¿Quién es Ferreira Gullar?
Ferreira Gullar posee una obra vasta y plural en los géneros que ha cultivado: el teatro, el ensayo, la crítica de arte y, por supuesto, la poesía, en la que pueden hallarse diversas etapas y sagas, encuentros y desencuentros, como son los primeros poemarios Un poco arriba del suelo, 1949, y La lucha corporal, 1954, obra que legitima la propuesta del concretismo, iniciada por los hermanos De Campos, y que constituye un parteaguas entre el modernismo brasileño (equivalente al vanguardismo) y las nuevas vertientes de la literatura y el arte en dicho país. Más tarde, Ferreira se convertiría en cabeza de ariete contra el concretismo, con una posición estética distinta, la del neoconcretismo. Más que una novedad del movimiento anterior, el neoconcretismo significaría la conversión de la racionalidad hacia la intuición y el pulso emotivo de la vida cotidiana, hacia el compromiso político y el asombro por las cosas banales.
Pero ¿Quién es Ferreira Gullar?
Es un poeta que establece una conversación permanente con su alter
ego: José Ribamar Ferreira, nacido en Sâo Luis de Maranhâo,
en 1930, y que se dedicó en su juventud al periodismo y fue locutor
en Radio Timbiras, hasta 1950, cuando ganó un premio nacional de
poesía y abandonó su pueblo natal para afincarse en Río
de Janeiro. Desde entonces, José Ribamar se trasmuta de vez en vez
en Ferreira Gullar, cuando su estado anímico y
existencial es propicio para darle cauce al surgimiento de la poesía.
Pero si Ferreira Gullar está frío, si no es capaz de escribir
poemas, deja que su lugar lo ocupe el hombre común, José Ribamar.
Si éste percibe que la temperatura sube y que es tiempo de escribir
le cede paso al poeta; así nace con frecuencia Ferreira Gullar.
Qué poetas han marcado la vida de Ferreira
La lectura de Rainer María Rilke me acercó a la poesía. Fue su libro, Sonetos de Orfeo, traducido por Manuel Bandeiras, el principio de una búsqueda. Gracias a esa obra entendí lo que era la poesía. Todo lo que había traducido de este poeta al portugués, al español, al francés, o a cualquier idioma en el que podía entender algo era devorado por mí. Los poetas modernos de Brasil, como Manuel Bandeira, Carlos Drummond de Andrade, que se fija en las cosas pequeñas de la vida, en la banalidad, y por supuesto, Joâo Cabral de Melo Neto.
Después de la llamada revolución de 1964 comenzó tu exilió en París y Argentina. ¿Cuáles fueron los motivos de tu salida de Brasil?
En 1962 comencé a participar en la lucha política por las
reformas. Hasta allí mi actividad política era mínima,
mis preocupaciones estaban centradas en las cuestiones estéticas
de vanguardia. Después de que fui uno de los creadores del movimiento
de la poesía concreta, formé parte de otro grupo de poetas
y artistas plásticos que se llamó movimiento neoconcreto,
el cual fue un intento de volver menos cerebral el arte concreto, surgido
en 1956-1957.
Cuando consideré agotada mi experiencia de vanguardia con los poemas
espaciales, tuve que reconsiderar que esos poemas no carecían de
valor, pero que teóricamente era muy limitado su alcance, sus posibilidades
de extraer toda una experiencia de vida. Di por terminada esa etapa.
Coincidió con que Brasil vivía una fase de intensidad política
como consecuencia de la Revolución Cubana. La sociedad brasileña
se vio animada hacia una transformación. Vino entonces la renuncia
del presidente Jânio Quadros y la difícil toma de posesión
de Joâo Goulart, que los militares trataron de impedir. Fue un periodo
de lucha intensa y consideré que la vanguardia estaba alejada de
la realidad brasileña, de la vida real. Entré a una organización
de jóvenes intelectuales, el Centro Popular de Cultura. Poco años
después vino el golpe militar como consecuencia de esta ascensión
de lucha de masas. El Centro Popular de Cultura fue cerrado por los militares
y sus miembros fueron procesados. Teníamos un grupo teatral llamado
Opinión. Retomamos la lucha en otro nivel, buscando una manera más
sutil y defendiendo nuestras ideas. Hasta que el ejército comenzó
a prohibir nuestras presentaciones y a perseguirnos. En 1968, la dictadura
se tornó más rígida, más dura. Fui llevado a
la cárcel. Cuando salí de prisión el país había
cambiado, ya no era permitido hacer ninguna crítica al régimen.
La dictadura estaba sin máscara. Desde entonces me afilié
al Partido Comunista de Brasil (PCB) y pertenecí al comité
estatal. Mediante tortura fueron descubiertas las identidades de los miembros
del Partido, que de inmediato fueron aprehendidos. La Dirección Nacional
me aconsejó que me ocultara porque sobre mí pesaba amenaza
de muerte. Viví un año en la clandestinidad. Cuando ya no
tenía lugares seguros donde ocultarme porque el cerco se iba cerrando,
decidí salir del país hacia la URSS, donde duré dos
años. Allí estuve haciendo un curso en el Instituto Marxista
Leninista, en la escuela del Partido Comunista de la Unión Soviética
(PCUS), en Moscú. Como no podía permanecer demasiado tiempo
allá porque los partidos tenían un numero determinado de becas
para sus miembros, tuve que salir. Era imposible regresar a mi país,
así que me fui a Santiago de Chile durante el gobierno de Salvador
Allende. Chile estaba ya sumido en un caos.
El transporte generaba una crisis de abasto, la derecha intensificaba los
atentados, la crisis económica iba en ascenso. En septiembre fue
el golpe militar. Muchos compañeros y amigos buscaron protección
en las embajadas. Yo no quise salir de mi apartamento, pues significaba
regresar de nuevo a Europa y me sentía ya muy cerca de mi patria.
Dos veces la policía invadió mi casa. Tenía una credencial
de periodista que mis amigos chilenos me consiguieron con las dos sociedades
de periodistas más importantes de allí. Opté por trabajar
para uno de los medios de la derecha. Los compañeros no entendían
mi decisión, pero yo sabía que era una acción muy sana.
Cuando la policía llegó a mi casa intentaron aprehenderme,
pero yo me identifiqué con mi credencial. No me creyeron, sólo
era un comunista brasileño, un terrorista que se había infiltrado
en Chile para alterar la paz. Insistí en que estaba registrado por
la Sociedad de Periodistas de Chile. Telefonearon a la sede y les respondieron
que el documento era legítimo, que en efecto estaba registrado en
dicha organización. Uno de los oficiales me dijo: "usted sabe
que no tiene derecho a pertenecer a la Sociedad, es usted muy vivo, pero
ya veremos más adelante".
¿Conociste a Luis Carlos Prestes, El Caballero de la Esperanza, como se le llamaba en tu país?
Sí, lo conocí en Brasil, y luego, cuando él vivía en Moscú, frecuentaba su casa. Era una persona muy gentil, muy delicada en su trato personal. Durante ese periodo estuvimos muy próximos el uno del otro. Después, cuando terminó la dictadura, él regresó al país. Yo ya me encontraba en Brasil. La dirección del Partido Comunista tomó una decisión distinta a la posición que Prestes defendía, pues el partido entendió que era necesaria una actitud más flexible a la anterior de la dictadura. Prestes insistía en la necesidad de hacerla más rígida y se rebeló contra la dirección ejecutiva del PCB. Así rompió con el Partido. Cuando fui a verlo me preguntó de qué lado estaba. Le respondí que le daba la razón al Partido. No concordamos y él me retiró su amistad. Lamenté mucho que a partir de ese momento Prestes me haya considerado su enemigo. Prestes es un héroe del pueblo brasileño, un hombre que cometió muchos errores, pero nada de eso disminuye el valor de una vida dedicada en cuerpo y alma a un ideal de transformación de la sociedad. Para mí continúa siendo una de las figuras centrales de la historia de mi país.
¿Cómo fue que ingresaste al PCB?
Yo entré al partido por las Ligas Japonesas creadas por Francisco Juliâo, con quien trabé una buena amistad. En aquel tiempo yo era un intelectual, un poeta que había llegado a las últimas consecuencias de sus experiencias de vanguardia y no tenía muy clara la situación política, no tenía una formación ideológica ni política. Recuerdo que Juliâo me dijo una vez, Ferreira, tenemos 300 mil hombres organizados para levantarse en armas, ¿qué opinas de incorporarte a nuestra fuerza? Le respondí, "cuente conmigo". Luego me di cuenta de que las ligas japonesas no tenían más que 30 hombres. Se trataba de un sueño que los multiplicaba por miles. El también estuvo exiliado en México, como la hija de Prestes.
¿Cómo vive el poeta Ferreira la actualidad, después del derrumbe de la URSS?¿Qué le queda de esa experiencia de lucha y esos años de sacrificar la vida por un sueño, por una utopía que terminó en un desastre histórico?
Es imposible negar que el socialismo real terminó en fracaso. Esto
no significa que el capitalismo tenga la razón, no significa que
la sociedad deba continuar por el camino de la injusticia porque se falló
en el intento de cambiar las cosas favorablemente. Quienes luchamos decididamente
por ese sueño nos seguimos preguntando por qué fracasó,
qué razones o causas lo llevaron por un camino equivocado. No voy
a hacer aquí una teorización del asunto, pues se supone que
un poeta debe optar por lo sintético. Creo que el capitalismo es
una cosa de la naturaleza: creativo, dinámico, vital y excluido de
cualquier sentido moral. Es como un aguacero, una tempestad que arrasa con
miles o millones de seres vivos de manera indiscriminada. Después
del desastre la tierra comienza a florecer
de nuevo, a ser habitada por los animales que han sobrevivido al acontecimiento.
La cuestión es cómo encauzar esa energía vital impidiendo
la injusticia, la desigualdad. Cómo hacer que la riqueza se produzca
con la misma intensidad pero con equidad y justicia, sin limitar la libertad
de los individuos, sin atacar sus diferencias.
¿Pero qué le queda al poeta después de esa batalla perdida?
El sentido de justicia es un sentimiento inmortal, jamás las personas aceptarán una sociedad basada en la injusticia. Me queda eso, la esperanza de la rebeldía contra la injusticia.
Desde tu primer soneto titulado El trabajo hasta las obras actuales qué permanece y qué ha desaparecido en tu obra, en tu vida.
Cuando yo escribí ese soneto era un adolescente medio cretino que no sabía lo que estaba haciendo. Escribí ese texto porque mi profesora pidió a los alumnos que hiciéramos un poema al Día del Trabajo. La profesora de portugués, de gramática, me dio un nueve, la más alta calificación de la clase. No me dio el diez porque había errores gramaticales, pero mi idea le resultó muy original pues resalta el hecho de que en ese día nadie trabaja. Quedé muy contento porque vislumbré la posibilidad de convertirme en escritor y no seguir la ruta de mi padre, el comercio. Durante dos años leí libros de gramática tratando de subsanar mi deficiencia. Recuerdo que vi una foto de Vinicius de Moraes tocando la guitarra y pensé, eso es lo que yo deseo hacer, algo alegre y no un trabajo que torne la vida en algo pesado. Deseaba huir del esclavismo del trabajo. No sabía nada de la vida, pero tuve la suerte de que el periodiquito de la escuela me publicara el soneto que revelaba mi poca atracción por los asuntos laborales.
¿Consideras que en tu ejercicio de escritor la ética ha estado supeditada a la estética o a la inversa?
No vivo pensando en los problemas éticos, pero procuro comportarme
de la mejor manera en la vida, no hacer nada que mi conciencia no apruebe.
En 1950, cuando yo era locutor en mi ciudad natal, se desarrollaban las
elecciones para presidente de la república. No sabía nada
de política. Fui a trabajar en la noche, después de que había
tenido lugar un tiroteo en la ciudad contra los manifestantes de oposición.
En la refriega murió un obrero. Me pasaron una nota para que la leyera.
Decía que los comunistas habían asesinado al manifestante,
no la policía, como en realidad ocurrió.
Hice la nota a un lado y continué con mi programación musical
alternada con los comerciales. El director de la estación de radio
me hizo una señal para que leyera el mensaje. Respondí que
en un momento lo haría y continué con la música. Al
rato volvió a insistir y con gestos asentí que ya la leería.
Nada de eso hice. Cuando salí del estudio me llamó a su oficina
y me reprendió por haber desobedecido sus órdenes. Me preguntó
por qué no había cumplido la orden. Le dije que yo no leía
mentiras. Insistió en que era mi obligación como empleado
y que a mí no me importaba lo que el gobierno dijera, pero le contesté
que mi trabajo no consistía en ser cómplice de mentiras. Obviamente
me despidió. Asumí el hecho.
Fernando Pessoa representa una posición política e ideológica opuesta a la de Gullar, ¿cómo asumes la figura del poeta portugués?
Una cosa no tiene que ver con la otra. Pessoa es un gran poeta independientemente de sus posiciones políticas, de que se le pueda considerar no progresista o reaccionario en este sentido. Naturalmente, cuando yo me encontraba inmerso en la lucha política, ciertos poemas que evidenciaban una posición retrógrada no dejaban de ser excelentes en sus calidad literaria, pero me desagradaban dichos poemas, prefería hacerlos a un lado y quedarme con la otra parte de la obra en donde esa tendencia no se hacía presente. Otro ejemplo es Borges. Cuando viví el exilio en Buenos Aires, él asumió una posición en favor de la dictadura, aun cuando después reconsideró su actitud de apoyo y dijo no haberse dado cuenta de la magnitud de ese desastre, de la crueldad de ese episodio. Borges es para mí uno de los poetas más grandes, mejor incluso que como prosista. Lamenté que él estuviera del lado de un sistema sanguinario, pero su obra me seguía deslumbrando, apasionando.
¿Pensaste alguna vez seguir el camino de los poetas cantantes, motivado por aquella visión de los periódicos?
Fui amigo de todos ellos, especialmente de Vinicius de Moraes cuando vivió y visitó Buenos Aires. Pienso que una canción no es un poema, como un dibujo no es un grabado, son lenguajes distintos, tienen propósitos diferentes. La canción requiere de la música para estar completa, el poema no. Son distintas banalidades. Si alguien musicaliza un poema y resulta bien, sólo le está prestando una nueva claridad al texto, pero el poema está completo, no requiere más atributos, tampoco los niega. La poesía nace de un lenguaje banal, del habla de la calle, de los motivos del hombre común, de las cosas aparentemente baladíes. Pero el reto es hacer de ellas y con ellas sucesos extraordinarios. "Los plátanos podridos" es un poema que nace justamente de la observación de un hecho banal. La descomposición que se apodera de ese fruto me recuerda un proceso químico que tiene lugar en la muerte de los animales y los hombres, en la desaparición o transformación de las cosas. Era este campo en el que deseaba desarrollar mi poesía.
El fin de las vanguardias devela un panorama un tanto desolador para los jóvenes que anhelan una causa para iniciar movimientos de ruptura, para ondear manifiestos. ¿Qué opinas de dicha afirmación?
Es cierto, la vanguardia es un fenómeno del siglo XX. Es la búsqueda
de lo nuevo por lo nuevo, bajo una visión evolucionista del arte
y de la literatura. Los vanguardistas piensan en formas superiores en contraposición
con formas inferiores: lo nuevo siempre superior al pasado.
Pero el arte no evoluciona, cambia. Lo de hoy no es ni mejor ni peor que
el arte del pasado, simplemente es distinto. Al cambiar la sociedad cambian
los contenidos y las formas del arte contemporáneo; son otros respecto
del pasado. Las vanguardias, con su visión evolucionista, suponen
que es necesario que un movimiento estético vaya siempre adelante
de otro al que se le niega paso hacia el presente. En cambio, Virgilio tiene
el orgullo de decir que su obra nace de Homero, Dante elige a su maestro
Virgilio para recorrer los círculos del Infierno y del Purgatorio.
Pero hoy todos los poetas son inventores de la poesía, creadores
del arte, es a partir de ellos que nace la obra, no reconocen el pasado.
¿Ferreira, el poeta, se juega la vida por la poesía?
Yo creo que todos los artistas se comprometen a ese grado con el arte. Cuando me inicié en la pintura estaba convencido de que ese era mi destino, pero luego me encaminé hacia la poesía y cambié de opinión. Aun cuando no abandoné las artes plásticas, pues las sigo cultivando a través de las letras, de la crítica de arte, e incluso pinto y dibujo, reconozco que no poseo la calidad necesaria para la obra de arte. Sé muy bien que mi entrega no es total, que mi vida no se va en la pintura. Cuando veo los cuadros de los auténticos pintores descubro la diferencia. Para transfigurar el lenguaje es necesario redimensionar, recrear la vida.
¿Puede ser peligrosa la poesía?
La poesía me ayudó a enfrentar problemas, me ayudó
a vivir. Sin ella, no sé lo que sería de mí. En mi
larga experiencia en la lucha política puedo afirmar que la poesía
sostiene la capacidad de indignarse y al mismo tiempo de hacernos dignos,
de mantener la dignidad del ser humano. En ese sentido la poesía
es peligrosa para los poderosos, pero en la inmediatez de la sociedad no.
Para que el poema nazca es preciso que sea en cualquier momento fundamental,
insustituible. Yo vivo el poema como un viaje, en el sentido que le dan
quienes se drogan, pues para mí es una especie de delirio.
Hacer el poema es una experiencia excepcional de vida, como el amor, como
las cosas extraordinarias de nuestras existencias. El poema es esencial
en la vida del poeta, no sólo para la preparación de la obra
literaria, para la elaboración del siguiente libro. De mi parte yo
no planeo nada, yo voy haciendo el poema mientras vivo. Sé que hay
una lógica subyacente, pues publico mis poemas en el orden cronológico
en que fueron compuestos. Es como una permanente reflexión, no filosófica,
sobre la vida, como una indagación explícita, que está
en el poema, que indaga permanentemente la vida, que la descubre y la formula
a la vez. Tal vez por eso escriba yo tan poco. No se trata de hacer sólo
un poema más. Si nada nuevo nos revela, si no hay algo distinto que
nos surja, entonces yo no veo la
necesidad de escribir, de mi parte, abandono el intento de escribir el poema.
No pretendo decir con ello que lo que nazca con esas virtudes debe ser una
genialidad. Hablo de mis necesidades, de las condiciones que yo distingo
para que pueda tener lugar el alumbramiento del poema. Es la vida, el ejercicio
de la banalidad. Antes que del cielo, la poesía es de la tierra.
Su luz nace de abajo, no desciende del cielo. Cuando yo la veo entonces
intento transmitirla a los demás, pretendo recogerla y compartirla.
José Ángel Leyva