¿Quién es Piedad Bonnett?

Cada niño trae su pan bajo el brazo, dicen en Amalfi, donde nacieron don Carlos Castaño Gil y doña Piedad Bonnett, con doble ene y doble te, como corresponde a una heredera de la Francia inmortal, cuyos antepasados, a diferencia de los del horrendo paraco, vinieron a Colombia en busca de oro y riqueza, y no de las tierras y las parcelas de los pobres y desprotegidos. Allí hay ya una diferencia con otros que llevan ese gentilicio como el Negro Bonet o mi general o ese poeta que dirigió en Madrid, el Museo Reina Sofía, o la tal cantante mallorquí y el otro lírida de la isla.

El mollete que traía bajo el brazo la pequeña gigante era su pasión por la retórica, evidencia que conocieron sus familiares el día que al bajarse del Super Constelation de Avianca que los trajo de Medellín a Bogotá, luego de tres días de bus de escalera entre Amalfi y la Capital de la Montaña, la niña Piedad, mas cortica entonces que ahora, gritó que su recuerdo era negro, porque ya era de noche cuando se bajó en Teusaquillo en casa de su abuela, el ocho de setiembre de 1950, cuando acababa de cumplir siete años, hace 57, y se dio cuenta que iba a ser de aquí y no de Amalfi, donde para hacer pis tenía que ir hasta el patio de atrás y mojarse las nalguitas.

Aun cuando el barrio de la abuela llevase el nombre de uno de los zipas – Teusacá, y hubiese sido sede del resguardo Pueblo viejo-  cuando ella llegó  era el lugar más chic de Bogotá, con ese tren de gomas que echaba chispas de fuego y pasaba justo frente al portón de la casa estilo anglo diseñada por Alberto Manrique, donde viviría hasta entrada su adolescencia y donde oiría hablar por vez primera de ese intelectual y hombre de letras nacido en Amagá, que ya casi era ministro de Guillermo Valencia e inauguraría su vida pública con la preciosa masacre Santa Bárbara Bendita en Cementos El Cairo, y de otros vecinos como Rojas Pinilla, Laureano Gómez, Mariano Ospina o el mismo Jorge Eliecer Gaitán, a quien padre y madre no bajaban de comunista.

Desde ese barrio se aventuraría por los huecos y escombros de la Calle 26 en tiempos de Mazuera Villegas y las primeras hambres de Gonzaloarango en El Cisne, comprando Charms en las puertas del Opera y el Cid mientras su mamá apretaba la cartera bajo el brazo para que algún ratero no se la quitara hasta cuando, muerta del miedo decidió irse a vivir a un mejor sitio, mas safe & clean, es decir Sears, donde la pequeña gigante pasaba horas eligiendo entre las muñecas Barbie y las cocinas Frigidaire y entraba y salía de los vestiers con esos slacks pastel y las camisas de seda de Splendor in the Grass de Elia Kazan, ese 1961, cuando Wilma Dean 'Deanie' Loomis  y Bud Stamper eran la viva imagen de su noviazgo imaginario con Germán Jaramillo el Warem Beatty cuya Natalie Wood no era ella, precisamente, sino Laura García, quien fue en verdad quien le enseñó a leer poesía durante los ensayos de I Took Panama con los Moirosos del Teatro Popular de Bogotá, ese invento pro chino  de Fanny Mickey, que no era la multimillonaria de derechas de hoy, cuando Pablo Escobar llenaba de nenes La Gata Caliente y pasaba las noches con Alberto y la Diva de las Medias, y el poeta Díaz Granados le endosaba esos versos que lo llevarían a la Casa de Nariño.

A esos años debe Piedad Bonnett su ingreso en la literatura liviana [del hipismo y el nadaísmo] que tanto comparte con su admirado Joan Manuel Piedra Brava y ese regusto por hacerse notar desde su altura como una activista social no tan radical como la pintora Lucena, que vestía de obrera para recibir los camaradas, pero si medio roja medio azul, cayendo de vez en cuando en las manifestaciones, tomando tinto con Santiago García y Patricia Ariza, firmando con los estalinistas criollos cuanta hoja sacaba Alape, y trabajando desde chiquita en la Universidad de Los Andes, desde cuando se apoderó del departamento de literatura, que no piensa dejar sino el día de su ingreso en la gloria.
La creciente obra de Bonnett tiene tres vertientes: la teatral, la lírica y la narrativa, pero a todas las guía su enorme ambición por la fama, sin la cual, no entienden la vida seres de su altura como Napoleón Bonaparte o Truman Capote.

Aun cuando ya no vista de manera juvenil y prefiera ir por el mundo ataviada a lo “novia vestía de negro”, según la ha descrito un periodista madrileño en una de sus frecuentes visitas  a Casa de América, el nuevo palacio colonial del imperio español, donde BB es santo y patrono:

En un sofá amarillo descansa la poeta más famosa de Colombia desde el suicidio de sus antecesoras María Mercedes Carranza y Montserrat Ordoñez. Tiene la voz y los modales de una adolescente  que acaba de salir de un college con ese rostro redondo, sin arrugas pero macerado por el paso del tiempo  que confiesa las derrotas.”

Los títulos de sus libros revelan complicados asuntos: De círculo y ceniza, El hilo de los días, Lo demás es silencio, The World According to GGM, Gato por liebre, Ese animal triste y Tretas del débil.

Porque Bonnet escribe desde un limbo contemporáneo que habla para sordos y mudos  lectores de textos desechables para fines de semana y señoritos y damitas perfumadas de frivolité. Así también su estilo. Confeccionado en una batidora de jugos, con cinco de polvo y seis de amargura y siete de roca y ocho de jota y diez de sustos y cuatro de ganas, el texto primero traza el paisaje exterior donde aparecerá el sujeto, como hacía sus bodegones el Tuerto López, y para el final ofrece el plato fuerte: un señor, una señora, una gallina, un adorno navideño, cualquier cosa, que sirva para transmitir [nos] sus sentimientos amorosos, el odio que sigue sintiendo a su pubertad porque la confundían con una niña de brazos y el odio que siente a la muerte, que quiere sacarla de este paseo tan bueno que ella lleva por todas partes con esos libritos de poesía y entrevistas con favorecedores y cuentitos alargados que compran todas las bibliotecas de la Red Nacional y difunde su amiga del alma, RENATA, la de Mincultura. He aquí la evidencia, en uno de los cien textos suyos que ha difundido Babosea de Alcalá de Henares, titulado, así, no más

Después del coito

La vida es triste sin los recuerdos del pasado.

Y estos recuerdos son tan bacanos
como cuando bailábamos twist en La Bomba
 y comprábamos de la verde en La madre del revólver.

La vida es triste, pero hoy nos invitan
todas partes,
 y nos gusta tanto, tanto,
que ya no salimos de Martínez Campos ni para orinar.

Aunque siempre sigo teniendo, como Mameca, miedo,
miedos a la enfermedad, a la muerte,
al avión, a la locura,
a tanto desechable como hay ahora
por culpa de Macaco y Mancuso y Doble Ocho.

Después del coito eres un animal muy  triste.

 Como ha dicho mi colega Jaramillo de la Universidad de Ulan-Bator, los poemas de Bonnett no deslumbran con imágenes y su acento es de cotillera, de confidente, de persona que pasa la mayor parte de día no en una biblioteca, ni hablando con periodistas o promotores culturales, sino en la sala de la casa, o el cuarto de costura, la cocina o el comedor, mientras plancha o lava los platos o prepara un buen sancocho o hace las arepas para el desayuno. Por eso dice, en un texto que define su poética, digno de su maestro Roca Vidales, que

El poema es tirabuzón,
anzuelo, máquina de hacer pompas de jabón,
vendaje, compresa,  sanguijuela,
 juguete de latón, consolador de viudas
.

Como narradora, más que a sus mentiras debe su prestigio a un texto publicado en La Jornada de México hace casi dos lustros, dedicado a examinar sus conocimientos del mundo masculino: Hombres.

Para PB los hombres somos  todos iguales. Somos padre, amante y esposo y aun cuando tengamos más neuronas que las mujeres, están mal conectadas. Los hombres envejecen mejor que las mujeres y por eso flirtean con muchachitas y tienen siempre éxito porque a las mujeres inteligentes las seduce el talento masculino, como sucediera a Chaplin, Picasso y Woody Allen. Otra virtud masculina, según Bonnett, es saber guardar silencio, aun cuando eso venga de la conformación de los lóbulos del cerebro y antes de casarse un hombre se desvele pensando que habrá dicho su mujer, y tras el matrimonio se quede dormido antes que ella termine la perorata.

Los latinos, agrega, son divertidos, buenos bailarines, conducen con destreza y poseen sentido del humor. “Y en cuanto a sus defectos, algunos, los veniales -que jamás atinen en un regalo, que no perciban el último cambio de peinado y que se obstinen en no contestar a la pregunta ``¿en qué estás pensando?''- son tan universales que siempre estamos dispuestas a perdonarlos. No así el feroz egoísmo o la misoginia encubierta, rezagos de la vieja cultura patriarcal.”

Pero el prototipo de hombre que la desvela es ``el duro'', petrificado en su falsa masculinidad milenaria, hombres que la estremecen y asustan, porque quieren dejar de ser machos y las hacen sufrir en lo que ellas mas desean, sentir al hembro.

Es por esos poemas y esa capacidad de penetrar en el alma de los hombres que Piedad Bonnet ha sido elegida para representar de nuevo a Colombia en otro evento internacional, esta vez el Festival de Literatura de Berlín. Allí la veremos, con su frágil aspecto, sus medidas 39-39-39, y la fuerza de un sumani, con las cortas plumas de su pelo de gorrión aleteando en una cabeza bien grande, los ojos avivatos parpadeando detrás de las lentes y esa sonrisa suya tan perversa, tan irónica y tan cínica, digna del personaje de su nueva novela: Mi alma fue siempre de hielo.

 Harold Alvarado Tenorio