Carlos Barral


Cuando los poetas de la Generación del Cincuenta, cuyo papel en el reparto del poder fue de exiliados en casa propia, publicaron sus primeros libros, la poesía española estaba aún dominada por cierto "realismo socialista" que había convertido la lírica en doctrina y consignas políticas, la de Gabriel Celaya y Blas de Otero, resultado de su reacción contra los versos académicos, grises y melancólicos de Rosales y Vivanco. Barral, como la mayoría de sus compañeros de generación, vivió de niño la experiencia traumática de la Guerra Civil. En Años de penitencia y Los años sin excusa, los dos primeros volúmenes de sus extraordinarias memorias, hizo precisas evocaciones sobre la vida cotidiana y la educación bajo la dictadura, mostrando el tedio de una lucha, pausada y triste, contra un tirano que se volvía inmortal, además de extensas y vibrantes páginas sobre su vida en Callafel, el pequeño puerto donde inició y sostuvo su comercio con la mar, o los recuerdos de sus primeras visitas a Francia y Alemania, una vez terminada la Segunda Guerra Mundial.
Su poesía fue resultado de la experiencia más que un lucro con las tradiciones literarias. Nunca quiso ser un poeta profesional. Sus experiencias estaban localizadas en mundos urbanos, con objetos de la vida cotidiana citadina, sin los decorados rurales que habían seguido colándose en las composiciones de la generación anterior a la suya. Lector de ciertos poetas de habla inglesa como Spender y Eliot, en su poesía hay huellas claras de ciertos poetas alemanes del dieciocho y el diecinueve, Rilke, por ejemplo, pero también, muy sutilmente resueltas influencias de Paz y de ese otro poeta mexicano, mudo, José Goristiza, autor de Muerte sin fin.
A pesar de haber publicado pocos libros de poemas, rasgo característico de su generación, dominada por la sequía si exceptuamos a Brines, Barral tuvo siempre confianza en que la poesía, por ocuparse de formas de la existencia no codificadas por la cultura ni la conciencia colectiva, por estar ligada al oscuro mundo de la experiencia personal, seguirá jugando un papel definitivo en la historia del hombre. Sin embargo, no creía en la inspiración. Prefería pensar que los poetas eran los únicos mortales que podían fabricarse una sensibilidad mayor, ante los estímulos y monotonías del mundo, gracias a su trato continuado con el lenguaje.
Su poesía, recogida por primera vez en Usuras y figuraciones, se caracteriza por una deliberada ambigüedad que no logra oscurecer una deslumbrante lucidez para encarar el pasado o el presente. El paisaje de la mayoría de sus poemas es la costa sur de Cataluña y el onírico mundo marino, que sirven de apoyadura a una sensualidad extrema, labrada por el rigor intelectual y lingüístico. Sus mejores poemas son a menudo sencillas historias escritas más por la vida que por recetas poetiqueras. Para mi gusto, el mejor de sus libros sigue siendo Diecinueve figuras de mi historia civil.. En él retrata con ironía situaciones de su vida, y describe las distintas situaciones donde contempló el horror de la clase vencida, o sus aventuras amorosas, su amor por el pueblo, su adhesión a la libertad y su odio a las guerras. Libro doloroso donde está siempre Callafel, sus hombres, sus costumbres, sus oficios y desventuras:

Porque conocía el nombre de los peces,
aún de los más raros,
y el de los caladeros, y las señas
de las lejanas rocas submarinas,
me dejaban revolver en las cestas,
tocarlos uno a uno, sopesarlos,
y comentaban conmigo abiertamente
las sutiles cuestiones del oficio.
Porque entendía de nudos y de velas
y del modo de armar los aparejos,
me llevaban con ellos muchas veces;
me regalaban el quehacer de un hombre.
Sentía con orgullo
enrojecérseme las manos al contacto del cáñamo,
impregnarme
un fuerte hedor a brea y a pescado.
Sabía casi todo de aquella vida simple,
de aquel azar diario y primitivo.
Sólo que aquella ciencia era lujosa.
No supieron contarme
o no pude entender cómo era aquello
en los días peores, las amargas
semanas de paciencia,
cuando el viento del norte
roe las entrañas y se harta la pupila
de escudriñar los cielos,
en los días confusos,
cuando el mar de borrosos contornos
es sólo como un cascote de vidrio
semienterrado en el fango,
un desagradable incidente o una trampa
para los que pasan corriendo
ciegos bajo la lluvia.

Harold Alvarado Tenorio

Carlos Barral (1928-1989), editor y poeta español, nació en Barcelona, en cuya universidad se licenció en Derecho. Su familia era copropietaria de una importante empresa editorial, en la que desde 1950 trabajó, convirtiéndola en una de las más importantes de la época. Durante su vida como editor creó premios y colecciones que ayudaron a dar a conocer entre los lectores españoles las más importantes corrientes literarias europeas e hispanoamericanas del momento y a renovar la literatura española en los últimos años del franquismo. En 1952 apareció su primer libro de poemas, Las aguas reiteradas, al que siguieron, entre otros, Metropolitano (1957), 19 figuras de mi historia civil (1961) y Usuras y figuraciones (1973). Su poesía empezó dentro de lo que se ha dado en llamar la poesía social de los años cincuenta, pero estaba tocada por una gran preocupación formal, que la hace más hermética. Con Años de penitencia (1975) inicia su producción en prosa, de carácter memorialista. Aparte de su actividad literaria y editorial, fue senador por Tarragona en 1982 y posteriormente parlamentario europeo, siempre por el Partido Socialista.