Alonso Zamora Vicente

-En Primeras Hojas usted recuerda un Madrid que parece hoy desaparecido…

-Es el Madrid de mi infancia.  Es efectivamente un Madrid que no existe, claro, han pasado muchas y muy importantes cosas.  Una historia nacional que tiene que reflejarse inexorablemente en la vida de Madrid.  Es un Madrid de una vida patriarcal, burguesa, un Madrid además, me atrevería a decir, de madrileños.  Mire usted, la gran migración sobre Madrid, de las provincias y de otros sitios es cosa de finales de siglo, de los años setenta, ochenta, es un poco el Madrid que se ve en el Género Chico, donde hay siempre un tipo de gallego, un tipo de catalán, de asturiano.  Y el Madrid donde yo fui chiquillo pues era un Madrid, vamos a decir de criollos, un Madrid de madrileños de verdad, de la capital de todo el país.  El gran suceso sociológico, a mi juicio, es que con la Guerra Civil eso desapareció.  Madrid con la Guerra Civil fue de nuevo, con la paz de esa guerra, (la paz, en fin) invadido por gentes como decimos los madrileños, paletas, gentes provincianas sin la altura ni la preparación, ni el sentido incluso histórico que la ciudad tenía; de ahí que se haya convertido en una ciudad de aluvión que volverá a ser de nuevo, una unidad, dentro de una generación más o dos, pero hoy esta ciudad que usted conoce, de aluvión impresionante, desorientada, una ciudad que está haciéndose.  Claro, aquel Madrid pues cómo no va haber desaparecido, figúrese usted, si era un Madrid donde nos conocíamos todos, donde se paseaba por una calle de arriba a abajo como en una provincia cualquiera…  En mi casa se vivía prácticamente con arreglo a los toques de la campanas de la parroquia, más que con el reloj o con mandatos familiares, muy distinto…

-El Madrid de Salinas…

-Yo nací en pleno barrio antiguo, en el Madrid más Madrid, en fin, en Puerta de Moros que es un sitio, allí de San Andrés, de San Francisco el Grande, de la calle de don Pedro, un Madrid que no se debe confundir con ese que han llamado por ahí Madrid castizo, que es una entelequia literaria, no, no, el Madrid verdad, el Madrid anterior a la Reconquista.  Y estudié en una escuela, en un colegio hispano-francés que había allí, que era un colegio ya inspirado en la Institución Libre de Enseñanza, donde estudió Pedro Salinas muchos antes que yo, porque Salinas también nació, como usted ha dicho, en ese barrio, y luego hice mi segunda enseñanza en torno al Instituto Nacional de San Isidro que era el gran centro oficial.
En España los institutos oficiales eran muy buenos hasta cierta circunstancia, muy buenos.  Después fui a la Universidad también en Madrid, de manera que yo siempre soy madrileño, siempre…

-Ese vecindario de su juventud ¿era opresivo?

-No, qué va, en absoluto…  En mis años jóvenes, yo me he formado en unos medios, en torno a la Institución Libre de Enseñanza, la Residencia de Estudiantes, el Centro de Estudios Históricos, donde un chico que estudiaba.  Vamos, en Madrid se leía a Joyce antes que en la propia Inglaterra y en la facultad lo conocíamos.  Ahora creo que si un chico español conoce a Joyce es porque lo ha oído en algún sitio y él, por libre, por su propia voluntad, ha ido a buscar sus libros, etc.  Entonces se discutía en los medios universitarios.  No era un mundo opresivo…  Lo que si era posible es fuese una minoría, no digo que no, pero, claro, también la estructura social era muy distinta, pero nada de cerrazones, en absoluto.  Incluso en ese movimiento había muchas gentes que eran católicas, católicas ortodoxas, monárquicas, gentes de lo que hoy llamaríamos derecha, pero también pertenecían a ese movimiento de avanzada.  En el Centro de Estudios Históricos no se preguntaba a nadie en qué creía o qué pensaba, sino para qué valía y para qué no valía…

-Va a la universidad en la época de la República…

-Si, la época de la República.  Mire usted, yo conocí una facultad de Letras como no la habido jamás en España.  En primer lugar era una facultad absolutamente autónoma.  Ahora que tanto se habla de autonomías, yo no sé ya lo que quiere decir la palabra autonomía, una especie de remedia-vagos, verdad, de palabra que vale para todo y no vale para nada; no, aquello era autonomía en su auténtico valor, los profesores se contrataban, etc., y hay que destacar que esa situación no tenía nada que ver con la República, fue una coincidencia en el tiempo, por muchos azares, por muchas razones.  Eso venía pensado desde la Monarquía, fue llevado adelante por un ministro absolutamente monárquico y conservador, don Elías Tormo…  Lo que ocurre, dio la coincidencia, que eso cayó como fruta madura… Fíjese, una facultad donde estaban de profesores García Morente, Ortega y Gasset, Julián Basteiro, don Ramón Meléndez Pidal, Américo Castro, Tomás Navarro, Salinas, Montesinos, en fin, era sencillamente extraordinaria.  Ahora, eso era posible porque se asistía a un renacer de la vida universitaria, muy ceñida a la investigación, en una sociedad que hoy nos parecería excesivamente elitista, claro, eran muy pocas las gentes que iban a la universidad.  Fíjese usted, cuando yo terminé, pues terminamos dos, dos personas de la carrera, mi mujer y yo, habría cabido, claro, dentro de esos medios tan generosos, no la masificación actual, pero sí un crecimiento muy grande de la vida universitaria.  Desde luego, era una facultad sencillamente extraordinaria.  España exportaba ciencia, la gente venía aquí a estudiar de todas partes.  Eso fue el fruto de la Junta para ampliación de estudios, que se debió crear hacia el año de 1905, 1906.
Al llegar el año 1930 se le había dado la vuelta al país como a una manga y, en todas las actividades de la ciencia y el espíritu, España tenía personalidades destacadísimas, de primerísima categoría…

-¿Tuvo primero interés por la creación literaria o por la investigación?

-Bueno, pues creo que han ido siempre conjuntas, usted piense que era cosa casi normal ver el hecho literario como una manifestación más de la cultura lingüística, del amor por la lengua, nunca me he hecho una separación en mis conceptos; así me la haga en cuanto a los frutos.  Creo que no se nota, en lo que yo pueda escribir, que yo explico fricativas, vamos, eso es otra cosa, pero yo manejo las fricativas, hago con ellas lo que me da la gana.  A veces, claro, es inevitable, uno sabe cosas del oficio e incluso en guasa, usted habrá notado que yo muchas veces me río de mi propia ciencia en lo que escribo y creo que es la forma más noble de quererla, pero tiene que haber a la  fuerza un influjo, un toma y daca, la vida no es un separarse, sino que en todo momento vamos con todo a cuestas, no podemos escaparnos de nosotros mismos, ¿verdad?, luego tiene que haber algo…  Anderson Imbert dijo en una ocasión que yo me beneficio en lo que escribo, de mis conocimientos de historia lingüística, yo creo que no. La riqueza léxica que yo puedo emplear obedece a que yo he aprendido el español en la calle y la calle es la gran maestra de cualquier español.  Es la calle nuestra gran maestra…

-Pero casi siempre se escribe como se escribe…

-Ahí hay una cosa que yo quiero aclararle, verá usted.  Probablemente yo he pretendido quizás alguna vez en mis artículos de La Nacióno en algún sitio, escribir como hay que escribir, como se escribe, es decir, aquello de la lección tan bonita de Machado: escriba usted algo: "los eventos cotidianos que acaecen en la rua", ¿lo recuerda usted? estupendo, muy bien escrito; ahora escríbalo usted bien, literariamente: "lo que pasa en la calle" ¿ve usted la diferencia? pues yo creo que, si he tenido esa cosa, la he perdido; gracias a Dios me duró poco, yo creo que precisamente la lengua coloquial, la lengua viva, es la mayor creación, la que está constantemente inaugurándose, la que responde a las necesidades de la comunicación, a algo que es nuevo en este preciso momento, que ha estado absolutamente inédito, hasta ese instante y no creo, que la lengua que yo empleo sea lo que llamaríamos hoy la lengua conversacional: es una gran mentira, es una superchería, pero que resulta más verdadera que la verdad misma, como no es una jota la jota que escribe Falla.
Como no es un polo el polo que escribe Falla, sino una reinterpretación, una acomodación, una selección, todo lo que usted quiera, de la lengua coloquial.  Lo otro es lo que han hecho en muchos sitios, se pone esta maquinita, se registra y se pone todo y claro, si sale bien, bien y si no…  La Purísima Concepción y si sale con barbas San Antón…

-¿En qué medida afecta a su creación, a sus investigaciones, a su vida misma la Guerra Civil?

-Ah, eso muchísimo, muchísimo.  Mi querido amigo, acuérdese usted aquello que dice Alberti: "He nacido, perdonadme, con el cine", ¿se acuerda?  La vida humana está sometida a experiencias.  Aquello de la vieja teoría de las generaciones de Petersen, hay experiencias de tipo cultural, y experiencias catastróficas y, claro, usted supóngase, yo estaba en una facultad maravillosa, con profesores, con los cuales me entendía perfectamente y que me querían mucho, vamos, todos ellos han sido grandes amigos míos después y los que viven aún lo siguen siendo por encima de azares, de diferencias y de geografías, y que, de pronto, un día en la época en que yo estaba mimadito y casi nombrado para irme de profesor a Alemania, a una universidad alemana, se hunde toda la estructura con la sacudida de la Guerra Civil y nos llegan tres años en los que hay que hacer las cosas más increíbles, más absurdas.  La primera, tener que vivir, claro, que ahí es nada, sí, esa es la gran experiencia de mi existencia.  Quiera que no, yo me tropiezo, estoy siempre condicionado para todas mis relaciones, mis opiniones, mis actividades con un fantasma, una voz que me avisa, una cautela, algo que está siempre detrás de mi, que se llama la experiencia de la guerra civil, eso es natural, que me ha hecho, pues, valorar muchas cosas que antes no valoraba y desdeñar otras que entonces valoraba.  Me ha enseñado, por ejemplo, que es mucho más importante la decencia que la ciencia, me ha enseñado que es mucho más importante el acercarse a la gente como la gente es y aceptarla como es, que no perderme en  el maremagnun de las grandes estructuras culturales…

-¿Por esos motivos, por lo que vendrá después, se va a la Argentina?

-La paz la esperábamos todos como algo verdaderamente necesario y todos habríamos querido ir por una senda común y nos encontramos con que no fue así.  Fueron unos largos años de cultivo del rencor por el rencor mismo, en fin, todavía en mil novecientos setenta y cinco y ahora lo puede usted ver en algunas publicaciones, hay gente que sigue necesitando, para vivir, mantener un fuego como de exterminio, como si estuviesen acosados por todas partes, como si el mundo estuviese hecho de enemigos y no, no es verdad, hay algunos enemigos claro, y la vida tiene que tener su sal y pimienta, pero también hay muchas cosas amigas. 
Sí, me fui a la Argentina y después me fui a México y he estado en más sitios.  Yo tuve una cátedra muy pronto, claro, que fue fruto, pues no se si de mi preparación o de aquella preparación que daba aquella facultad, donde no se hacía otra cosa más que leer, y me encontré con un mundo donde estorbaba lo negro, vamos, la gente no leía.  A mí ésta cátedra no me la regaló nadie, entonces, yo pedí una situación jurídica que se me concedió y me marché.  Y no quiero decir que yo me marchara así por las buenas, siempre.  Quizás, ya ve usted, lo pensé la segunda vez que me marché, pero no, yo creo que hay que volver y que el puesto de un español está en España.  Si yo hubiera sido otro tipo de persona, un ingeniero, un contable, un constructor, no habría pasado nada, pero dentro de las estructuras intelectuales en que yo me puedo mover, mis hijos tenían que encontrarse a la fuerza en un horizonte exclusivamente español y habría sido un divorcio tremendo, así que a España volvimos.
  Yo que he vivido en muchos sitios de América y de Europa, pero muchos, pues quizás la mitad de mi vida, entre unas cosas y otras, le digo a usted que, para vivir, lo que se llama vivir, sentir la vida no hay nada en el mundo como España, levantarse, pasear, ver catedrales, recorrer museos, charlar con los amigos, tomarse un vaso de vino y no más, hablando infatigablemente, no hay país como España para vivir.  Ahora para convivir y para meterse en la máquina oficial del país, tampoco hay país como España, eso se lo aseguro, esto es el desbarajuste padre y estamos asistiendo a las consecuencias del capricho franquista que ha durado muchos años y que en fin, pues que esperemos que se remedie, ¿no?

-Sus trabajos sobre Valle-Inclán ¿no son una contestación al régimen social instaurado después de la Guerra Civil?

-No sé qué decirle a usted.  Si le he de decir la verdad, la verdad última, es posible que lo tengan, claro, pero, vamos, no era esa mi meta.  Yo estaba tan impermeabilizado a la estructura en que vivía, tan ajeno a ella, que es como si la ignorase.
Yo pertenezco a una casta de señores, que aunque usted no lo crea, no he sabido nunca quiénes eran los ministros de tal cosa y es como si me dijesen: se ha caído un saco de arroz en Navalcarnero, exactamente lo mismo, sabía que no podría salir del sistema en que se estaba por muchos cambios que hubiera.  Ahora sí, realmente creo que he hecho ver lo que eso suponía, sobre todo cuando hablaba de los esperpentos, claro, hacer ver cómo un escritor tiene que ser ante todo un escritor comprometido.
Yo no creo en el escritor que está metido en su torre de marfil tranquilamente haciendo sonetitos o hilvanando adjetivos extraños, ¿verdad?, no, yo creo que un escritor está en el mundo, igual que está en su circunstancia el portero de la casa donde vive y la mujer que le hace la comida y ese mundo tiene unas exigencias y el escritor para mí tiene la obligación de estar siempre como si dijésemos en la oposición, estar intentando limar los errores, purificar de escoria los aciertos, en fin, tiene que ser un escritor de avanzadilla del pensamiento y de la actitud ante las circunstancias en que vive y a Valle-Inclán no se le había dicho nunca eso.  Valle-Inclán pasaba por un señor estrambótico, que dice cosas geniales.
En este país para decir la verdad hay que pasar por loco claro, esto es de siempre, por eso don Quijote dice las cosas que dice, porque como está loco se le toleran, pero le digo que no fue esa mi intención.  Después, claro, se puede ver, la verdad nunca gusta, cuando está desnuda suele ser una cruel deformación…

-¿Smith y Ramírez S.A., su novela corta, es una metáfora del franquismo?

-La vida en Smith y Ramírez es la de un inmenso campo de concentración, muy bien guiado, muy bien llevado, muy bien estudiado, es un campo de concentración experimental, vamos, eso es lo que era.  En cierta forma era el país, claro, sí, es verdad.  Todos vivíamos en el país como niños perdidos, se nos sometía a un trato, se nos decía cómo teníamos que levantarnos, cómo teníamos que saludar, qué era lo que había qué pensar, a qué horas había que rezar.  Creo que todos los regímenes de tipo totalitario deben ser muy parecidos...

-¿Por qué hay tan pocos narradores de cuento en España, quiero decir de calidad?

-En España la vida literaria está muy mediatizada por cosas que no son literatura.  Ha dominado en estos tiempos una literatura tradicional, muy conservadora en sus medios expresivos, que en el fondo se traduce en ramplonería, revela, sobre todo, poca formación literaria precisamente. Hay nombres muy destacados, muy ilustres, qué duda cabe, pero en fin, ahí cada cual hace lo que quiere… También puede ser un problema editorial, problemas de censura, de formación, problemas de muchas cosas, muchas cosas. 
Yo pienso que en España ha habido una cosa nefasta para la literatura en los últimos años, que ha sido la extremada abundancia de premios literarios; existe en España con facilidad el señor que tiene como profesión asistir a los concursos y claro, hay que escribir con arreglo a ciertas cosas, con rapidez, y yo creo que hay que escribir simplemente porque uno se divierte haciéndolo, porque es como si uno confesara en unas páginas… 
Mire usted, cuando yo escribí Primeras Hojas, yo tenía muchísimos recuerdos, muchos, de mi vida de niño.  Y de mi madre, que murió cuando yo tenía seis años, tenía muchos recuerdos aislados que yo no lograba naturalmente hilvanar:  desde que los escribí se me han ido olvidando, pero completamente, me han desaparecido sueños, me han desaparecido, pues, eso, a veces hasta pequeñas emociones del barrio donde viví  y de los pueblecitos por donde anduve, no solamente lo de mi madre sino muchas cosas de las que yo cuento ahí y es como si se hubieran traspasado a otro  que pueda reedificarlas por su cuenta en lugar de reedificarlas yo.  En cambio estas gentes que escriben pensando en el concurso, escriben pensando en que eternamente tendrán que acordarse los convencidos y la posterioridad de que él tuvo ese premio, dos mil, tres mil o seiscientas mil pesetas.  Eso no tiene nada que ver con la literatura…

-Uno de sus personajes dice: "todos somos maestros en disimular el propio, escandaloso, duelo"

-Yo creo que durante años he vivido en una colectividad en la que todos tenían algo que esconder, que era la vergüenza de su propia frustración.  El que quiso ser profesor y no le dejaron, el que quiso casarse con fulana y no le dejaron, el que quiso matarse y le faltó valor para hacerlo, el que quiso marcharse y no pudo o no supo, todos, todos, todos durante mucho tiempo, menos el que jugaba el gran oficio de ser el vencedor, llevamos algo encima que querríamos tener y no tuvimos, ese era el duelo…

-En sus cuentos hay constantes referencias al cine…

-Yo voy al teatro y me aburro soberanísimamente, tengo que hacer un gran esfuerzo, tengo que increpar, invocar a toda mi estructura cultural para darme cuenta de que estoy en el teatro, que estoy cumpliendo con una tradición que viene desde más allá de Esquilo, estoy haciendo verdaderamente un esfuerzo intelectual extraordinario y nunca corresponde el resultado al esfuerzo que hago.  A veces, pues paso un buen rato, me distraigo, comprendo el valor poético, el conflicto dramático, pero lo que está pasando allí, cómo se está montando, cómo se está diciendo, con la pedantería ridícula del actor que tiene que dejar los brazos caídos y un pie adelantado y decir las consonantes y gritar, yo veo toda una falsedad fenomenal.  Yo soy un hombre de cine, desde niño he estado yendo al cine, desde niño he estado yendo al cine a ver las películas por episodios y había que ir todas las semanas, todas las semanas, a comer en el cine, a orinarse en el cine porque uno es pequeño y no puede salir, a pegarse en el acomodador porque le toca a uno columna, porque, claro, no había salas como ahora, era otra cosa…  Y yo he seguido viendo el cine y hoy sigo viendo el cine, ahora ya no voy tanto, no voy tanto porque ya estoy como en la época de releer, ¿verdad? de ver las cosas viejas, desenterrarlas.  En la época en que yo me formaba, el teatro que podíamos ver los españoles era Benavente, teatro benaventiano, luego por fin llegó la explosión del teatro de García Lorca; el teatro de Unamuno, o teatro de Valle-Inclán no se representaba, se estrenaban y fracasaban, la burguesía lo devoraba, pero en cambio pude ver todo René Clair y Charlot entero tantas cosas más.  La diferencia habla por sí sola.  Entre tener que ver el teatro de Casona en mil novecientos treinta y cinco y poder ver El sombrero de paja de Italia  o Tiempos modernos hay una gran diferencia, ¿verdad?  Yo pienso además que en la literatura hay un momento en que el cine pesa sobre la literatura, se intercambian, hay una novela de antes del cine, que es la gran novela tradicional, los realistas del diecinueve, y una novela de después del cine, que quizás comience con Proust y con Joyce y un John Dos Passos y naturalmente yo estoy ahí…

-No sé quien ha dicho que usted es un escritor de izquierdas que publica en un periódico de derechas…

-Eso lo he dicho yo, hombre, yo mismo en un cuento mío, sí, de quien, yo me río de veras, de veras en mis cuentos es de mí mismo, porque me veo en otras situaciones y creo que puedo sacarme de mi contexto y verme y entonces me produce a mí mismo una rosa enorme, sí, pero, además, lo gracioso, ya que recuerda usted esto es que cuando yo escribí eso se publicó en un periódico de derechas, claro, y en el periódico tacharon el de derechas, porque se dio por aludido el propio periódico, eso fue un episodio gracioso que no tiene importancia…  De todos modos quedó muy claro que ha sido en un periódico inteligente, sea cual fuere su color…

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Alonso Zamora Vicente (Madrid, 1916-2006), hizo el bachillerato en el Instituto de San Isidro y luego pasó al Centro de Estudios Históricos donde estudió con Ramón Menéndez Pidal, Américo Castro, Tomás Navarro Tomás, Pedro Salinas y Dámaso Alonso. Especialista en fonética y doctor en Filología Románica de la Universidad Complutense de Madrid, ingresó a la Real Academia Española de la lengua en 1967 y fue su Secretario entre 1971-1989. Durante su exilio en Buenos Aires fue director del Instituto de Filología. En 1968 fue reincorporado al cuerpo docente de la Facultad de Filología de la Universidad Complutense y un año después recibió el Premio Nacional de Ensayo por su libro sobre Valle Inclán. Premio Nacional de Novela en 1980. Doctor Honoris Causa de la Universidad de Salamanca, de Extremadura, de Coimbra y de Santiago de Compostela. Como narrador publicó ¡Estos pobres diablos! (2000); Sin levantar cabeza (1977); A traque barraque (1972); Mesa, sobremesa (1980, Vegas bajas (1987) y Primeras hojas (1985). La entrevista fue concedida en Madrid en el año 1975. Publicada originalmente en el Suplemento del Caribe, Barranquilla, Abril 1978.

®Harold Alvarado Tenorio