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Jaime Jaramillo Escobar
Jaime Jaramillo Escobar, conocido durante la época del Nadaísmo como X-504, es quizás el poeta colombiano vivo mas notable de estos menguados tiempos para la poesía. Nacido en Pueblorico, en 1932, pasó su niñez y juventud en diversos pueblos de las montañas de Antioquia, donde coincidió en la escuela con Gonzalo Arango, el mítico fundador del Nadaísmo, movimiento que debe hoy su existencia a la perdurable obra de este hombre tímido y culto, que alejado de todos los ruidos del mundo, vive en Medellín, pobremente, de ofrecer talleres de poesía hace ya casi veinte años. Jaramillo Escobar es autor de un solo y aumentado libro que todavía se titula Los poemas de la ofensa. Esta entrevista fue concedida en Medellín en casa del poeta a mediados de este año.
Hay una fotografía en la que aparece usted con Gonzalo Arango en el Liceo Juan de Dios Uribe, de Andes, donde estudiaron bachillerato. ¿Fue una mera coincidencia que luego ustedes dos fueran fundadores del Nadaísmo?
Las coincidencias no las aceptan los psicoanalistas. Por tanto, no hay coincidencias. Entonces digamos que son cosas que pasan. Fue una época en que los colegios de bachillerato, así fuera en un pueblo, tenían un sentido intelectual, era el bachillerato clásico, y los estudiantes leíamos en una pequeña biblioteca y ahí nos encontrábamos para comentar los libros con gran seriedad, porque en ese tiempo un muchacho de catorce años se consideraba un hombre. Gonzalo Arango y yo, aunque estábamos en grupos diferentes (él me llevaba un año de ventaja en el bachillerato y en la vida), nos encontrábamos en los libros. Había en su casa, en el solar de su casa, que tenían y aún tienen en los pueblos las familias, un kiosco que él mismo construyó para aislarse a leer con algunos compañeros. Esa amistad se hizo por los libros, por las lecturas. Y después duró toda la vida. Porque los libros siempre son nuestros mejores amigos y son los que arman, organizan nuestras mejores amistades. Fue entonces así como nos encontramos.
Yo tenía un periódico de colegio, que circulaba además en el pueblo, hecho en mimeógrafo, y para el cuarto centenario de Cervantes le pedí a Gonzalo Arango que escribiera algo para el periódico. Su primer artículo, su primera página escrita fue sobre el Quijote, publicada en ese periodiquito del que hoy no queda memoria. Después él vino a Medellín a terminar su bachillerato en la Universidad de Antioquia, porque eso le facilitaba el ingreso a la carrera de abogado, que era la más común en ese tiempo para un país de litigantes, y entonces nos separamos hasta que yo volví a Medellín y lo encontré trabajando en la biblioteca general de la Universidad y para la revista, de la cual era secretario de redacción. El director de la biblioteca era el doctor Abel Naranjo Villegas. Gonzalo escribía reseñas y hacia prácticamente todo. Yo colaboraba con él porque tenía tiempo disponible, le ayudaba a corregir pruebas de la revista y él me retribuía dándome acceso a la parte de la biblioteca que estaba vedada para los estudiantes, porque ahí se encontraban los escritores del Índice en compañía de Satanás.
Usted nació en Pueblorrico.
Sí, yo soy de Pueblorrico, en el suroeste antioqueño. Estuve allí hasta los tres años solamente. De ahí la familia se trasladó a Urrao, porque mis padres eran de allá. De esos primeros tres años tengo unos pocos recuerdos, entre ellos la violencia. Porque en esa época también había una guerra que era de tipo político-religioso y por eso mis padres tuvieron que cambiar de residencia. En Urrao vivieron poco tiempo y después pasaron a Altamira, corregimiento de Betulia. Mis recuerdos más lejanos son de la violencia política y religiosa. Que ha existido en Colombia siempre.
En Altamira hice tres años de escuela primaria y el último en Betulia. El maestro que me enseñó a leer y escribir, don Gabriel Caro Urrego, vive acá en Medellín. Algunas veces me veo con él, o hablamos por teléfono, Tiene 85 años, monta a caballo, baila, canta, toca instrumentos de cuerda; está más joven que yo.
Es entonces allí donde usted comenzó a comprar suplementos literarios por kilos.
Sí, eso fue en Altamira, durante la escuela primaria. No había carretera, y se necesitaban dos días para venir a Medellín, una parte del trayecto a caballo y otra en un ferrocarril que ya no existe. Para envolver velas y jabón y otros abarrotes, algunos tenderos llevaban de Medellín bultos de periódicos y revistas viejos. Los miércoles llegaban los arrieros con sus cargas, entre ellas los bultos de periódicos, y yo estaba muy atento para ir a una tienda en especial donde compraban grandes cantidades de papel periódico y el dueño me permitía extraer los suplementos y me los vendía por kilos. Entonces yo tenía todos esos suplementos, que en ese tiempo eran muy buenos. Conocí en parte la literatura y la poesía brasileña por suplementos literarios de Bogotá. Tenía para leer toda la semana. Ese fue mi inicio en la poesía y en la literatura. Recortaba de esos periódicos poemas y los pegaba en unos álbumes de los cuales todavía conservo algunos que le voy a mostrar.
¿Cuáles otros poetas leyó en ese tiempo?
Además de los poetas que se publicaban en los periódicos y revistas, estaba la célebre colección de Simón Latino que después usted ha reeditado con La Gran Colombia de Bogotá. Esos cuadernillos fueron muy importantes en América porque llegaban a todas partes, así fuera el pueblito más lejano, a donde viajaban a caballo después de varios días de camino. Además había otros cuadernillos baratos, que se conseguían con los cacharreros que iban de vez en cuando al pueblo. Junto con los periódicos era lo principal que yo tenía a mi disposición para leer y esa fue mi escuela de poesía.
En realidad creo que nadie me enseñó nada sobre la poesía. Yo nací aprendido, porque desde el primer momento en que empecé a leer y escribir tuve una comprensión total que hoy, después de diecinueve años en talleres de poesía, encuentro muy escasa en los compañeros de grupo. Tenía esa intuición desde muy pequeño, desde que tengo memoria, desde que aprendí a escribir. Por eso le he dicho a mi maestro de escuela que él fue quien me enseñó a escribir poesías.
¿Usted leyó la Biblia?
Leí la Biblia porque le pedí al cura del pueblo, el padre Morales, Aureliano Morales, que si me la podía prestar. En ese tiempo se consideraba que los niños no la sabrían leer. Pero este padre, a pesar de ser época de rigor extremo en cosas de religión, tuvo la intuición de prestarme su Biblia, un ejemplar de lujo, empastado en cuero rojo, para un niño de manos sucias. La tuve el tiempo que la necesité, que no fue mucho, se la devolví y nunca le pregunté nada, porque no necesité preguntarle, excepto que me tradujese unas palabras del Latín. Desde entonces ha sido un libro maravilloso para mí.
¿Cuáles serían los autores que más leyó en su juventud?
El más importante en ese tiempo fue Porfirio Barba-Jacob, mi primer maestro de poesía porque era el que estaba en todas partes. Sabía de memoria sus poemas. Los recitaba por esos caminos, que eran trochas. No he dejado de leerlos. Además de eso estaban los poemas de León de Greiff. Sí, admiraba mucho a León de Greiff y me aprendí sus poemas más conocidos entonces. Años después tendría el gusto de hacer su último libro, el "Libro de Relatos". Él hizo la selección; se lo voy a mostrar. Esa edición la hice en Bogotá. Fui amigo de León en sus últimos dos años de vida. Antes no. Yo lo veía en Bogotá y le tenía miedo. Se decía que era mejor no arrimársele porque uno podía salir regañado. Lo miraba de lejos con mucho respeto, con admiración por su poesía, pero no me atreví a acercármele hasta el día que decidí hacer ese libro. Fue cariñoso conmigo, muy querible, tengo un bello recuerdo de ese tiempo. Lo mismo me pasó con Ciro Mendía, a quien también leí en esos años de que estamos hablando, y tuve igualmente el gusto de hacer su último libro, aproximadamente dos años antes de su muerte. Fue también un amigo muy querido; ya estaba ciego en ese tiempo. Me decía Jaimito, con delicado cariño. Eso en él parecía extraordinario, porque era un hombre fuerte, que no acostumbraba demostrar su afecto con diminutivos. Esos dos maestros fueron y siguen siendo muy importantes para mí, como son siempre todos los maestros en la vida de cualquier escritor que quiera estar despierto mientras vive.
¿Y los poetas del Brasil?
Desde luego, Manuel Bandeira, Carlos Drummond de Andrade, Vinicius de Moraes. y todos sus contemporáneos. Aparecían aquí en buenas traducciones. Después llegaron las de Ángel Crespo, y luego en Bogotá, más tarde, estudié portugués con doña Norma Ramos y pude relacionarme mejor con la poesía del Brasil y Portugal. También conocí a Walt Whitman, traducido al portugués en versos cortos.
¿Cómo era ese Gonzalo Arango de su juventud?
Gonzalo era un hombre de fuego, él tenía su propia energía. Coincidíamos en muchas cosas: el amor por la Naturaleza, la afición por el río, y la breve selección de autores. Acostumbrábamos ir al río, porque el colegio de bachillerato de Andes queda en la orilla del río San Juan. Allá hay unos charcos donde íbamos a bañarnos desnudos. Los pantalones de baño eran escasos, caros y feos, y en realidad no se necesitaban. Nos pasábamos todo el día comiendo guayabas y leyendo clásicos, y también improvisando discursos. Discursos no políticos, sino literarios, con nuestros pocos conocimientos, que hoy en día me parecen muchos, pues hacíamos discursos sobre literatura griega. Le hablábamos al río porque allá nadie nos oía ni nos regañaba. El río es ruidoso, tiene muchas piedras. En esa época existía el culto por la elocuencia, y nosotros queríamos ser elocuentes. Era muy lindo ser elocuente. Ahora los poetas ni siquiera saben leer.
¿Dónde está usted, qué lugar ocupa en la fundación del Nadaísmo?
Gonzalo Arango funda el Nadaísmo en Medellín, en agosto del año 58, con un grupo de amigos. En ese tiempo yo vivo en Cali, y de pronto aparece allí Gonzalo con su proyecto del Nadaísmo. Me entero, voy a encontrarme con él, y él convoca a unas reuniones de jóvenes para incitarlos con su propuesta. Allí aparecen Jotamario Arbeláez, Diego León Giraldo -ya fallecido- y otros más. Nos hacemos todos muy amigos, un grupo que perduró el resto de la vida. Leemos los manifiestos y nos identificamos con el pensamiento de Gonzalo, con sus propósitos en ese momento. Desde luego, me considero en el grupo inicial del Nadaísmo.
Yo había ido en el año 53 a Bogotá, de Bogota fui a Cali aproximadamente en el 56, y trabajaba en las computadoras de la época. Parecían ballenas que tragaban tarjetas perforadas. En Cali estuve hasta el 62 y regresé a Bogotá. Pensaba que en Bogotá podría tener más facilidades con respecto a las cosas que siempre me han interesado. Allá edité con Gonzalo los ocho números de la revista “Nadaísmo”.
¿Cómo son los recuerdos de ese Cali de entonces?
Para mí son espléndidos, nadando en las piscinas, en los ríos. Total, que yo identifico a Cali con el agua. Todos los poemas que hasta ahora he publicado fueron escritos en Cali. Nunca he escrito un poema fuera de Cali, en donde he vivido varias veces. La primera, en la época del Nadaísmo. La última, antes de venirme para Medellín en el año 85. Cali tuvo para mí una magia, un encanto, un misterio. Se origina en que cuando yo estaba niño, en Antioquia, oía hablar de que los antioqueños, aventureros, se iban para el Valle del Cauca y allá vivían una vida muy distinta a la de Antioquia, empezando por la geografía. Desde ese momento el Valle empezó a atraerme con algo que a la vez era un poco peligroso o malévolo, en regiones de frontera. Aún los antioqueños andaban por toda Colombia abriendo espacios, y como a mí me habían dicho que el diablo vivía en Cali, por eso me fui para allá.
Ahora regresemos a Walt Whitman.
Como te dije, había leído de niño la Biblia. No la lectura que hacen los Testigos de Jehová, ni la lectura dirigida que se hace en las casas. Ni la lectura religiosa, sino la lectura histórica y literaria. Contaría catorce años en ese tiempo. Entonces, cuando me encuentro con Walt Whitman, que tiene su origen en el versículo, veo la gran voz que siempre he creído que debe ser la poesía. La gran voz de la humanidad.
¿Cuando usted escribe "Los poemas de la ofensa" lo hace de manera deliberada, en el sentido de que desea crear una ruptura con la tradición poética colombiana, o fueron actos aislados, fortuitos?
Aunque me había criado con la métrica y la manejaba muy bien, ya para entonces estaba claro el predominio de otras formas en la poesía. Pero el problema no es de forma, sino de concepto y contenido. Ya te dije que mi psicoanalista no acepta las casualidades. Una vez que nació una plantita inesperada en mi jardín, él empezó a buscar razones lógicas para que así hubiera sido.
Hablemos ahora del seudónimo, de ese seudónimo X-504, que usó usted durante mucho tiempo.
Ese seudónimo, para sorpresa mía, se ha conocido en muchas partes. La traducción que Pablo Hecker Filho hizo en Porto Alegre conserva el seudónimo, y tengo recortes de periódicos del Brasil que también prefieren utilizarlo. Hoy creo que, excepto por motivos periodísticos, sólo se llega a ser escritor cuando se es capaz de firmar con nombre propio. De todos modos, corresponde con el número de mi cédula de ciudadanía. Gallina lo pone.
Hay varias versiones de cómo ganó usted el premio de poesía nadaísta Cassius Clay.
Cuando se publicaron las bases yo vivía en Barranquilla. El concurso se convocó en Bogotá, y como tenía ese libro inédito hacía años, pues lo mandé a ese concurso. Era una época en que no había muchos concursos de poesía, nunca ha habido muchos concursos de poesía en Colombia. Me pareció que, siendo un concurso del Nadaísmo, yo podía enviar mis poemas, los envié y me olvidé de eso hasta el día en que me llamó Gonzalo Arango para avisarme, o tal vez lo vi en la prensa, no recuerdo bien. Fue una sorpresa. Desde luego, me invitaron a Bogotá para la entrega del premio, que eran cinco mil pesos, pero no me pareció que el viaje se justificara. Hasta hoy, que usted me lo dice, ignoraba que existieran “versiones”.
¡Dicen que usted escribe desnudo!
Yo solamente puedo escribir desnudo; no puedo escribir vestido. Cuando se publicó que yo escribía desnudo, los periodistas púdicos empezaron a decir que eso significaba que escribía desnudo de prejuicios. Siempre he estado desnudo de prejuicios, pero cuando digo que escribo desnudo quiero decir en peloto. La ropa es un disfraz, una cobertura que nos ponemos para aislarnos. Siempre vivo desnudo, porque no tengo nada qué ocultar
®Harold Alvarado Tenorio |