Lentejuelas
A Monseñor Rosendo Huesca,
por sus homilías dominicales.
¿Cómo pude perderme así de fácil, estúpido entre lentejuelas? La historia, siempre dueña de trampas..., con los puntos suspensivos que hablan y no dicen, que nunca enseñan. Cada lentejuela obliga al otro yo, al que da miedo en la tormenta del sábado. ¡Cuenta, usurero! Hilvana un cuento cuya geografía es un cilindro, confiesa. Di sin vergüenza porque no mereces ni tu máscara: No soy digno, Señor, no soy digno. ¿Has leído a San Agustín? Eres aquel viejito de barba entrecana en el camastro que huele a formol; el ahijado de compadres ocupados de ti en el cumpleaños; la oración que nunca oíste porque tras los vitrales escapabas entre visiones de juguetería, lleno de mundo y hueco de eternidad, vacío.
¡Tan-tan! ¿Quién es? Es el diablo, grita silencioso —es una espesa fatiga—, engatusa, pero brinca de envidia ante la capilla en el convento de Calpan, donde San Francisco ora de rodillas al pie del Cielo, bajo los volcanes conversa con sinsontes y tortugas. ¡Ah, desvaído, oye! ¿Ser tan desvaído? Recuerda la carcajada, la mueca del payaso, delirio del no ser porque te creías la vida misma.
Perdón, Deípara —espiga y sistro, el ángel que sonaba, Virgen Santísima. Perdona al peregrino de su cuerpo, clavel tan sin pensar en los caminos del mar, tan salir corriendo por la esquina de la Catedral y lanzar otra carcajada torpe. ¿Verdad que sí? Manto en tu cara de niño fuerte, apetecido, deslumbrante que de tan deslumbrante escarnio, arruga, chatarra de Internet. Escuchabas la banda municipal en el zócalo y aquellas academias de frusleros, leías que si un hueco negro tras el gran estallido era el gusto al cuerpo, olfato al sexo, palparte —¿te acuerdas?— eterno. Dócil de ti, gozoso amigo de la danza moribunda. ¡Cobarde! Has cruzado la ilusión y ni te concedes el misterio, caridad para ti. Para mí mismo.
¿Cuál tiempo habitas, doble de mí, infeliz de mí? Sin azucenas que te cuiden, olvidado. ¿Para qué leíste a San Juan de la Cruz si te ibas a convertir en literato de lento furor palabrero, masticado; si te faltó siempre humildad, perturbación, fulgores? Delirante lentejuela, suena a ceniza. Baldío campo entre aplausos y condecoraciones, miel ácida, encantamiento de cobras, eco de otro eco y de otro eco. ¿Para qué? Isla aislada de ti, tautología, cuerno sin llamada, con mucho de terror a la llamada. Picardías, costumbre de posponer al lunes, ya lo puse en la agenda. Ahora sí que vuelvo, seré el hijo pródigo, saldré en primera plana. Yo el supremo arrepentido, truquero barato, catástrofe de un organillo en invierno. El más ornado mentecato jamás visto. ¡Pasen, señores, pasen! ¡No se pierdan al imbécil! Tiene lodo en la frente, en la boca, pero pasen debajo del maquillaje. La Comedia, Dante que les cuente verso a verso.
¿Pero podríamos acercarnos de otro modo? ¿Buscar las rayas naranjas del amanecer en Ella? ¿Tú y yo en un plural que ruega, implora Vida, la Vida, su visión? Engalanarnos, ¿oyes bien?, bajo la lluvia de estrellas y rezarle sencillo, así de grande. La misericordia infinita, la misericordia: ¡Santa María del Rosario! Quizás falta corazón, hermano mío, yo mío, tan poquita cosa, porque ahora mismo Ella oye, conoce, suspira, sube a hablarle al Señor de nuestras lentejuelas. ¿O quizás falta que seamos valientes? El verdadero desafío, Dios te salve, María, llena eres de gracia... ¿La gracia y su misterio? Allí en Calpan, mirando horas a San Francisco. Aquí dentro de ti y de mí, lentejuelas desechas, camino rugoso...
En Puebla de los Ángeles, verano y 2005
José Prats Sariol (La Habana, 1945) hizo estudios de Literatura en la Universidad de la Habana con José Lezama Lima. Crítico literario, novelista, ensayista y profesor universitario, ha publicado una extensa obra entre la que se cuentan las novelas Mariel (1997, 1999), Guanago Gay (2001) y los Estudios sobre poesía cubana (1988), Criticar al crítico (1983) y Fabelo (1994). Vive en Puebla.
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