Raquel
¿Hasta cuándo puedo confiar en tus palabras?
Me pides que busque la salvación en tu nombre,
que desfallezca, aguarde, vague, permita
que me olviden todos. Me ilusiono creyendo en la visión
de tus encantos, y acato atenta tus preceptos.
Para los desengañados, debo abrir amplias fosas.
Y entrego mi cuerpo a aquellos que lo necesiten.
Una vez más padezco, y aguardo, y me vuelvo
nada, un retazo, una sombra perturbada,
hasta que me canse e indague por los siete llantos
de mi alma exánime: ¿un día me consolarás?
Abro la mano y persigo los rastros de mi destino.
Me extravío allí tantas veces que ya no distingo
a mi único suplicio: ¿tú, cuándo me consolarás?
Naturaleza muerta
Cadáveres en lágrimas,
¿no hay nada más inverosímil en tu existencia?
Tres tramos de escalera antes de la caída,
garabateabas de memoria unas palabras finales.
¿Con quién hablabas en tu camino hacia el abismo?
¿Qué voces heridas y extranjeras
rugían en tu drama, casi borrachas, casi voces?
¿Será acaso tan inmensa la eternidad que no podamos encontrarnos en una tarde de sábado?
Silencio rocoso, enfurecido en su casco carcomido,
¿qué vicio tan extraño convierte todo en angustia?
Cadáveres listos para una cena de dolores,
sollozante cosmogonía reclinada en el vacío, ríos de insectos piojos róbalos muertos pulgas babosas lentejas podriadas latas de aceite -naufragio quemante- herrumbre de faros, tumbas fluctuantes -¿estupor frente a la sangre de las noches?
Hay una distancia ya clásica entre lo que piensas y lo que eres, tinieblas de actitud, bautismo de cruces, sofismas gastados, coro de ángeles, siempre un mismo puerto de aventureros,
lugar poco probable para nuestro encuentro.
Más aún cuando no te rebelas, entre cadáveres remando contra la muerte,
restos de comida fractura de muletas gordiano de heces -¿de dónde cae el tiempo? -el verso se quiebra en todo momento
¿Dónde estás? ¿Dónde habitas?
Indago dónde podrías haber nacido.
Habitualmente rodeado de cadáveres,
¿tu noche será la gran industria de los desvalidos?
Metáfora decaída, cantina de precios exorbitantes, estamos siempre a dos pasos de algo, pérdidas acumuladas, rutina de miseria soluble y pastel de ansiedades -¿será éste tu mundo descomunal, tu biblia que todo abarca pero nada percibe en lo íntimo, pandereta de la joven Esmeralda, mujeres tatuadas a estilete, muchachos cercenados por no portar armas, un huevo de tortuga del cual escapa un yacaré, la suprema gloria de la superficialidad, muerte entre la piel y el abismo de los sentidos, bandejas de bayas y uvas servidas en conferencias de paz, artistas al vacío, suplentes de alquimistas accidentados en el trabajo, imbéciles especulativos, cucarachas familiares, durazno pitomba açaí todo de oro, muerte eterna, ¿será?
¿En qué océano descomunal te escondes, poeta?
Disfraces: una amargura telúrica una máscara dionisíaca un barroquismo ululante -ah, manera formidable de no estar en el mundo.
Un demonio triste escribe un banal itinerario de arrepentimientos.
Tus cadáveres ya no te soportan.
Abuso del vértigo
El coloso en fragmentos me desgarra. La tortura se mantiene en pie.
René Char
Cobijo tu cuerpo en mis manos,
entre rayos de sudor, desfallecido.
La ruina de la belleza (¿querida fealdad?)
es que siempre retorna a si misma.
¿En qué punto extremo de tu amor
brota la renuncia a la insensatez?
Un cuerpo desamparado me insulta
con su humanidad fuera de lugar
Escombros que se acusan entre si
por el despreciable vértigo alcanzado.
Avaricia de formas con que osar
el centelleo de mil voces trepidando
en sacrificio, como si la noche, oculta
en la fortuna de cada habla desventrada
fuese la llaga deífica, sol o cenizas.
Evanescente como estás, me abisma
seguir leyendo un torrente de páginas
en la piel blanca y deshecha de sentido,
abismo que es el centro de la angustia,
hortaliza victimada por la consagración.
¿Es la memoria un cínico abuso del dolor?
¿De qué está hecha la tragedia de la belleza?
Tambor de voces, relato de gozos, luz
faltante sobre el escenario en ruinas.
Placer de caídas que nos alimentan.
Designio, veneno o ruego de plagas.
Sé que te pierdo ahora, en mis brazos
no tengo sino el fulgor de tu muerte.
Lo que dejo de ser se tritura a si mismo,
suplicio que acentúa la miseria humana.
indicios de pérdida albergan disfraces.
¿De qué muere algo muy dentro de nosotros?
Anuncio y sigilo, odio y amor, pequeña
o gran muerte, en intervalos o no.
Cómo dolía en ti el verbo imposible,
conjugar el dolor en vicios de lenguaje,
rehacerte lacerando tiempo y espacio.
No quiero que mueras en pedazos.
El vacío es húmedo, colmado de sí mismo.
Dios no muere de odio. Menos aún
se agota el hombre en su orgullo.
La refutación de la muerte está en su dolor,
como la negación de lo que nos contradice.
¿De qué mueres? Todos sabemos de la bala
que tu cuerpo recibió en mi lugar.
Odio o aprobación, lo anunciado se dio.
Desnuda y linda como estás, ahora muerta,
odio perseguido por el azar, gólgota
ajustándose a nuevas formas de éxtasis,
no veo sino tu cuerpo, inactivo
en la oscuridad que lo ilumina, chorro
de brea en la viscosa lámpara del destino.
"¿Qué hubo?", preguntarían, sin duda.
Muerta a tiros cuando al entrar
en una farmacia, nos encontramos
con ese "¡al suelo!", y mi negativa.
La virgen y Dios
Ah, soberbia ironía con que rasgo tus útimas vestiduras,
mi cuerpo en la vacilante decisión: devorarte los gemidos,
tú eres la fuente violada, la caída brillante, tal vez culposa
de algunas pocas palabras que me hicieron tanto bien.
Tú eres la manera con que todos nos leemos: ¿lo creerás?
A medida que me enrosco en tus fibras, desde allí te muestro
que el arte de leerse a si mismo requiere el arbitrio del otro,
el fraude, el dilema o torpe disonancia, el crédito eficaz
en la cuenta de un buen juez, la flema la forja el hongo,
el encuadramiento en el ángulo recto de un plan que incluyó
un simpático testimonio sobre aquello que más odias.
Ah, ¿cómo te sientes, y qué importa en verdad tanto bullicio?
No eres arcano de nada, ni aun de tus ideas insepultas.
Tu gozo sólo dura un instante. No eres sino caída.
Si la noche cayera
¿No te renuevas?
Un sentido sibilino evocado,
la obsesión por el misterio que recorre la noche en harapos, ausente de si o al menos tomada por lo que no comprende,
es así que nos damos las manos,
la voz de Paula Cole en el concierto de Peter Gabriel,
en tus ojos, en tus ojos, me recuerdas que Nerval decía a George Bell que se nutría de su propia esencia y no se renovaba.
Somos subversivos patéticos o lánguidos apasionados,
dopados por las comodidades del registro civil,
sudores enojosos, un devaneo cartesiano,
nada que nos eleve al supremo nivel de metáfora alguna.
¿A qué temes en tu paseo nocturno?
¿El drama de la noche será tan compacto voraz penetrante como la idea de que cruzas despierta delante de todo?
¿No abrirías una ventana en tu piel?
Vista nocturna, tarjeta postal, escena perdida de un film,
¿lees todavía mi cuerpo en libre asociación?
Tenemos sexo con los hijos y amigos, nos sentamos en un bar para grandes carcajadas nocturnas, lo auspicioso no necesita interpretación,
en tus ojos, asombros florales tomando forma humana, el libro que se lee a si mismo consciente de la existencia de otras páginas,
garabatos de un dilema fatídico,
nunca supimos lo que ocurrió en realidad.
Un mito cualquiera se agita,
tú eres mi gozo, seré tu inmensidad.
El arreglo floral sobre la mesa nos dice que la noche insiste en recuperarse.
El verso cae sobre el paño.
¿No te renuevas?
¿Quién hace la pregunta?
"El desánimo ha escrito versos mejores que la alegría de vivir". Esto se dice en todo instante a un corazón que se siente traicionado. Páginas de desaliento, rostros sofocantes, no eres nada, tú no eres nada y aún así te amo,
oh infierno cortés, dinastía de sentidos objetivando algo,
el amor sigue siendo toda la intransigencia posible,
el golpe menos artificial del ser,
el abuso central de nuestras limitaciones.
Al menos, si la noche cayese yo podría abrir tus brazos de un extremo al otro y colgarte de ella, lamiendo tu cuerpo en negación de todo sacrificio, hijos, sexos, planes,
bendiciones, sudores, financiamientos, mi lengua dando cuenta de tus sabores; la noche, la noche no es nada, Nerval, el mundo cae sobre nosotros el día entero,
amo y desamo a toda hora, lo que en mí hay de más mediocre no espera ya la noche para manifestarse,
no vamos a ninguna parte, dopados por laudos inventados, acuerdos de sindicatos, votaciones en la cámara,
tu cuerpo suspendido y sin sentido, porque ya no sé qué hacer con él,
ya no sé qué cosa escribir.
¿De qué muere exactamente la fe en un cuerpo?
¿Del anuncio de un método? ¿De una sospecha de fraude?
Floriano Martins (Fortaleza, 1957), ha publicado Alma em Chamas (1998), Cenizas del Sol (2001), Natureza Morta (2001) y Extravio de Noites (2001). Dirige, con Claudio Willer, la revista Agulha y coordina Banda Hispânica, de Jornal de Poesia. Sus poemas fueron traducidos por Jorge Ariel Madrazo.
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