Alberto da Costa e Silva por Izacyl Guimarães Ferreira |
A pesar de haber recibido una permanente atención de la crítica, tanto brasileña como de otras latitudes, la obra poética de Alberto da Costa e Silva (São Paulo, 1931) no es muy extensa, un poco mas de cien títulos, reunidos en unos diez libros, que hace cuatro años se publicaron bajo la rúbrica de Poemas reunidos, una suerte de obra completa. En una entrevista concedida hace dos años da Costa e Silva declaraba, textualmente, que había pasado su vida huyendo de la poesía, cediendo apenas a los reclamos de la poesía cuando era inevitable. La economía de sus versos, es además, otro de los aspectos resaltados por la crítica, una economía de medios atribuible a su extraordinario sentido de la mesura y a esa capacidad de lector para aplicar un rigor adamantino a sus propios textos. Versos esenciales sobre los grandes temas de la poesía de siempre: la infancia, el amor, la muerte, la duración de la existencia, da Costa e Silva declaró en alguna ocasión que toda su obra sería el borrador de un extenso poema, «que recuperase una determinada luz de su infancia... la voz del padre poeta... y el descubrimiento del amor». Que tomase «posesión de los recuerdos». Clasificado como poeta de la memoria, da Costa e Silva celebra la infancia y dignamente lamenta sus pérdidas personales. La infancia, sus recuerdos de ella, solo tendrían un paralelo en las memorias en verso de Carlos Drummond de Andrade, o en las prosas de Pedro Nava, y en las memorias del mismo da Costa e Silva, Espelho do príncipe (1994). Porque no es el usual lamento de un paraíso perdido. El tono elegíaco que recorre toda su obra desfila aquí vivo y actual. Así sus recuerdos se hacen nuestros, memoria colectiva. Esto ocurre desde un joven texto de homenaje a Proust, hasta Poemas de Avô, donde se ve en los nietos, textos con cuatro décadas de intervalo. Aquel cão negro de la máquina de coser Singer de su abuela, que es joven, a una ventana pintada por Vermeer del título del poema y de nuestra memoria visual, es una ilustración precisa de esa concreción que da Costa e Silva da a sus versos, bien sea cuando alude a lo conocido, bien sea creando el cuadro del recuerdo. Y he aquí otro aspecto determinante de su poesía. Sus poemas comienzan y terminan con palabras inolvidables. Pero llenas de emoción y ritmo, permean sus poemas por entero. A la casualidad de la mano que hojea: «¿que hacer de este rastro sin sentido / que viene al hombre y parte del niño?» / «cantor de la hierba mínima y de los bueyes» / «entre muros de ceniza, soledad y cansancio» / «Vengamos de ayer como quien da suerte» / «-No creo y rezo.» / «Todo es eterno cuando nosotros lo vemos.» / «en que la vejez refino la belleza perfecta.» / «como la infancia en el amor y el amor en la muerte». No se deduzca de eso que da Costa e Silva es un formalista. Lejos de eso. La belleza intrínseca del asunto construye la belleza de la forma que da Costa e Silva domina con maestría. Como algunos pocos poetas de hoy en Brasil, él sabe de su responsabilidad en tejer en su propia obra la herencia de la lengua recibida. Tejer es un verbo que le pertenece. Su obra, en la que hay un libro llamado O tecelão (1962) y otro llamado Alberto da Costa e Silva carda, fia, doba e tece (1962), es todo un tejido. No hay hilo suelto, nada se rasga, porque sus manos son firmes, este es un poeta consciente, que recoge en la disciplina del tejido su preocupada vivencia. Hay llanto, hay dolor, hay sufrimiento, pero la poesía que resulta de esa noción del rasgado y oxidado de las cosas, de la contemplación del padecimiento de personas y animales, es una poesía que seca las lágrimas del que llora, gracias a la calidad del texto enjuto y atemporal. Digo tejido y regreso a la visualidad de esa poesía. Si tuvo algo de diáfano y subjetivo en su esencia en los dos primeros libros, transita ya por la realidad contemplada de los dos siguientes, pequeños, y con el espléndido Livro de linhagem (1962) alcanza la madurez plena que marcará lo restante de la obra. El tejedor aquí se hace tapicero de mural, en la búsqueda de las raíces familiares componiendo una poesía ya personalizada, liberada de cualquier influencia visible. La lírica portuguesa dominada, hecha propia y que va a tejerse en los siguientes títulos, de los poemas de los 40, 50 y 60 años del poeta, entonces recién entrando en los 30. Livro de linhagem también es un valiente corte entre la directa claridad de los poemas de los años 20 y la claridad madura de los poemas siguientes. Llega a ser oscuro aquí y allí, casi una narrativa de acontecimientos apenas esbozados, una evocación de extraña e inusual belleza. Tal adhesión al pasado, suyo y de los suyos, es una constante de su poesía. Hay, cerca de Brasilia, un área de conservación, bonita desde el nombre: aguas emendadas, que puede aplicarse a la obra de da Costa e Silva: aguas enmendadas son sus textos donde se unen el padre y la infancia, el amor y la amada, los hijos y los nietos de los bellos poemas del abuelo. Como son bellas y también enmendables dos de las operas primas de da Costa e Silva : O menino a cavalo (él y el padre los pinta) y A um filho que fez dezoito anos (él y su primogénito Antonio Francisco). Recordemos antes que un verso del primer libro, de 1952, ya decía «el rostro de tu padre en la cara de tu hijo» Los dos poemas a que me refiero son de «Las líneas de la mano», libro escrito entre 1967 y 1977, parte de los «Poemas de los cuarenta años» de la obra reunida. En ellos, algunos de los versos mas altos de nuestra poesía, conmovedores, además de absolutamente originales, enmendando tiempos (de nuevo el tejido), tramando fondo y forma. He aquí algunos de los momentos de esos poemas. Jamás me encontré después. Fue mi ausencia * * Antonio, * A riverde le stelle José Guilherme Merquior, habla de «metafísica domesticada» y del dominio de lo físico en los versos del amigo, donde las «lacrimae rerum» tienen presencia y voz. Así es, pues su poesía no transita por la filosofía, hermana en la búsqueda del conocimiento, pero de otra naturaleza. La poesía de da Costa e Silva está mas cerca de la pintura que de la música o de la filosofía. Su reino en poesía es el de la poesía misma. Pues su pensar y su sentir son su hacer. Como en ese «Fragmento de Heráclito»: Todos los días son iguales – el griego Él lo pensaba; yo lo vivía, Entiendo que el triángulo más grande de la obra de Alberto da Costa e Silva, es el formado por los dos títulos que ya mencioné – Livro de linhagem y As linhas da mão (1978) - a los cuales se une Ao lado de Vera (1997). El título es el mismo de uno de los más fuertes poemas del libro, culminando todo un tributo a la amada, iniciado aquí con el bello «O amor aos sessenta» . Si en textos largos y especiales da Costa e Silva celebró a su famoso padre, poeta del simbolismo, su esposa Vera, presencia constante en toda la obra, surge de nuevo en el largo poema del cual destaco estos versos realmente memorables: Usa mi corazón, si el tuyo ya lo has desgastado, * * Es rara esa ternura, hecha de comprensión profunda del amor y del tiempo. Y es en la ternura, «devoção da lembrança», donde da Costa e Silva se esconde para dar dignidad y calor a la infinita tristeza que lo embarga. Versos que le garantizan una larga permanencia en la memoria de nuestra lengua. Izacyl Guimarães Ferreira, traductor de los poemas de da Costa e Silva, es el actual presidente de la Unión Brasileña de Escritores. |