Hoy nada parece decirnos el nombre de José Carlos Ary dos Santos (Lisboa, 1937-1984). Apenas unas pocas noticias en la red. Todas, registros de fechas y lugares más o menos significativos y enumeración de títulos de sus libros y canciones en anaqueles –donde se exhiben con fervor, con impudicia – los que compran la poesía por metros. Casi ningún rastro del hombre. Ni una sola valoración crítica.
Incluso la muy completa edición de su Obra poética, aparecida en Lisboa en 1994, apenas da señales del paso de Ary dos Santos por la sensibilidad y la cultura de toda una época. ¿Será que, acaso, los antólogos piensan que la poesía ha de defenderse sola, y que todo intento de enmarcar al autor en un contexto específico es, a la larga, reduccionista? Quiero así creerlo.
Los más enterados saben que Ary dos Santos está indisolublemente unido a la Revolución de Abril, también llamada Revolución de los Claveles, que es un nombre más simbólico aún. Este hecho, que en 1974 puso fin a más de cincuenta años de régimen represivo y colonialista en Portugal, encontró en él a un cantor decidido de amplio registro y hondo compromiso con las clases tradicionalmente desposeídas.
Antes, en 1966, se había afiliado al Partido Comunista Portugués, organización junto a la cual participa en las legendarias jornadas de poesía conocidas como «Canto libre perseguido». Su vinculación a la música –escribió más de 600 letras para canciones-, lo hizo inmensamente popular. No obstante, la obra de Ary dos Santos, se han apurado a señalar sus mejores críticos, ni se inicia ni se agota con la Revolución de Abril, aunque está traspasada por el magno acontecimiento, al cual él dio una verdadera dimensión literaria.
Hay consenso, no obstante, en que 1963 es el año de su maduración como escritor: A Liturgia do Sangue, poemario de intensidades y calidades innegables, confirma que aquel muchacho que había sido incluido en la antología del Premio «Almeida Garrett», en 1954, ha dejado de ser una promesa para convertirse en una verdadera voz actuante.
Proveniente de una familia acomodada, Ary dos Santos se lanzó desde muy joven a recorrer mundo, y alternó la desenfrenada carrera literaria con los más disímiles oficios. Obra y vida en él se hicieron una. Estaba felizmente animado por la certeza de que todo, absolutamente todo, es materia prima para el canto, y que el de poeta es tanto un ejercicio de observación como de participación.
Sobre este tema ha dicho Paulo Sucena: «José Carlos Ary dos Santos se transformó (...) en una especie de trovador de su país y de su pueblo, cantando en las ciudades y en el campo, a los obreros y a los campesinos, rasgándose el pecho, como escribió Natália Correia, para mostrar un corazón que sangra con los infortunios del mundo. Tal vez esa manera de ser y de estar del poeta justifique alguna rabia que todavía hoy cae sobre su nombre y el silencio que sobre él algunos pretenden hacer descender sobre él».
Es cierto, en un mundo dado a la desmemoria, hay quien pretende aún despojar su obra de cualquier valor artístico. Son los mismos que, incluso, le niegan un papel de avanzada en cierta zona de la poesía amatoria lusa. Según la autorizada opinión de Nuno Judice, lo más interesante del trabajo de Ary hay que buscarlo en cierta filiación con el surrealismo portugués, por aquello de las imágenes delirantes en abierta concordancia con la beligerancia política; y en el denso entramado metafórico mediante el cual el poeta expresaba, de forma embozada aunque bella, su filiación gay, algo muy reprimido en la época, incluso por la llamada vanguardia política a la que el bardo pretendía pertenecer.
Ary publicó en vida las siguientes colecciones de versos: A Liturgia do Sangue (1963), Tempo da Lenda das Amendoeiras (1964), Adereços, Endereços (1965), Insofrimento in Sofrimento (1969), Fotos-Grafias (1970), Resumo (1972), As Portas que Abril Abriu (1975), O Sangue das Palavras (1978). En 1984, el mismo año de su muerte, aparecieron VIII Sonetos. A ellas remitimos al lector deseoso de conocer, de viva voz, un canto que a todos interpela, que inquiere por todo, que problematiza la existencia – ¿qué más puede hacer un poeta? – con lucidez y belleza demoledoras.
Existe en Lisboa una calle con su nombre. Quizás en el futuro se le dediquen estudios, monumentos, se instituya un premio literario que lo «honre». Pero no podemos conformarnos. Es nuestro deber restituirle a Ary su puesto, en tanto contemporáneo imprescindible, en la marcha –perdón, no encuentro otra palabra- de los que no nos resignamos a que el mundo sea por siempre este muladar donde habitamos.
¿Qué no fue un autor uniforme? ¿Cómo podría serlo, si su verso andaba a ras de vida, lejos de las redomas y los alambiques de los experimentadores «puros» de la lengua? Como diría León Felipe, el viento –para nosotros vale decir: el tiempo- es quien sellará «el buen pan, el buen vino y el poema eterno».
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