Jordi Doce

Colibrí

Ingrávido y rotundo
en el palco del aire,
el colibrí:
aguja aguijadora,
pico que pica el fondo
de la flor desflorada.

Con alas que son perchas
husmea entre los pétalos,
se inclina
sobre un charco de polen columpiado:
él es su lanza en ristre,
su punto en boca,
reflejo de este tallo en que se adentra.

Es esto y esto más,
í con tilde atildada,
i que enhebra al pasar
la quietud con el vuelo.

En la tarde que alienta, el dardo de la luz
tiene forma de pájaro.

Caza menor

Este gato que avanza sin herirse
sobre el muro cubierto de cristales,
lejos de su cojín y su platillo,
ha salido de caza. Le delata su nervio,
la encogida tensión con que vigila,
muñeco de un instinto equilibrista.
Luego caminará sobre la tierra negra,
entre hoyuelos de nieve y bayas secas,
con plumas en las zarpas o mascando vacío
–burlado por sus ganas–, pero hermoso igualmente
en la clara fiereza de su andar.

Gorrión

He seguido, en la altura,
junto al tibio temblor de las cortinas,
el vuelo del gorrión, tan íntimo,
haciendo más extenso el aire,
desovillando un cielo
entre el parterre y los columpios.
Qué poco necesita y cuánto engendra
su espiral impredecible:
apenas un manojo de alas pardas
abriendo un mundo en otro mundo.
(Semilla azul, un cielo se despliega.)
Lo que veo, esta hierba raída, la gravilla,
el rojo paciente de los columpios
sobre el bancal de arena,
es una piedra vaciada por dentro.
El recogido vuelo del gorrión
planta en su oquedad anillos, constelaciones,
remotas intemperies que el frío ilumina
con el primer aliento de la mañana.
Ignoro el rumbo de tanto arabesco
ni a qué tanto secreto,
pero en los sótanos del aire
dos alas dejan atrás su estela,
me obligan a creer en lo invisible.

Palomas

Cruzan el patio las palomas.
Se cuelgan del alféizar, gorgotean,
van y vienen por la penumbra
con sus plumas raídas y su insolencia terca.
Palomas de ciudad,
vestidas del hollín que respiran,
sirvientes del tendal y la basura.
Las odio cordialmente desde mi ventana,
busco espantarlas, cuelgo plásticos,
pero es inútil.
Vuelven al poco, o nunca se marcharon,
y de nuevo me llega,
burbuja sobre el limo de las horas,
el émbolo sonoro de sus cuellos.
Algo dice, tal vez, ese discurso de una sílaba,
su gutural monotonía
poblando el patio de impaciencias.
Algo que ignoro y no puedo ignorar,
que insiste en el silencio de la casa
con tonos de reproche y desafío.
Traduzco un par de páginas, preparo café,
se demora la tarde en su grisalla
y allí las veo, necias y abstraídas,
con su grave zureo que me interroga.
Algo dicen, tal vez, que mi sombra comprende,
que mi sombra calló y ahora recuerda,
porque es suyo.


Jordi Doce (Gijón, 1967) es autor de cuatro libros de poemas, entre los que destacan Lección de permanencia (2000) y Otras lunas ( 2002). Ha preparado ediciones bilingües de la poesía de Paul Auster, William Blake, T. S. Eliot, Geoffrey Hill, Ted Hughes y Charles Tomlinson. Ha sido incluido en la antología La otra joven poesía española ( 2003) y colabora habitualmente con ensayos y reseñas en el suplemento cultural del diario ABC y en las revistas Clarín y Cuadernos Hispanoamericanos. Actualmente es subdirector editorial de la revista Letras Libres Internacional en su edición española.

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