa es una fosa
y así...

Demasiada luz
quema la mirada
y lo mirado.

Cuerpo entero

No se puede perder de vista
el aura tersa de la virgen
abriéndose paso en el metal endeble de una agua eterna,
la nieve y el bronce
definiendo el margen dorado
en la linde de la carne con el alba,
surtos en la espuma que no cesa
desde la germinación
de la mismísima Afrodita.

Hay que ofrendarle el cáliz
a ese cuerpo hacedor de cuerpos
como cuando se sumerge y chapotea
y el propio ras del río
asperja en su torso y en su pelo
los enjambres de resol
que anegarán tanta pupila hambrienta.

Coronar esa desnudez pura,
esa claridad de animal consagratorio
con la piedra seminal
que nos traspasó la especie
y dejar que persevere
sin más vello
que la escarcha efervescente
de la luz cuando se encuentra con la luz.

Así que se suspende
la falsa ciencia del bien y el mal
y su cosecha milenaria de vergüenza,
se quebranta el cíngulo siniestro de hojas de higuera
entretejidas con mordeduras de manzana edénica
y sobreviene el sencillo sacramento de acatar el cuerpo.

Que viva la sed perpetua de los sentidos,
que sigan volando las manos
a esa piel por siempre inalcanzable.

Linde

Eso es todo:
la llama fénix del placer
zozobrando en los mares del dolor.

Caemos en esta verdad
sin más patente que ser brama
y ser candor.

Todo lo que dice el nardo,
todo lo que inflama el labio
desde su seda y jade entra en ese espasmo:
en esa estela de ave oscura.

También el carbón soberbio del diamante
(oh hielo de luz)
donde late más febril el rayo.

Como toda fruta del ser
(puede decirse:
perla, pluma o polvo)
el ojo lleno de sed
sólo llega ciego
hasta ahí.

Lo que es línea
no está dentro
ni fuera.


Josu Landa es Maestro en Filosofía por la UNAM en cuya Facultad de filosofía y letras ejerce la docencia. Es autor de siete libros de poemas y de Zarandona, la primera novela surgida de la diáspora vasca ocasionada por el alzamiento franquista en 1936. Su libro Treno a la mujer que se fue con el tiempo mereció el premio Carlos Pellicer de poesía en 1996, año en el que también le concedieron la orden Andrés Bello.

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