Ediciones El Techo de la BallenaCarlos Contramaestre por el pintor Ruiz Romero

Carlos Contramaestre

"Hurgo y busco la piedra de Unamuno, al borde del sol rojizo en verano, rompo el silencio en otro espacio, monjes dormidos en los sotos melancólicos, las batallas carnales del tiempo, ruido de los días, la soledad del yermo en el amor antiguo, en los vinos ásperos." Es de aliento la nostalgia, la palabra de Contramaestre, susurro de Fray Luis, evocación pura, de agua fresca. "Salamanca solitaria, piedra y oro, cielo explanada, tejados partidos, tizones enrojecidos, levedad de las lozas carcomidas, muerde el hueso de la tiniebla"- dice. De puro amor la mordedura. La señal de aventuras bien vividas, de aturdimientos y exaltaciones. Es del poeta la evocación. Acendrados están los recuerdos.

De la sierra andina llegaba, de la mudanza del encanto, liviano el equipaje, ávido como una mandrágora – narcótico irremisible -, dispuesto para la ciencia médica, pero contagiado por las iluminaciones de Rimbaud, las deliciosas tropelías del Quijote, las innumerables de la picaresca. Al igual que sus compañeros de aventuras y desventuras, Caupolicán Ovalles y Alfonso Montilla, que su tránsito de vida desata por las aulas, las calles, los bares y las plazas salmantinas.

De Salamanca el mayor acto poético, pues tiene aliento de por venir: la creación de El Techo de la Ballena, en medio de los vapores de la noche y las turbaciones del vino, porque, además, los pájaros fornican en la catedral, lanzan sus plumas contra el viento mientras, en mitad de la noche, las brujas con los huesos de los gatos hacen flautas. Aletea la poesía, son de aquelarre los delirios. Es salmantina la hoguera.

Entendamos al artista de nuestro tiempo -el que nos tocó vivir en los años 60 y 70- insuperable en la denuncia de ése trayecto de Coprofagia, que fue el período inventado por la democracia en el 58 hasta cumplir 40 años de amargor y de muerte.

Según Gabriel Zarcos, uno de los alter egos de Adriano González León:

“Los anteojos gruesos, oscuros, preceden cualquier otro detalle de su figura para ofrecernos su imagen de búho inflado, sabio en su árbol de los trazos y las contemplaciones, pícaro y socarrón en el laboratorio del mago. Carlos Contramaestre tiene andar de oso. Doble condición de animal brujo y extensión polar. Con encantamiento, pócimas, hojas puestas a freír a medianoche, mucha impaciencia y desarreglo, se metió en la pintura, más seguro de su espíritu crítico que de las formas por crear, más intelectual que trabajador de líneas y colores, más preocupado por decir cosas que por mostrar cosas, a juzgar por los primeros cuadros que nuestros agentes registran en salones y galerías, durante la década de los cincuenta. Un día cualquiera se fugó a España y por mucho tiempo nada se supo del estudiante ni del pintor. Las reseñas internacionales lo ubican por Salamanca y Madrid, con buenas cantidades de vino rojo, lecturas en los archivos, amistades inteligentes, y una dosis de humor chispeante, duro, más incandescente que negro, el humor peculiar que sería el puntal definitivo en su estructura de creador. Cuando regresó al país fue médico de campesinos, curandero sin brujerías, admirado por las gentes humildes y los caudillos. Nada se supo del pintor hasta que un día de 1961, en un garaje de El Conde, estalló El Techo de la Ballena.

(Papel Literario El Nacional. Caracas, 1º de febrero de 1970)

He aquí, pues, al personaje insólito que durante más de 15 días del año 1962 estuvo a ocho columnas en los diarios de Caracas porque, a fin de cuentas, a los medios, con el apoyo bobalicón de los moralistas y trepadores de la cultura, les interesaba no sólo desprestigiar la Universidad Central de Venezuela, en ése entonces barricada contra la barbarie de la democracia representativa, sino también poner muro de contención a quienes desde El Techo de la Ballena y Tabla Redonda y las propias aulas arremetían contra el orden establecido y sus emblemáticas figuras de cartón.

Ya en su primer libro, Armando Reverón, el Hombre Mono, [1969] Contramaestre “altera la realidad del lenguaje”, independiente del lenguaje ideológico o poético, atenido a una inusitada estructura de signos y un modo sedicioso de invocar al pintor de Macuto. Contramaestre juntaba humor, ingenio, innato impulso, pasión consciente, palabra erguida, soberana. El verso es chispeante, la palabra aguda, mediadora de imaginario acontecer. Para Contramaestre el dilatado poema representaba el encuentro con la literatura al través de su modo cierto de afrontar la existencia: ingenio, agudeza, gracejo, espíritu lúdico, recóndito lirismo.

Caen hojas,
sopla el viento y se percibe en espacio de tensa luz,
un olor a heces voladoras, las mariposas amaestradas
de Armando, amasa sus mensajes sobre la selva
que enceguece y frota los ojos de los turistas.
Es cal lo que cae, es vitriolo, es luz – dicen los entendidos-,
es piedra, es fuego, es barro, es horno, es Velásquez zurdo,
es Goya ciego, son aves, apenas polvo, apenas.

 
"Un mural, un gigantesco mural de palabras" llamó Hesnor Rivera a Por decreto y por sueños de Maximina Salas (1977). Para Alfonso Ortega Carmona, este libro homenaje a la "madre del pintor y poeta, no constituye solamente filial cumplido y poesía testimonial. En la Posada del Centauro, centro bellamente monstruoso que regentaba Maximina Salas, se convocaban caracteres variopintos, tahúres, guerrilleros, prostitutas, viajantes, poetas, fotógrafos y sastres, fauna humana que haya consuelo y acomodo en esa gruta que parece resonar con la voz de un nuevo Quirón, curador de penas, mientras cada uno muestra su dolorida estampa. Y por los ojos del niño aquel asombrado, hoy varón pacificado por la vida larga, por su pincel y la lira, asoman ahora en estos versos los perfiles humanísimos de Pedro Gil, de Esperanza, de Don Pío Toro, de la Señora Rivas, de José Chamizo, del Negro Pantera, de la Doble paso y del Enano Torpedo, toda una excitante galería poblada de color y poesía estremecedoras."

Al través de Contramaestre escucho a Maximina, candorosa, con la virtud a cuestas, ardiente como la pensión, con lágrimas y valeriana sobre la almohada, en mitad del patio la palabra rumorosa y leve:

 
No trates de pegarle a José Chamizo
porque él usó agua de teléfono y agua bendita
y tiene sanos los uñeros
No fabriques circos
solamente para ocultar la tristeza de su partida
No imites al Negro Pantera
ni al Enano Torpedo
No des más botes de carnero en El Arado
No claves estacas para la carpa de los leones
porque no tienes enanos
porque no tienes elefantes ni payasos
No inventes sueños tardíos
porque no viajarás a Antofagasta
ni encontrarás nunca a esa pequeña bailarina perdida.

 
Alfredo Armas Alfonso creía que este libro “hace que el olvido no se acerque a estas vivencias de los recuerdos de alguna vida sacramentalmente destinada a ser la madre de lo que el hombre no debe olvidarse”. Y agrega, como una sentencia: “Junto al maestro Eizaga y todo el mundo contenido entre la primera y la última página del libro, Maximina Salas desafiará todas las arenas del tiempo. Este es el privilegio de los hombres, los poetas y los magos de la estirpe de Carlos Contramaestre”.

El mismo año de 1977 Contramaestre dio muestra contundente de sus afanes poéticos, de su definitiva inscripción en la escritura de alta arboladura. La palabra descubría un rostro iluminado, de radiantes sonoridades expresivas. Estallido del Catatumbo. También fuerza plástica y dramática.

Según Adriano González León, Cabimas Zamuro: "es un texto singular donde el pintor, el medico rural, el intelectual vigilante, el humorista agresivo, el hombre de la necrofilia, el gran magma, se muestra ahora dentro de un ejercicio que abre una brecha definitiva en la poesía de combate del país. La tragedia petrolera vista al revés, desde el costado del malo que se hace su harakiri desde el dolor confuso y terrible de la tierra explotada. Una amarga exploración con imágenes audaces, vivas y legitimas, con potentes reclamos irónicos, con gracia creadora inigualable. Estas visiones de Cabimas-Zamuro en revancha, marcan de un modo definitivo el camino de la gran poesía reclamante, el único a seguir: el de la imaginación y la autenticidad”.

El libro lo había conmocionado. No era para menos: el poeta había dado un paso definitivo en su busqueda creadora. Libro de incontenible rebeldía, protesta fiera, denuncia de la ignominia. La palabra amonesta, protesta, arremete, expide fuego: quema.

Te regalo la ciudad con los huesos de mi padre
sonajas de pájaros
y mi furia de rescatador
 …
Nos quedan los desperdicios enterrados
para levantar otra ciudad al Sur de la Muerte

Mudaremos las aguas y los guacos crecerán como avispas

Edmundo Aray