Patricia Iriarte

Fotogramas

Pasan mujeres frente a mi ventana; mujeres que decido mirar un momento más, como una condición para continuar el día.

Mujeres que pasan por la acera de enfrente enseñándole al mundo su andar de mujeres.

Algunos hombres entran en el cuadro que forma mi ventana, pero la gracia, hay que decirlo, quizás no sea una virtud masculina.

Ellas saben llevar sus livianos vestidos, sus bolsos de mano, su caminar ausente o atento o distraído. Llevan su vida, la muestran, la ofrecen al mundo en su paso sereno, en la curva de su espalda, en el gesto de su frente, en la distancia que pueden alcanzar con su mirada.

Observo esas mujeres, a veces; alguna que pasa, que roza mis ojos, que me atrapa. La sigo entre las palmas y el follaje de los robles hasta el tejado de una casa que me la arrebata. Luego se pierde en la siguiente cuadra.

Entonces imagino su voz, le invento una historia... la abandono, me abandona.

Regreso a mis quehaceres hasta que en la próxima mañana o en la tarde de la espera, otra mujer pasa frente a mi ventana.

El náufrago

Apacentar mis sueños
a la sombra de tu acacia en flor,
aplacar la bestia del deseo
en tu manso abrevadero,
amor

Imaginar la ruta
que elegirán tus manos
para hallarme,
escudriñar el horizonte
como un marino ebrio
en busca de tus ojos:
ese faro
que me lanza su luz
como una soga al náufrago.

La vieja ciudad

Murallas que protegen al mar de la ciudad.
Un viejo clavecín en la vieja catedral.
La soledad en medio del gentío.
Un país que se desgarra sin saber por qué.
Todos los besos que no le di a mi hija.
El temor a la palabra futuro
Las palabras mismas.

Mis esperanzas perdidas,
las amigas ausentes,
el equipaje de regreso,
tu ausencia
sobre todo.

Hablaremos de amor en medio de la guerra

Desde el centro de tu ciudad sitiada me contarás que oíste de nuevo unos disparos. Como aquella noche. Como tantas. Que mañana quizá no venga el vendedor de frutas porque hay orden de cierre en el mercado. Aplazaré entonces la
visita del sábado y hablaremos de amor en medio de la
guerra. Planearemos una emboscada a la esperanza cuando pase corriendo por aquí y la esconderemos de sus enemigos el tiempo que sea necesario. Porque los asesinos se persignan antes de la masacre, como pescadores que parten hacia el mar.

Nota desde la ciudad

A las cinco y treinta, en su lisa piel de vidrio, la ciudad
refleja el incendio de la tarde. Tejas y ladrillos devuelven los destellos del sol agonizante y los cerros elevan su dorado responso. Abajo, la muchedumbre permanece indiferente. La mirada, atenta a los movimientos del extraño, no se eleva más allá de las luces del semáforo. Media hora más tarde laten con ahínco las arterias de la urbe. La sangre fluye,
penosa y agitada, a lo largo del asfalto, dentro de los autos, bajo las pisadas de la turba que abandona en estampida su trabajo, que asume el turno siguiente del rebusque, que sale a inventarse el pan del otro día. Es la hora en que la ciudad engulle y se atasca de sí misma, incapaz ya de escupir su sangre, sus buses, su concreto, sus contribuyentes, su
miseria, su delirio de metrópoli suramericana.


Patricia Iriarte ( Sincé, 1962) vive en Bogotá desde 1982. Ha publicado los libros de poemas Mal de Amores (1992) y Territorio de Delirio (1998).

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