La poesía y su rebelión total
Tendrá una decepción quien procure el entretenimiento
ameno en las 300 página de Alma en Llamas (Letra & Música.
Fortaleza, 1998), de Floriano Martins, poeta e incansable divulgador de
la literatura. En el texto introductorio, avisa él que no está
ahí para diversión. Se declara al margen de una literatura
contemporánea que “va de la previsibilidad de los versos acumuladores
de premios, dísticos, sollozos, rimarios, primor xerográfico,
a la pereza mental evidenciada por el epigrama dominical y a la presunción
del hai-kai”. No querer nada de lo que está en la moda o sea
modismo: que no se esperen experimentos formalistas, ni graciosos epigramas.
Si Alma en Llamas llegar a frustrar lectores inadvertidos, no será
por sus defectos, sino por sus cualidades. Esa “mezcla de devaneo
y exactitud”, en las palabras del autor, es opacada por la espesura;
sombría por la seriedad; enfática, reiterativa, por la gravedad
de lo que dice; compleja por ser, entre otras cosas, poesía sobre
poesía, reflejando la erudición del autor. El conjunto de
decenas de trechos, alternadamente versificados y en prosa, dividido en
siete partes, es, en verdad, un solo poema. La familia literaria a la cual
pertenece es a la de los autores, en el siglo XX, de poemas extensos que
procuraran restaurar la épica y recuperar un cosmos, una totalidad.
Las grandes obras inconclusas, inventarios de derrotas, como Altazor, del
chileno Vicente Huidobro, e Invención de Orfeo, de nuestro Jorge
de Lima, a los cuales Floriano se refiere explícitamente, y tal vez
los Cantos de Ezra Pound o la Tierra Baldía de T. S. Eliot. Las epopeyas
sin final feliz, en las cuales Ulises no retorna a Ítaca. Textos
discontinuos, fragmentarios, algunos con estructura de collage, modalidad
visual elegida por Floriano Martins.
Para no dejar dudas sobre sus propósitos, inicia el libro con un
poema largo comentando el descuartizamiento de Sebastián, el protagonista
de la pieza De repente, en el último verano, de Tenesse Williams.
Sin embargo, a una cierta altura, no es más de ese anti-héroe
que habla él, sino de escenas y personajes de la Divina Comedia.
Se revela la amplitud de lo que pretende, a dónde quiere llegar:
a todo lugar, a lugar alguno. Asume la “tarea de escribir un libro
imposible: el de la personificación de la muerte”. Por ello,
“se disuelve en la materia de sus metáforas, / mezclado en
la visión del libro hecho inacabado”.
La crítica no es catalogar autores. Interesa, más que localizarlos en alguna topografía literaria, mostrar en el plano del análisis formal o de la indicación de contenidos, lo que los distingue y les confiere sentido. Pero un tema inevitable, evocado por el propio Floriano Martins, es su afinidad con la escritura barroca, la “estética del exceso”, en la definición de Severo Sarduy. En tanto, si tomáramos el barroco como beletrismo, expresión del Siglo de Oro español, se nos presenta como autor de otra cosa, la escrita en un siglo de sombras.
Es posible avanzar en las definiciones negativas, de lo
que Floriano Martins no es, con lo que no tiene que ver. Correlativamente,
se puede identificarlo a una compleja urdimbre de autores, de la antigüedad
a los brasileños contemporáneos, destacando el romanticismo
fundador de Hölderlin y Blake, y una constelación de iberoamericanos,
abordados en su reciente Escritura Conquistada (1998) y otras de sus obras.
Tales afinidades son indicadas en epígrafes, dedicatorias y alusiones.
“A la luz de las palabras de René Char / salimos a recorrer
versos”. Integran un “sangradero de palimpsestos”, en
una relación siempre intertextual, nunca paródica. Procura,
no el distanciamiento crítico de la parodia, sino la recuperación
y rescate, en una metáfora de un diálogo con el lector, cuyos
términos tienen que girar alrededor de cuestiones esenciales: “¿en
qué tiempo ocurre un verso? ¿De dónde proviene todo
el mal de la poesía?”
Las referencias más productivas para interpretar a Floriano Martins
vienen de un área de sobreposición entre filosofía
y poesía que integran una herencia romántica. Obliga a citar
a Hölderlin, sobre los poetas en un tiempo de carencia; y Heidegger,
a su vez refiriéndose a Hölderlin, sobre la poesía y
la condición humana en un tiempo sin dioses, en el mundo desacralizado.
El sentido de Alma en Llamas queda más claro en el poema intitulado
“Sec. XX: secretas ruinas” en el cual la historia es designada
como algo virtual, ilusión. Alude, así, al ensayo de Walter
Benjamin sobre un cuadro de Klee en el cual hay “un ángel que
parece querer apartarse de algo que contempla”. Lo que el ángel
contempla son ruinas, acumulación de escombros: “lo que llamamos
el Progreso es la tempestad que lo impele”.
Alma en Llamas se refiere también al descenso a
los infiernos de Orfeo, patrono de los poetas. Pero es un viaje sin retorno,
errancia por lo subterráneo. En ella encuentra sombras indistintas
de la unidad perdida, algo que no existe más, que ya se perdió.
Una salida, señalada por buena parte de la literatura moderna, principalmente
por el surrealismo, está en Eros, en la reintegración al todo
mediante la unidad amorosa. Está dicha en versos como estos: “tu
cuerpo y el mío cayendo sobre el mundo: / noche saqueada por una
caravana de relámpagos”. No obstante, nunca deja de recordarnos,
desde el principio del libro, que Eros y Tánatos caminan juntos;
que Dionisio, regente del éxtasis, es también un devorador.
Sería correcto, pero reduccionista, ver a Floriano Martins como autor
de una crítica de fondo metafísico y romántico a la
sociedad burguesa. Su empresa es más radical: se vuelve contra el
tiempo y los límites de la condición humana. Es la rebelión
total. Por eso abre el libro proclamando su inspiración en William
Blake, el poeta-profeta herético, exponente de tal rebeldía.
Claudio Willer, (Traducción al español por Benjamín Valdivia)