«Giovanna se mira el pulgar, lo imagina en una caja de metal, rodando de un lado para otro, con pellejo y uña; lo toca cálido y vivo encerrado en la palma de su mano, latiendo, latiendo, latiendo»
Miyó Vestrini.
«Canta, lastimada mía»
Miguel de Cervantes
Preguntar por ella trae, sí, consecuencias. La que era una conversación inofensiva, un encuentro cualquiera,se convierte en una operación de la memoria; la que se suponía una entrevista en proceso, se da por terminada. Su nombre, como su poesía, es una furia de la que nadie sale ileso. «Mejor vamos a dejar esto hasta aquí», dijo el escritor venezolano Adriano González León en una mesa sobre la que quedó a medio camino, además de un pacharán, la narración de uno de sus vehementes –y acostumbrados– arrebatos. «Ella escribía con rabia, porque no aceptaba la belleza inútil», dijo Adriano antes de dar por terminado el encuentro.
Toda insistencia trae, sí, consecuencias. El recuerdo de Marie José Fauvelles Ripert –Miyó Vestrini, como se hacía llamar- no podía ser la excepción. Su vida, como su nombre, necesita una abreviatura dolorosa. Quienes trabajaron con la periodista y poeta nacida en Nimes, Francia, en 1938, dibujan una nostalgia drástica; los que la conocieron de cerca o compartieron con ella la infancia en Valera, estado Trujillo –Miyó llegó a Venezuela con apenas 9 años- prefieren poster- gar sus opiniones, dejar las anécdotas para otro día, uno en el que sea posible espantar la tristeza y traerla de regreso.
Entre su muerte y el presente quedan, cual sutura, páginas que encienden otras formas del verso: los poemarios Las historias de Giovanna (1971), El invierno próximo (1978), Pocas virtudes (1986) y Valiente ciudadano, este último de edición póstuma en una antología poética de Monte Ávila Editores con prólogo de Julio Miranda; permanece también Órdenes al corazón (2001), un conjunto de relatos breves –de edición también póstuma- que toman la forma de un libro seco que late con pulso furioso y cotidiano; un músculo que toca la realidad de un país político que, como la autora, se relame adolorido.
Tanto a Miyó como a la democracia les quedaban pocos años. Vestrini decidió quitarse la vida en su departamento de Sebucán, en Caracas, el Viernes 29 de Noviembre de 1991, dos años después de que el país intentase, en vano, recuperarse de las huellas de El Caracazo. Sí, Miyó decidió morir transcurridos ya dos años de una demolición que preparaba la piel ciudadana para las heridas de 1992. El país, como las venas de Miyó, no aguantaron el filo. Nosotros, como ella, caminábamos, decididos, hacia nuestra propia muerte.
Para una mujer como Miyó Vestrini –periodista cultural y aguda entrevistadora de los diarios El Nacional y El Diario de Caracas; integrante de las vanguardias literarias vinculadas a la izquierda intelectual venezolana y luego asidua contertulia de Repúblicas aéreas implantadas tras la pacificación, en los bares de Sabana Grande, en la Caracas de 1970- , el país era una forma de existencia, un ocaso propio y compartido. El país era, sí, un desamor; una orden al corazón que quiere dejar de latir. No en vano, luego de su poemario Las historias de Giovanna –un libro de voces tejidas y procedimientos narrativos donde lo político se hace existencial-, Miyó escribe El invierno próximo, libro del que se desprende el poema IX:
El país, decíamos
lo poníamos en las mesas
lo cargábamos a todas partes
el país necesita
el país espera
el país tortura
el país será
al país lo ejecutan
y estábamos allí por las tardes
a la espera de algún doliente
para decirle
no seas idiota
piensa en el país.
Transcurridos más de diez años de su muerte, la voz poética de Miyó –en un comienzo ignorada, casi oculta en el oficio que la haría merecedora del Premio Nacional de Periodismo en 1967- abandona la sombra para convertirse en una oscuridad propia, espesa, definitiva. Su voz poética sobrepasa al lector. Su belleza hiere. Lejos del discreto terreno periodístico, su poesía –y su magnífica narrativa- se propone la herida, logra el «mirar lastimado» ,ése que según el poeta Luís Alberto Crespo obligaba a Miyó a cubrir sus ojos tras grandes lentes; ese mirar descarnado, huérfano, de madres asfixiantes y pechos apaleados. La muerte: su tema, su territorio, su reino.
El trabajo crítico y cultural de Miyó Vestrini, cuyo grueso hoy reposa en los archivos de El Nacional con las entregas semanales de su columna Al filo de la media noche, se enriquece con los libros Más que la hija de un presidente (1979), Frente al espejo (conversaciones con Isaac Chocrón, 1980) y Salvador Garmendia, pasillo de por medio (1994), texto en el que Vestrini da cuenta de su vida y la del escritor que compartió con ella no sólo las experiencias del grupo literario Sardio y la escritura de guiones de telenovelas, sino el corredor del edificio en el que ambos vivían, ese estrecho pasillo que Miyó cruzaría por última vez la noche en que -después de dejar olvidado su encendedor en el departamento en que vivían el autor de los Seres felices y su esposa, Elisa Maggy -la poeta tomaría la decisión de no regresar.
Pero en Miyó no hay una sola muerte, ninguna es definitiva. En 2002, la crítica argentina Claudia Schvartz sacó a la luz el ensayo Miyó Vestrini, el encierro del espejo, un viaje accidentado directo al cuerpo astillado -mutilado- en la imagen poética. En la mirada de Schvartz, el verso transparenta las mujeres que habitaban en Vestrini. La publicación apareció acompañada de ocho poemas inéditos, escritos entre 1955 y 1957 y fechados en Maracaibo –ciudad venezolana en la que Miyó se incorporó junto con Hesnor Rivera, César David Rincón y Néstor Leal, al grupo literario Apocalipsis- y que la poeta entregó a la cronista, escritora y dramaturga Elisa Lerner, en ese entonces integrante del grupo literario Sardio. Encontrarse con la voz de quien en ese entonces, con apenas 19 años, despellejaba con fruición su propia musculatura poética, contradice toda muerte, incluso la más drástica; en ella el canto abre, lastima, siembra la furia; trae de vuelta a la escritora que atravesó su último pasillo la noche del 29 de Noviembre de 1991.
Karina Sainz Borgo (Caracas, 1982), autora de la nota que publicamos sobre Miyó Vestrini, es una periodista especializada en temas culturales y coordinadora editorial de El Papel Literario de El Nacional. <<< Volver |