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Jorge Luis Borges
Borges, no se si recuerda, nos conocimos en Islandia…
Si, en ese hotel de Reikjavick, en el otoño del setenta y uno ¿no? Usted quería hacer una foto… ¿Hizo usted la foto? Ese año me nombraron islandés honorario: usted me encontró porque en el diario decía que me nombraban “el gran trovador escandinavo”… ¿Va Usted a grabar esta conversación? Mi voz es horrible, parece un batido de matusalén con chillidos de un bebé…
Si, la foto la hizo su traductor de entonces, qué hacía en Islandia…
Iba a Jerusalém a recibir un dinerito… Islandia ha sido una de mis curiosidades desde la juventud, desde cuando leí en las traducciones de las sagas que hizo William Morris. Lo que entendemos hoy por cultura germánica tuvo su culminación en Islandia y produjo una literatura muy rica. En algunos de mis primeros libros escribí sobre la poesía de los escaldos, en especial sobre Snorri Sturluson y creo haber aprendido a narrar en esos libros. En las sagas ya está la novela moderna y de una manera más eficaz. Los islandeses hablan como hace siete siglos, pueden leer a sus clásicos sin tener que recurrir a diccionarios o a explicaciones, y desprecian a los noruegos y los suecos porque consideran que sus lenguas se han deformado. Las ediciones que tengo de la Heimskringla y de la Edda Menor no tienen notas, la gente entiende todo. El islandés tiene una belleza muy particular por su sonoridad y porque todavía se puede formar palabras compuestas sin que esas palabras resultan artificiales o pedantes. Yo estudio islandés los sábados y los domingos, con un grupo medio secreto de personas… Islandia es un gran país de clase media, no hay ni ricos ni pobres. Yo escribí un poema luego de esa visita, creo recordar que comienza:
Qué dicha para todos los hombres,
Islandia de los mares, que existas.
Islandia de la nieve silenciosa y del agua ferviente.
Islandia de la noche que se aboveda
sobre la vigilancia y el sueño.
Déjeme ordenar un poco estas preguntas. Vamos al principio de los tiempos, digamos su bisabuelo materno, el coronel Isidoro Suárez…
Bueno, se remonta usted muy lejos… Se llamaba Manuel Isidoro Suárez… Yo tenía unos 18 años cuando falleció mi abuela, que nos contaba las historias de él. Era hijo de Nicolás Suárez y Pérez y de Leonor Merlo y Rubio, nació en la esquina de San Martín y Cangallo, a tres cuadras de la Plaza de Mayo. A los catorce años se enroló como cadete en el Regimiento de Granaderos a Caballo y al año lo nombraron portaestandarte del tercer escuadrón, luego lo hicieron alférez y hacía parte del Ejército de los Andes de San Martín cuando la batalla de Maipú y en la batalla de Junín comandó los Húsares de Perú, un regimiento de caballería peruana y colombiana donde había pocos argentinos, ya San Martín se había ido, estaba a las órdenes de Bolívar y él comandó una carga de caballería que decidió la batalla. La batalla de Junín sería militarmente una escaramuza, sólo duró tres cuartos de hora y no se disparó un solo tiro, fue una batalla entre la caballería patriota y la caballería española y toda la batalla fue entre sable y lanza, y allí mi bisabuelo atravesó con su lanza a un español que había tomado prisionero al Coronel José Valentín de Olavaria, que era un amigo suyo, entonces él vio eso, fue al galope, y lo atravesó al godo, como se decía entonces, y le dio la libertad a su amigo, que era uno de los hombres más valientes del ejército de la independencia, pero, como Carlos XII, había una cosa a la que él le tenía mucho miedo, la oscuridad, no podía dormir en lo oscuro; Carlos XII de Suecia, para mí uno de los hombres más valientes que registra la historia, tenía miedo a la oscuridad también, Olavarría igualmente… Yo he dedicado demasiados poemas a mi bisabuelo, deben ser en verdad borradores… Sucre en las cartas que escribió a Bolívar hizo repetidos elogios de él… Era primo segundo de Rosas pero prefirió el destierro y la pobreza en Montevideo a vivir bajo su dictadura, le confiscaron los bienes y a uno de sus hermanos lo ejecutaron…
Y doña Leonor…
Bueno, puedo contarle una anécdota o dos. Voy a empezar por una, un poco truculenta. Mi madre había cumplido noventa y tantos años, la llamaron por teléfono, una noche, serían las tres de la mañana. Yo oí el teléfono vagamente, me dormí y le pregunté al día siguiente si habían llamado o si había soñado aquello. Y me dijo, no, era el teléfono. ¿Quién era? Y, bueno, me dice, un sonso. Este, ¿qué te dijo? Bueno, me dijo, dice, con una voz así muy grosera, “yo voy a matarte a vos y a tu hijo”. Mi madre dijo, “Por qué Señor.”, “Porque soy peronista”. Entonces mi madre le dijo: “Bueno, matar a mi hijo que está ciego es una gran hazaña, pero en cuánto a mí he cumplido 90 y tantos años y es mejor que se apure, porque a lo mejor me le muero antes” y le colgó el tubo. Sí, “me le muero antes”. Qué raro, mi madre salió con esa criollada, ¿eh?…
Voy a contarle otra anécdota, totalmente distinta. Yo estaba dictándole un cuento que a ella no le gustaba, porque era un cuento de cuchilleros, la historia de dos hermanos, uno tiene una querida y el menor se enamora de ella, el mayor piensa, y el menor también, que lo más importante es su amistad, que la mujer es una intrusa en su vida, todo esto ocurre entre gente muy primitiva, muy bárbara, entonces mata la mujer, para que la mujer no los divida, y, éste, llegamos a un momento en el cual el mayor tiene que decirle al menor que la ha matado.
Yo no sabía con que palabras decirlo, yo estaba dictándole esas líneas finales y decisivas a mi madre y mi madre estaba con la pluma en la mano y me dijo, espera, y se quedó así, abstraída, y luego me dijo: “ya sé lo que le dijo”, como si hubiera ocurrido aquello, éste, no me dijo “puede decirle tal cosa”, como si fuera de veras el cuento, “ya sé lo que le dijo”, bueno, le dije, entonces escribilo, entonces mi madre leyó, lo que ella había escrito era la frase perfecta “a trabajar hermano, esta mañana la maté”, pero él no le dice directamente que él la ha matado, sino que él ya lo hace cómplice, al otro, se entiende que tiene que enterrarla, él le dice esa orden, él es el mayor, entonces le dice “a trabajar hermano” y luego después, una especie de after for, “esta mañana la maté”, entonces los dos la entierran.
Ahora, esa frase, sin la cual, éste, el cuento no hubiera existido, esa frase me la dio mi madre, y esa frase ha sido muy elogiada, parece que es exactamente lo que debe decir, pero mi madre me dijo “ya sé lo que dijo” como si fuera cierto, y luego me pidió que no volviera a escribir más cuentos de cuchilleros…
Cuénteme sobre aquellos poemas revolucionarios que usted redactó cuando era ultraísta…
En primer término esos poemas eran muy flojos, en segundo término ser partidario del comunismo en 1917 era algo completamente distinto de ser comunista ahora, porque ahora quiénes son comunistas son partidarios digamos del imperio de Rusia, en cambio en aquel tiempo pensábamos en el maximalismo, como se le llamaba, como una posibilidad de fraternidad entre los hombres, de que no hubiera nacionalidades de que no hubiera guerras; lo veíamos así, no tiene absolutamente nada que ver con las Repúblicas Soviéticas actuales… Si yo me arrepiento de esos poemas es sobre todo por razones literarias, realmente eran malísimos…
¿Quienes le han influenciado….Borges?
Yo creo que todos los libros que he leído han influido en mi obra, que todos mis amigos han influido en mi obra, que sin duda mis antepasados, mis mayores han influido en mi obra, y hay grandes escritores que no han influido en mi obra, por ejemplo, éste, Joseph Conrad, la verdad es que yo lo he leído, pero yo no he sido digno de Conrad, y escritores que yo aprecio menos y que han influido en mi obra como Chesterton…
O Macedonio Fernández…
Yo heredé la amistad de Macedonio Fernández de mi padre. Hicieron juntos la carrera de abogacía, y recuerdo, de chico, cuando volvimos de Europa -esto fue el año 1.920-, ahí estaba Macedonio Fernández esperándonos en la dársena. De modo que, bueno, ahí estaba la patria. Un hombre que vivía dedicado al pensamiento; dedicado a pensar esos problemas esenciales que se llaman -no sin ambición- la filosofía o la metafísica. Macedonio vivía pensando, de igual modo que Xul Solar vivía recreando y reformando el mundo. Macedonio me dijo que él escribía para ayudarse a pensar. Es decir, él no pensó nunca en publicar. Es verdad que, en vida, salió un libro suyo, Papeles de recién venido, yo le "robé" un poco los papeles a Macedonio: Macedonio no quería publicar, no tenía ningún interés en publicar, y no pensó en lectores tampoco. Él escribía para ayudarse a pensar, y le daba tan poca importancia a sus manuscritos, que se mudaba de una pensión a otra -por razones, bueno, fácilmente adivinables, ¿no?, y eran siempre pensiones, o del barrio de los Tribunales o del barrio del Once, donde había nacido, y abandonaba allí sus escritos. Entonces, nosotros lo recriminábamos por eso, porque él se escapaba de una pensión y dejaba un alto de manuscritos, y eso se perdía. Nosotros le decíamos: "Pero Macedonio, ¿por qué hacés eso?"; entonces él, con sincero asombro, nos decía: "¿Pero ustedes creen que yo puedo pensar algo nuevo? Ustedes tienen que saber que siempre estoy pensando las mismas cosas, yo no pierdo nada. Volveré a pensar en tal pensión del Once lo que pensé en otra antes, ¿no? Pensaré en la calle Jujuy lo que pensaba en la calle Misiones".
Y ¿Schopenhauer y el budismo?
Si, he dedicado muchos años al estudio de la filosofía china, especialmente al taoísmo, que me han interesado mucho y también he estudiado el budismo. He estado también muy interesado por el sufismo. De modo que todo eso ha influido en mí, pero no sé hasta dónde. He estudiado esas religiones, o esas filosofías orientales como posibilidades para el pensamiento o para la conducta, o las he estudiado desde el punto de vista imaginativo para la literatura. Pero yo creo que eso ocurre con toda la filosofía. Creo que fuera de Schopenhauer, o de Berkeley, yo no he tenido nunca la sensación de estar leyendo una descripción verdadera o siquiera verosímil del mundo. He visto más bien en la metafísica una rama de la literatura fantástica. Por ejemplo, yo no estoy seguro de ser cristiano; pero he leído muchos libros de teología –El libre albedrío, Los castigos y Los goces eternos- por los problemas teológicos. Todo eso me ha interesado, pero como una posibilidad para la imaginación.
Usted ha vivido la mayor parte de su vida en Buenos Aires, ¿por qué?
Yo no podría vivir fuera de Buenos Aires, estoy acostumbrado a ella como estoy acostumbrado de mi voz, a mi cuerpo, a ser Borges, a esa serie de costumbres que se llaman Borges. No es que la admire especialmente, es algo más profundo. Mi vida está en Buenos Aires; además voy a cumplir ochenta y dos años, sería absurdo que quisiera rehacer mi vida en otra parte. No tengo motivo para hacerlo. Mi madre murió en Buenos Aires, mi hermana y mis sobrinos viven allí, mis amigos todos están en Buenos Aires. Yo he escrito mucho sobre mi ciudad.
Cuatro o cinco versiones ha hecho de Fervor de Buenos Aires en la última Buenos Aires es ya cualquier ciudad…
Usted me acusa de estar destruyendo a Buenos Aires… cuando yo escribí ese libro yo había leído demasiado de los clásicos españoles, abunda en arcaísmos, había frases, por ejemplo, yo recuerdo habré escrito "minucia guarismal", eso es evidentemente horrible, ahora puse "pormenor numérico", se nota menos feo; yo tengo derecho a modificar lo que he escrito y además las versiones antiguas están a la venta, yo no oculto nada, simplemente he ido corrigiendo aquellos antiguos borradores, además todo lo que yo escribo es un borrador, todo puede ser infinitamente corregible, yo no escribo páginas definitivas, a mí me pareció tan raro cuando Enrique Larreta publicó un libro La gloria de don Ramiro, y puso, edición definitiva, pero como podía saber él que al día siguiente tenía que encontrar que era mejor poner punto donde él había puesto punto y coma, por ejemplo, cómo podía defenderse de eso, como resignarse a todos los adjetivos, a todos los signos de puntuación de ese libro, cómo no pensar que sería mejor, por ejemplo, donde puso encarnado poner rojo, cómo podía uno decir, edición definitiva, las ediciones definitivas se hacen cuando uno ha muerto, entonces ya son desgraciadamente definitivas, mientras tanto todo es corregible, mejorable…
No gusta del tango…
Todo mundo está de acuerdo con que el tango nació en los lupanares. Incluso se puede determinar la fecha, hacia 1880. Los instrumentos prueban que no fue una música popular. El piano, la flauta y el violín corresponden a un nivel económico alto, precisamente el de los prostíbulos de Buenos Aires. Estaban en lo que ahora es el barrio judío y lo llamaban el barrio Tenebroso. Era el centro de la mala vida. El pueblo no lo aceptó porque sabía que tenía esa raíz infame. El era como dijo Lugones “un reptil de lupanar”. Cuando yo era chico vivía en los arrabales, en Palermo, y vi muchas veces cómo llegaba el organillero y se bailaba tango. Se bailaba entre hombres porque las mujeres no conocían esa raíz infame. Las mujeres de esos hombres, chulos, no habrían querido nunca bailar eso. El tango era una infamia y no bailar era una manera de demostrar que eran pobres pero decentes.
Usted me dijo que escribió Tlon, Uqbar, Orbis Tertius como jugando…
Cuando yo lo escribí lo hice como juego, yo me acuerdo que me reía cuando lo escribía, yo me sentía muy feliz… Sabe, cuando todavía podía ver, me encantaba escribir, cada momento, cada frase. Las palabras eran como juguetes mágicos con los que yo jugaba y movía de toda clase de formas. Desde que perdí la vista a los cincuenta años, no he podido regocijarme con la escritura con esta naturalidad. He tenido que dictarlo todo, volverme un dictador más que un jugador de palabras. Es difícil divertirse con juguetes cuando uno está ciego. Me divertí mucho escribiendo eso. Nunca dejé de reírme, de principio a fin. Todo era una enorme broma metafísica. La idea del eterno regreso es, claro está, una vieja idea de los estoicos. San Agustín condenó esta idea en Civitas Dei, cuando compara la creencia pagana en un orden cíclico del tiempo, la Ciudad de Babilonia, con el concepto lineal, profético y mesiánico del tiempo que se encuentra en la Ciudad de Dios, Jerusalén. Este último concepto ha prevalecido en nuestra cultura occidental desde San Agustín. Sin embargo, creo que puede haber algo de verdad en la vieja idea de que, detrás del aparente desorden del universo y de las palabras que usamos para hablar de nuestro universo, podría surgir un orden oculto... un orden de repetición o coincidencia.
Entonces no habría progreso…
Soy tan anticuado, Alvarado, que creo en el progreso. Al hablar de optimismo y de pesimismo, creo que no es inútil recordar que estas dos palabras fueron inventadas humorísticamente. Leibniz creía que vivimos en el mejor de los mundos. Entonces, Voltaire, que se rió de él con el personaje de Pangloss de Candide, inventó la palabra optimismo. Y, evidentemente, una vez aparecida la palabra optimismo, la palabra pesimismo era inevitable. Yo creo en un sentido general del progreso, pero pienso más bien en la línea espiral de Goethe, es decir, que no considero al martes, por fuerza, superior al lunes anterior o al miércoles que le seguirá. Creo que después de varias centenas y millares de lunes o de martes las cosas serán evidentemente, mejores.
Ahora se cree que el progreso es la sociedad de consumo…
Yo leí hace muchos años en un libro de Thorstein B. Veblen [The Theory of the Leisure Class ] sobre la clase que él llama ociosa, donde dice que uno de los rasgos de la sociedad actual es que las personas deben gastar de un modo ostentoso y se imponen una serie de deberes: hay que vivir en tal barrio o hay que veranear en tal playa. Según Veblen, un sastre en Londres, o en París, cobra una suma exagerada porque lo que se busca en ese sastre es justamente que sea muy caro lo que vende. O, tambien, un pintor pinta un cuadro, que puede ser desdeñable, pero como es un pintor famoso lo vende por una suma altísima. El objeto de ese cuadro es que el comprador pueda decir “aquí tengo un Picasso”. Yo creo que eso debe ser combatido. Yo no tengo ninguna de esas supersticiones.
Qué decir de la idea de originalidad…
Yo creo que la originalidad es imposible. Uno puede variar muy ligeramente el pasado, cada escritor puede tener una nueva entonación, un nuevo matiz, pero nada más. Quizá cada generación esté escribiendo el mismo poema, volviendo a contar el mismo cuento, pero con una pequeña y preciosa diferencia: de entonación, de voz y basta con eso.
Dicen que los ciegos vislumbran el futuro, cómo sería ese futuro, Borges…
El futuro depende de nosotros. Hay una sola cosa que sabemos, y es que va a ser distinto al presente, y además a qué hablar del futuro, porque habrá muchos futuros, que no se parecerán entre sí, como el siglo XIX no se parece al XVIII, ni el XVIII al XVII, posiblemente ahora vivamos en una época en que la máquina es muy importante, todo eso puede olvidarse, ahora estamos muy interesados en astronomía, en explorar el espacio astronómico, todo eso puede olvidarse, puede venir una época de pasión religiosa, sin duda ocurrirán muchas cosas, lo mejor es no anticiparnos a ellas, no podemos preverlas, pero podemos soñar con ellas…
A fin de cuentas usted qué es Borges, ¿es anarquista o es conservador o qué?
Anarquista, pues yo creo que lo mejor sería un país que no precisara de un gobierno. Quizás con el tiempo lleguemos a eso, por el momento, no. Por el momento, el gobierno es un mal necesario, pero lamentablemente en todas partes el Estado cada vez se torna más molesto. Cuando fuimos a Europa en el año 1914, viajamos sin pasaporte y uno pasaba de un país a otro como de una estación a otra. Claro, después de la Primera Guerra Mundial comenzó a desconfiarse... ¡Pero, ahora! ¡Usted no puede salir a la calle sin la cédula o el pasaporte porque el Estado se mete en todo y hasta lo lleva detenido! ¡Es una barbaridad! Yo fui comunista, socialista, conservador y ahora soy anarquista. Es decir, yo en el año dieciocho creí en la revolución rusa. Ahora veo que ese es un modo de llegar al imperialismo. Ahora yo querría que hubiera un sólo Estado, que desaparecieran las diversas naciones, pero sé que no estamos maduros para eso. Hay, en este país, algunas circunstancias favorables que se han dado aquí y no en otras repúblicas del continente. Desearía preguntarme por qué no han sido aprovechadas. Tenemos una fuerte clase media, también es ventajosa la inmigración de muchos países.
Usted ha dicho muchas veces que la democracia no existe…
Yo descreí de la democracia durante mucho tiempo pero el pueblo argentino se ha encargado de demostrarme que estaba equivocado. En 1976, cuando los militares dieron el golpe de Estado, yo pensé: al fin vamos a tener un Gobierno de caballeros. Pero ellos mismos me hicieron cambiar de opinión aunque tardé en tener noticias de los desaparecidos, los crímenes y las atrocidades que cometieron. Un día vinieron a mi casa las madres de Plaza de Mayo a contarme lo que pasaba. Hace poco estuve en el juicio y conocí al fiscal, allí recordé la frase de Almafuerte: "sólo pide justicia, pero será mejor que no pidas nada". Todo esto es muy triste y habría que tratar de olvidarlo. El olvido también es una forma de venganza. Fue un periodo diabólico y hay que tratar de que pertenezca al pasado. Sin embargo, por todo lo que ocurre ahora pienso que hay mucha gente que siente nostalgia por ese pasado. Claro que a mi me resulta fácil decir que debemos olvidar, probablemente si tuviera hijos y hubieran sido secuestrados no pensaría así…
Y que mas que político es un hombre ético...
Soy un hombre que se sabe incapaz de ofrecer sus soluciones, pero creo poder aceptar las de otros. No entiendo de política, mi vida personal no ha sido otra cosa que una serie de errores. Pero estoy condenado a ello. He tratado de ser un hombre ético, aunque quizá sea imposible serlo en esta sociedad en la que nos ha tocado vivir, ya que todos somos cómplices o víctimas, o ambas cosas. Sin embargo, creo en la ética. La ética puede salvarnos personalmente y colectivamente también. Yo, como usted, seguramente, estoy en un estado de resignada desesperación. No veo solución a los problemas que nos aquejan. Y no me refiero sólo a nuestro país, porque lo que aquí sucede es, sin duda, menos importante que lo que ocurre en el mundo entero. Creo que Spengler tenía razón cuando habló de la declinación de Occidente. Esa declinación es general.
Todo el mundo dice que usted es muy enamorado…
Estar enamorado es sentir que existe algo único, precioso y sobre todo indispensable en alguien. Yo no estoy tan seguro. Yo diría que el amor no puede prescindir de la amistad. Si el amor prescinde de la amistad es una forma de locura. Una especie de frenesí, un error en suma. Que en la amistad haya algún elemento del amor puede ser; pero son dos cosas diferentes. El amor exige pruebas sobrenaturales, uno querría que la persona que está enamorada o enamorado de uno le diera pruebas milagrosas de ese amor. En cambio la amistad no necesita de pruebas. La felicidad es una cosa serena y no sé hasta dónde conviene la exaltación. Hay que dejarla llegar y ser hospitalario con ella. Uno va caminando por una calle, por ejemplo, y de pronto se siente feliz. Esto puede deberse a dos cosas: un estado fisiológico o una felicidad anterior a la que responden temperatura, luz y calle. Me observo y me veo como a un hombre que cree estar enamorado de una mujer y luego comprueba que ya no lo está. Eso no ha sido una decisión mía. Ha sido algo que me fue revelado. He comprobado eso en mí.
En verdad hubo demasiadas mujeres en mi vida. No recuerdo, fuera de los primeros años de mi vida, una época en que no estuviera enamorado y siempre de una mujer única e irremplazable, salvo que esta mujer única, como es natural, no era la misma. Esos amores han sido dedicados a mujeres sucesivas. Cada vez creía que era la única. Es natural, siempre pasa así.
Ahora me siento lleno de amistad, lleno de amor y espero seguir así hasta el momento de mi muerte.
Ahora recuerdo este soneto suyo que dice:
He cometido el peor de los pecados
que un hombre puede cometer. No he sido
feliz. Que los glaciares del olvido
me arrastren y me pierdan, despiadados.
Mis padres me engendraron
para el juego arriesgado y hermoso de la vida,
para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida
no fue su joven voluntad. Mi mente
se aplicó a las simétricas porfías
del arte, que entreteje naderías.
Me legaron valor. No fui valiente.
No me abandona. Siempre está a mi lado
La sombra de haber sido un desdichado.
Yo escribí ese mal soneto a los pocos días de la muerte de mi madre que murió a los 99. Creo que debí haber sido más bueno con ella… Pensé que la había hecho sufrir con mis dolencias y ahora se que es nuestro deber ser felices no por nosotros sino por las personas que nos quieren...
Buenas lenguas me han dicho que usted conoció ciertas drogas…
Si, pero fracasé con la cocaína y con la marihuana. Hice varios experimentos sinceros, cinco o seis. Y con la cocaína, sí, me sentía gárrulo, pero muy nervioso. Con la marihuana, en cambio, no sentí absolutamente nada. Ahora, yo estuve a punto de ser borracho. Todos las sábados salíamos Francisco Luis Bernardez y yo a recorrer los arrabales de Buenos Aires, entonces, como no había mucho que ver, entrábamos a los almacenes, pedíamos así, para ser criollos, una caña brasileña, un guindado oriental o lo que fuera. Eso duró algún tiempo. Hasta que un día estaba en una reunión y alguien, quizás un ángel, dijo: “Lástima que Borges sea borracho”. No se quien dijo eso, pues yo no me di la vuelta, pero dejé el alcohol en ese instante. Desde entonces sólo he probado el vino. Sólo un poquito de champagne en alguna fiesta de fin de año…
Otras dicen que su obra ha sido concebida mientras camina por Buenos Aires…
Si, debo a las calles, a las peluquerías, a los cafés, a los andenes de Constitución y de Retiro, mis mejores ideas…
Y sus detractores que usted no gusta de la supuesta tradición latinoamericana.
La tradición latinoamericana es lo universal, precisamente la ventaja que le llevamos a Europa, es que un europeo no es un europeo, es un inglés, es un noruego, es un francés; en cambio nosotros podemos aceptar todas las culturas, precisamente por el hecho de que nuestra tradición es pobre, así que estamos obligados a ser hospitalarios, yo creo que esa es la tradición latinoamericana, es que tenemos el gran ejemplo de Rubén Darío, Rubén Darío, renovó el idioma castellano, cómo lo hizo?, lo hizo leyendo a Hugo, leyendo a Verlaine, leyendo a Poe, y luego trayéndonos esa música nadie considera que es un malhechor, ha sido un bienhechor.
Otros desdeñan a Rubén…
Todos, más allá de nuestras opiniones, todos somos hijos de Rubén Darío, todo procede del modernismo, al decir modernismo pienso evidentemente en su jefe, aunque desde luego hay están los otros, desde luego hay están Valencia, Lugones, Jaimes Freyre, Amado Nervo, etc., podría mencionar muchos nombres… yo recuerdo haber conversado cuatro o cinco veces en mi vida con Leopoldo Lugones y él desviaba la conversación para hablar de "mi amigo y maestro Rubén Darío", a él le gustaba reconocerse discípulo de Darío, y de algún modo, aunque lo que yo escriba no se parezca a Darío, Darío era dueño de una música que yo no puedo alcanzar, que no trato de alcanzar tampoco, sin embargo, sin duda, yo no escribiría lo que he escrito sin Darío, porque cuando por un idioma pasa alguien como Rubén Darío ya todo cambia…
¿Hay Borges, diferencia entre lo que llamamos poesía y lo que llamamos prosa?
Yo creo que la diferencia esencial está en el lector, no en el texto., El lector, ante una página en prosa espera noticias, información, razonamientos; en cambio, el que lee una página en verso sabe que tiene que emocionarse. En el texto no hay ninguna diferencia, pero en el lector sí, porque la actitud del lector es distinta.
Ahora, ambas, la prosa y el verso, son medio idóneos para expresarse. Stevenson pensaba que la prosa viene a ser la forma más compleja del verso. No olvide que para Mallarme, desde el momento que cuidamos lo que escribimos, versificamos. Yo creo con Stevenson que la prosa es más compleja del verso, pero hay literaturas que no han alcanzado nunca la prosa.
¿Por qué escribe Borges, cómo escribe?
Escribo porque siento que cumplo una función que es necesaria para mi, si no escribo siento desventura y remordimiento. Escribo con suma dificultad. Creo que conviene que el escritor intervenga lo menos posible en la obra, que no debe buscar experiencias, las experiencias deben buscarlo. Cuando yo escribo un poema es porque el poema insiste en que yo lo escriba pero yo no me propongo el tema.
Usted ha estado siempre en desacuerdo con la literatura llamada de compromiso…
Sí, pero quizás esa idea puede llevar a una buena literatura. Hay ejemplos a los cuales yo recurro siempre. Yo descreía de la democracia, pero quizá, sin duda la democracia le sirvió a Whitman para ejecutar su obra; yo descreo de la fé católica, pero sin la fé católica no tendríamos la Divina Comedia; yo descreo del comunismo, pero el comunismo fue útil para los fines de Pablo Neruda… quiero decir que cualquier idea puede ser un buen estímulo, aunque sea una idea equivocada por ejemplo, yo enemigo del nazismo, pero nada me cuesta imaginar un buen poeta nazi por qué no?, claro, todo puede ser un buen estímulo para el poeta, todo puede ser un estímulo, esta taza de café puede ser un estímulo, una doctrina puede ser un estímulo, todo…
¿Ha leído a Neruda?
Con Neruda hable una sola vez hace muchísimos años. Los dos éramos jóvenes y llegamos a la conclusión de que en español la poesía no era posible, de que convenía escribir en inglés, ya que el español era un idioma muy torpe. Posiblemente cada uno haya querido asombrar un poco al otro y por eso exageramos nuestras opiniones. Realmente conozco poco la obra de Neruda, pero creo que es un buen discípulo de Whitman o tal vez de Sandburg.
Y Lorca
García Lorca me parece un poeta menor, le ha favorecido su muerte trágica. Desde luego, los versos de Lorca me gustan, pero no me parecen muy importantes. Es una poesía visual, decorativa, hecha un poco en broma; es como un juego barroco. Yo no creo que uno pueda ponerlo al lado de Manuel Machado, o de Antonio Machado por ejemplo, o de Juan Ramón Jiménez…, en todo caso no me he sentido muy conmovido leyéndolo, de emociones, uno mide los poetas por la emoción que produce, en el caso de Lorca he sentido agrado, pero nada más, he sentido agrado y a veces sorpresa ante las metáforas, pero nunca me he sentido conmovido…
Usted se negó a que su editor francés publicara "Obras Completas".
Yo no sabía eso… Usted está más informado que yo, no, pero realmente, yo me negué a que se incluyeran algunos libros, porque no me gustan, yo quisiera estar representado por lo mejor de lo que yo he escrito…
Borges, quién escribe ahora sus textos…
Cualquier persona que viene a casa se aboca en peligro de que yo le dicte una página, si viene a Buenos Aires, todas las tardes me encuentra en la calle Maipú 994, en el sexto piso, salvo que está descompuesto el ascensor.
Qué está escribiendo ahora…
Estoy escribiendo un libro sobre el historiador islandés Snorri Sturluson en colaboración con María Kodama, y ahora va aparecer en diciembre en Santiago de Chile, una breve antología anglosajona que he compilado con ella, y además de eso estoy escribiendo un cuento del cual solo revelaré el título, va a ser mi mejor cuento, como son todos mis cuentos antes de escribirse, ¿no?, un título lindísimo, La memoria de Shakespeare, es un cuento fantástico, las dos cosas parecen infinitas; si yo digo, la memoria de Milton, no, y aún la memoria de Dante u Homero, pero Shakespeare tiene algo, no sé bueno, este va a ser un lindo cuento, el protagonista es un profesor alemán ya que los alemanes son muy devotos de Shakespeare, más que los ingleses, desde luego…
Ayer me dijo que no tenía miedo de morir…
Si, yo no le temo a la muerte, si usted me dijera que yo voy a morir esta noche, bueno, yo propondría un brindis y me sentiría muy feliz, yo he vivido demasiado, quizás, setenta y nueve años no es poco…
Una última pregunta Borges. A sus ochenta y tantos años, ¿vive usted de las regalías de sus libros?
No, vivo de dos pensiones. Yo era director de la Biblioteca Nacional, cuando volvió Perón renuncié porque no podía servirle, también he sido profesor de literatura inglesa durante veinte años en la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires. Los libros dan muy pocos ingresos porque los libreros cobran el 30%, los tipógrafos el 25, al dueño de la imprenta menos que a los obreros, al editor que corre con todos los gastos de imprenta, difusión, propaganda, el 20 y al autor el 10%. Quizás los músicos puedan vivir de su arte, quizás los pintores, porque hay cuadros muy caros, un escritor no. Casi todos se dedican a otras actividades como el periodismo o la cátedra.
®Harold Alvarado Tenorio |