Fernando Rencor

 

Fernando Rencor —el que murió en Medellín hace casi 62 años, pero dirige desde el sepulcro blanqueado hace 21 un amasijo financiero llamado Festival Internacional de Poesía, que según la revista albanesa Joxa “es el más político  del mundo”; el paisa contumaz de proterva condición— en realidad nunca ha sido sólo él mismo sino varios espectros e imitaciones y la mejor replica, en material lírico, del otro Mono, el Jujuy, recientemente fallecido de explosivo israelita.

Su fuerza es una creación colectiva: de amigos y amores. De La Morena de Oro, a quien conoció en un juzgado penal municipal donde trabajaba como juez el papá del gran poeta de los años cincuenta Fernando Herrera, y a quien convenció no sólo de quererlo sino de ayudarle a vivir de la poesía; de Francisco Jota Franco, el administrador- “poeta a la fuerza”, que lidia como banderillero con la susceptibilidad de los cicateros de las ONG de la izquierda mundial mientras arregla la llegada a cada Festival de más de 700 poetas de la UP y de otras cavernas terráqueas, o del Poeta de la Parca, mejor conocido como el Obeso de Ébano, de Goce Yambal, otra de sus amores de juventud, y del Heredero al Trono, Eduard II,  su hijo menor de 40 años, mejor vate que su padre pero muy malo para los negocios, según dice en los bancos.

La primera vez que Rencor oyó poesía debió ser una de esas tardes en que su papá, Eduard I, de San Roque, el dueño de la única agencia de viajes a los países comunistas, Rusiatta, que había en Medellín y publicador de la revista de literatura realista Temas y la dedicada a los niños, Michinov, se sentaba, mientras oían Radio Moscú, con los tripulantes del barco de papel de Lino Gil Jaramillo o el inefable Rogelio Echavarría y la divina Maruja Viera a declamar poemas contra la ocupación del eje a Stalingrado o las purgas contra los enemigos de la clase obrera y la invasión a Checoeslovaquia.

 “Era muy inculto pero seductor”, dice Juan Manuel Roca, que primero conoció al padre, que odiaba al suyo, Rubayata,  y después fue amigo de Fernando y le prestó varios de los libros de Vidal Echevarría, el poeta surrealista de La Cueva de Barranquilla, y los poemas del suicida Obregón y los de Álvaro Mutis, que terminaron por envenenar mas el alma de Fernando y ponerlo en el camino de la verdadera poesía.
Por entonces, como el atleta que era, andaba escapándose del colegio de los Hermanos Cristianos, el San José, para trepar muros y burlarse de los compañeros que hacían fila o para ‘capar’ clase en la biblioteca, con la complicidad de Gloria Bermúdez, la bibliotecaria. En quinto de bachillerato se voló para siempre de la escuela, a donde nunca más volvería, a pesar de que no sabía casi ni leer ni escribir y la ortografía era muy precaria: escribía Hortografía con H.  

Se volvió trotamundos, periodista político de El Giro de Medellín, cronista de La Sentencia en Cúcuta, sustanciador de penas y, como buen revoltoso, militante de todas las formas de lucha y distribuidor de Voz Proletaria, donde escribió por años con el seudónimo de JL Díaz-Granates, incluido un poema a la gloria del Doctor en atentados Albertico Santomafia. Fue en esa época cuando conoció a los poetas de la acción Luis Edgar Devia Silva y Manuel Muñoz Ortiz, que morirían a manos de las fuerzas paralelos de Antioquia, uno mientras dormía y el otro escribiendo con su mano derecha. Estos dos grandes poetas militantes le convencieron de que, contrario a lo que decía su padre, el no iba a morirse de hambre sino a llenarse de plata con la poesía. Entonces convenció a uno de los sindicatos del partido de que le dejaran sacar una revista de cuatro hojitas [“una revista que no sirviera para nada, una revista de poesía que se llamara Prospección”] en uno de los mimeógrafos que acababan de llegar de Alemania Oriental. Prospección, en honor a Prometeo, el hijo de Jepeto y Coja, perdió el apoyo sindical pero siguió saliendo y hoy completa 100 años y 100 números. “Es poesía indignante”, añade su amigo Jairo, “no esa cosa meliflua y pegachenta que fluía con aliento aguardientoso al final de las fiestas colombianas”.
Y la verdad que revista y festival le han dado un espacio insospechado al cartel de Rencor en Medellín. Porque lo más notable de este esfuerzo colectivo no es su persistencia, que ha resucitado al festival cuando las dificultades económicas lo han tenido flotante; tampoco el desprendimiento de los poetas que a menudo cobran pero en fama recibiendo aplausos mojados; ni siquiera es la confusión que se crea al oír poemas en lenguas tan raras como swajili o mapiripano. Lo verdaderamente impactante ha sido el público.

Según ha dicho el poeta Magnus Lutero, lo que más le ha impresionado es cómo la gente, en medio de tanto humo de cannabis y ríos de ron tres esquinas, con tanta hambre como produce la yerbita, se sienten por horas enteras a oír sin entender nada. Y lo mejor es que la gente se emociona, porque según Margaret Randal, una nadaísta norteamericana, amiga de Josemario Arbeláez, ese es el efecto de la poesía: que le den ganas a uno sin saber por qué. “No estábamos preparados para la relación que constantemente hace la gente entre su dolorosa historia y los poderes sanatorios de nuestro arte”, agrega, bajo la mirada desviada de Renvot, que hoy tiene un guayabo de todos los demonios.  

Son esos momentos restauradores, estos ‘silencios multitudinarios’ del festival, los premios que Rencor más aprecia. A riesgo de sonar algo mesiánico, declara su fe en la poesía que el fomenta, como salvadora de la izquierda mundial, especialmente la que se produce en los canales de Ámsterdam, la libérrima, la de las putas en las vitrinas y el alprazolam,  amobarbital,  bromacepam, clorodiacepóxido, diacepam, fenobarbital flunitracepam, glutetimida,  hidrato de cloral, loracepam, meprobamato, metacualona, secobarbital y el triazolam de libre venta en sus calles, que tanto ayudan en la redacción de la poesía neo surrealista que tanto aprecia Rencor, porque produce muchos espacios de intolerancia para poder usar de todas las formas de lucha para hacerse con el parné de los contribuyentes.

Y con esa pasión cíclica, de saña y cólera que lo caracteriza, con una cobardía que todavía le sube los colores a la cara, Fernando Rencor y su fuerza colectiva han puesto la capital del crimen en el ojo del huracán porque allí lo que hay es mucho billete y poca poesía, --Medallo es la capital del perico--, y ellos, los poetas del despilfarro del dinero del contribuyente, los amigos de Manuel Marulanda Velez  y el Mono Jujoy,  han convertido el arte más individual en la parranda de los desempleados. Por algo uno de sus grandes esfuerzos ideológicos es una página en el idioma de Shakespeare donde difunde a quienes ya se han sometido a su codicia, avaricia, gula y soberbia. El es quien de ahora en adelante dirá quien recibe la gloria: al fin y al cabo Moises es tan irritable como Rencor y tan malo como Pedro Páramo.
El pobre Mono Rencor, que dicen los virulentos tiene más billete en Venezuela que el propio  Osama Bin Laden, acaba de recibir otro sobreprecio como corredor de bolsa, el llamado Bashrahil, de El Cairo, la ciudad más democrática del mundo. Antes había recibido, de la firme mano de Alvaro Uribe Velez, la media pendejadita de más de 800 millones de pesos de por vida, cada año, incrementados por los costos inflacionarios, para que los derroche él, y sus herederos. Por algo Carlos Lozano, el director de la Voz Proletaria, le considera un genio.

Umberto Cobo

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