Abuela
Caminé muchos primeros años
sin la mano del padre.
Recorrí mis primeros caminos
casi sólo y aferrado
a la mano derecha
de una abuela
irónica y afectuosa.
Ahora, en este final de la tarde,
siento otras manos
y dejo de dolerme de mi mismo.
Aquí están mis manos
cubiertas de «flores de tumba»
y esta mañana
en la que la maldita autocompasión
gira en torno al paso de los años
y a la obviedad del fin
de esta película
de guionista desconocido,
pues el actor ha sido todo
menos «el arquitecto de su propio destino».
Esta tarde me sentaré bajo el laurel
para pensar en los otros.
En ellos está el mundo verdadero.
El yo sin ellos es un espejismo,
una lámina de agua seca
en el fuego del desierto.
El Tlatoani de Texcoco
Ya es tarde, amor desfalleciente,
ya es tarde para decir esa palabra
en la que consisten la vida
y todos sus momentos detenidos
en el umbral de la memoria.
Siempre buscamos la claridad
y a veces caemos bajo el peso
de una excesiva iluminación.
Ahora es el tiempo de los claroscuros,
de las manos memoriosas,
de esta indecisión
con la que llega la mañana
y entran por las rendijas
los dedos del sol.
Nos decimos lo poco que resta.
Cada día nos entrega su propio peso
y lo agradecemos como un regalo
del «dador de la vida».
Sabía el Tlatoani de Texcoco
que pasamos sólo un momento aquí
y nos vamos
con el primer aire del otoño.
Cada minuto es una vida entera
subiendo hacia las nubes
cayendo en los brazos de la tierra.
Viendo cuadros de Francisco Toledo
El chapulín brinca y cae en sí mismo,
una figura en la sombra levanta un brazo,
su pene se hunde en la selva amarilla.
Los animales son y no son como debían ser,
son a su modo y les regocija
su diferencia, aunque son tan reales
como sus congéneres que existen a la manera
ordenada por esos tratados más serios
que una mariposa con gorra de ferrocarrilero.
Vi los cuadros y salí a la noche espesa de Oaxaca
En el aire brillaban las figuras,
la lucidez rodeaba, como la hiedra,
los árboles verdaderos.
Amigo Francisco, aquí me tienes,
viendo tus fantasmas
y amando tus figuras
bajo el rumor de árboles habitados por pájaros nocturnos.
Unas flores de cardo para Pepe Hierro
“Josú que frío, los andaluces”
Con esos andaluces y su frío
en la tarde alemana,
unas flores de cardo,
en el muelle de Huelva
tres copas de aguardiente;
con Antonio y Leonor
en los montes de Soria;
con la última charla mañanera
en el Palacio de la Magdalena;
con los días y las noches
trabajando en el aire,
con el coñac
para abrir los pulmones
en el bar tenebroso
del Estambul postrero,
con la luz infinita
en el templo de Afea...
con todo eso, Pepe Hierro,
con todo eso
y con años perdidos y ganados
en la prisión
de curas y espadones,
con todo eso, y al fin,
con tu poesía
-¡fuera los adjétivos!-
vengo a verte
a tu casa del campo
y no te encuentro.
Pero te encontraré
viejo de tierra,
viejo de fuego,
viejo de palabras
y pensando tus versos y tus días
descubriré
tu «polvo enamorado».
Hugo Gutiérrez Vega (Guadalajara, 1934) es uno de los más notables poetas mexicanos. Actor, diplomático, traductor, dirige el suplemento literario del diario La Jornada. Ha recibido, entre otros, el Premio de las Letras de Jalisco y el Nacional de Periodismo. Algunos de sus libros mas recientes son Antología personal (1998), Luís Buñuel, obsesiones de un espectador (1983) y El erotismo y la muerte (1987).
<<< Volver |