El marqués y el sodomita

El descubrimiento de las actas judiciales del caso que llevó a Wilde a la cárcel se ha convertido, más de un siglo después de su muerte, en su mejor obra póstuma.

La anécdota no pasaría de turbulenta historia familiar, si no fuera porque uno de los implicados era Oscar Wilde (1854-1900). Lo que pudo ser un drama de honor durante la hipócrita Inglaterra victoriana, se convirtió en algo de mayor importancia: un juicio al arte moderno con resonancias universales. Y por añadidura, aunque Wilde no pudiera verlo entonces, uno de los hitos de la lucha homosexual contra el moralismo homófobo.

La historia es sencilla. Marzo de 1895. El padre del joven Alfred Douglas, Bosie, no ve bien que su hijo se relacione con el esteta irlandés y menos aún conociendo los rumores que envuelven a la pareja, ingeniosa y de gran popularidad en todo Londres, dos dandys... Este padre, lord y marqués de Queensberry, hombre escéptico de un siglo materialista e inventor de las reglas del boxeo moderno, deja una nota en el club que Wilde frecuenta. "Para Oscar Wilde, ostentoso somdomita [SIC]".

El poeta no hubiera dado un paso más allá de romper la nota, añadiéndole alguna sarcástica respuesta a la falta de ortografía, si su querido Bosie no hubiera insistido en darle una buena tunda legal a su padre. Ya empezaba a estar harto del carca.
Así, el juicio que en principio se llevó adelante contra la calumnia del marqués, gracias a algunos ingredientes de la sociedad victoriana (y porque el ingenioso esteta se pasó de listo en su defensa de la "amoralidad" del arte) se convirtió en un juicio contra el propio Oscar Wilde, acusado del "peor de los pecados". Un juicio que condenó al más brillante de los escritores británicos de su época a dos años de trabajos forzados en la cárcel de Reading.
Lo cuenta Merlin Holland, nieto y biógrafo de Wilde, en El marqués y el sodomita, un apasionante libro que recupera las actas judiciales de uno de los casos más célebres del siglo XIX.
¿Apasionantes unas actas judiciales? Si el protagonista es aquel que dijo que la naturaleza imita al arte, haremos bien en esperar de este libro todo el ingenio que Wilde desplegó en sus célebres epigramas y en obras de teatro como La importancia de llamarse Ernesto o Un marido ideal, y por supuesto, en su conversación.

Los cortantes diálogos entre el poeta irlandés y el abogado de lord Queensberry, Edward Carson (dignos del mejor Dostoievski), se suman a la galería de personajes secundarios -chantajistas, chaperos, aristócratas- con una sorprendente limpieza de estilo, que vuelven a El marqués y el sodomita en una involuntaria novela negra que se lee de un tirón.
Holland recupera los autos judiciales, además de recortes de prensa, notas y rumores, y hace con todo una obra póstuma del propio Wilde. En palabras de Holland, "el texto ha sido compuesto como si se tratara de una obra de teatro". Una obra que borra las fronteras habituales entre arte y vida. Y a pesar del tono cómico de las intervenciones del autor de Una mujer sin importancia, se trataría de una tragedia.

Cómo se pierde el juicio

La cosa pinta mal para Wilde desde el principio. Su abogado comienza el alegato contra la calumnia de Queensberry defendiendo a Wilde por la ambigüedad de una carta íntima enviada a Bosie ("Bello Jacinto", le llama, y otras lindezas simbolistas). Como se verá más adelante, los abogados de Queensberry no conocían la existencia de la carta y no perderán la ocasión de utilizarla para desacreditar al dramaturgo... por más que Wilde la defienda como "poesía en prosa simbolista de inspiración helénica".

Pero sin duda, fueron las respuestas de Wilde durante el interrogatorio los pasos que lo llevaron derecho a la cárcel. A la pregunta de si había besado alguna vez al criado de Bosie, contesta: "Oh, de ninguna manera, era un muchacho muy poco agraciado".

Cuando le piden su opinión acerca de si un texto aparecido en la revista de Bosie, significativamente titulado El sacerdote y el acólito, le parecía inmoral: "Peor que eso, estaba mal escrito".

La obra contra la muerte

"Si atacaban su obra como artista, dada su vehemente defensa de Dorian Gray cuando se publicó por primera vez, era más que probable que permaneciera al pie del cañón y luchara", dice Holland. Y esta fue una de las habilidades de Carson, el incisivo abogado.

Logró convertir el caso Wilde en un juicio contra la literatura amoral, contra la emancipación de los valores estéticos sobre los valores de la sociedad burguesa. Wilde conocía muy bien las acusaciones que años antes llevaron al banquillo a Flaubert por Madame Bovary, las mismas que obligaron a Baudelaire a quitar alguno de los mejores poemas de Las flores del mal. El simbolismo, en su vertiente extrema y decadente, liberó el arte respecto a la sociedad, con una "intensificación de los nervios" y de la transgresión de límites (la homosexualidad era otro límite que sobrepasar), más allá de los honorables y prosaicos valores de la burguesía productiva.

Por desgracia, el interrogatorio de Carson no ha perdido actualidad. En él se anticipan las razones esgrimidas por los nazis contra lo que llamaron "arte degenerado" o los interrogatorios de los comités literarios de los países comunistas.

"Quien dice la verdad, tarde o temprano será descubierto", Carson le recuerda su famoso aforismo. "¿Cree que es un buen axioma educativo para los jóvenes?". Wilde responde: "Cualquier cosa que induzca a pensar a cualquier persona de cualquier edad, es buena para ella".

La tentación del fracaso

Aunque en De profundis, hermoso ajuste de cuentas tras la salida de la cárcel, Wilde afirmara que fue a juicio por ingenuidad, hoy nos gusta ver alguna razón oculta más wildeana. Recordemos su frase: "Todo en la vida es peligroso y, de no serlo, no merecería la pena vivir".
¿Fue el juicio el último acto de una vida revolucionaria capaz de hacerse literatura? ¿Una apuesta más por desarmar la hipocresía? ¿Fracasar a lo grande? En palabras de su nieto: "Cuando mandaron a mi abuelo a la cárcel por quebrantar la ley, también libraron a la sociedad de unrebelde".

En 1897 Wilde salió de Reading, donde había cumplido dos años de trabajos forzados, y emigró a París, donde murió arruinado, física y espiritualmente, en 1900. La ley que llevó a Wilde a la cárcel por homosexual no fue revocada hasta 1967.

Carlos Pardo