El humor de Antonio Caballero se puede definir como los camaradas describen el de Ludvik, en La broma de Milan Kundera: "la sonrisa de un intelectual"; o como el mismo protagonista —el hombre de las mil caras—,se definía a si mismo: provocativo y crítico. . . cínico y artificialmente ingenioso".
Solamente que Antonio Caballero no tiene sino una sola cara, aquella que proviene, como acertadamente lo expresó Marta Traba refiriéndose a Luis, el hermano de Antonio "de una familia de ironistas".No hay vocablo que presente más matices que el humor: existe el humor negro, el blanco, el verde, el humor crítico, el gráfico, el mal y el buen humor, el carácter, la alegría, la ironía, la sátira, el sarcasmo, la caricatura, el chiste, la broma y, coloquialmente, el chascarrillo, las puyas y las cuchufletas. El término caricatura, acuñado a partir del siglo XVII, significa la mirada cargada dirigida a un ser humano, un grupo social, una nación o a toda la humanidad.
La mirada cargada de Antonio Caballero se dirige a su propio mundo, aquel compuesto de políticos, gobernantes, secretarias frustradas y solteronas: como el hombrecito pequeño, gordo y de anteojos, vomita sobre ellos su lava intelectual. Muchas veces recuerda a su tío, Lucas Caballero (Klim). También representa lo que se ha denominado el fino humor bogotano, tan incomprensible en la provincia.
Las caricaturas de Caballero se dividen en dos, las representadas en secuencias o cartones (de cartoons) y las que en un solo cuadro interpretan un incidente político. Con los cartones se inició como caricaturista adolescente. Aún en el presente utiliza este sistema. En ellos intenta crear tipos: la secretaria, el burgués, el policía, el guerrillero y el ama de casa. Esta forma de interpretar la realidad colombiana, ya sea política o social, proviene de la cultura de las jornadas de mayo de 1968; pero, al contrario de La chinoise de Godard que trascendió la época, la obra de Antonio Caballero, así sea realizada actualmente, se quedó allá. Se quedó en lo monótono de las escenas, en los desesperantes espacios temporales, en la escasa movilidad de las expresiones, sólo perceptibles al autor y sus allegados, con el traspaso de humor que va de un intelectual bogotano a otro. La lentitud del pensamiento del hombre gordo, sin nombre —que recuerda a uno de los padres de la patria moderna— y el de todos sus personajes, contradice las teorías de la narración moderna, herederas de Joyce.
Cuando Antonio expuso sus cartones en la galería San Diego en julio de 1968, se admiró su dibujo, pero sobre él pesaba el talento de su hermano Luis, el mejor dibujante del arte moderno colombiano. Cuando reapareció en 1977, con un personaje nuevo, el policía ingenuo, a pesar de la situación política interesante que presentaba, tampoco llegó a convencer. Porque traía consigo los mismos defectos de nacimiento de sus cartones: la excesiva intelectualidad y la monotonía. Como elaborador de secuencias y creador de tipos, Caballero ha fracasado.
Lo contrario sucede con sus caricaturas propiamente dichas, si nos atenemos a la división tradicional de cartón y caricatura. Allí aflora toda su capacidad crítica, el dibujo es ágil y variado. Las escenas vallenatas con hamaca incluida, los presidentes, ex-presidentes, candidatos y ministros conforman un friso en el que se puede leer la historia del momento. La caricatura política de Antonio Caballero traspasa los límites del humor bogotano y se hace comprensible en todas las regiones. Ello se descubre desde las primeras páginas del libro: con sus supuestos tipos tomados de la mano, que escasamente hacen sonreír; en la página siguiente, la caricatura política que presenta a los ex- presidentes y al presidente logra que el lector del libro se sienta como un espectador de la comedia colombiana. La contraposición de sus dos formas de expresar el humor demuestra cómo Caballero es mejor dibujante a partir de figuras reales que cuando intenta moverse en el campo de la imaginación.
El libro, diagramado por Carlos Duque, de presentación impecable, tiene todas las condiciones de un buen álbum de caricaturas; las reproducciones, casi al tamaño, están documentadas con la fecha completa; produce placer examinarlo. Lo único que le falta es una breve biografía del autor. Está dividido en prólogos elogiosos de escritores notables que comprenden de humor, como Gabriel García Márquez y Daniel Samper, y de artistas también notables, que dibujan el humor, como Hugo Barti y Héctor Osuna.
Todos ellos dan una interpretación a los veinte años de humor de Caballero. Los dos últimos, tal vez por ser dibujantes, son quienes comprenden mejor al caricaturista. Osuna afronta con valentía su misión de crítico: "Toma y retoma el dibujo a su antojo, con el mismo instrumento y el mismo desgano, pues para él no es un punto de llegada, sino apenas un vericueto en el camino del decir, o artilugio desechable para soltar pompas de jabón por destellos de talento".
Artilugio es un buen nombre para Reflexionémonos. Este título recuerda una anécdota de un pintor colombiano, de provincia, famoso internacionalmente, a quien saca de casillas la solicitud bogotana de "Ala, enséñame tus monos". El destemplado nombre del libro da el tono del humor de Antonio Caballero, en el que la mayoría de las obras son pompas de jabón.
Boletín Cultural y Bibliográfico, Número 11. Volumen XXIV - 1987 / Beatriz Gonzalez