Poema
Frente al dinosaurio de ojos pardos supe que
el retorno de mis antepasados se acercaba.
A su costado el anciano moribundo encendía
una hoguera de azufre.
Llovía
Apoyé mi mano sobre su boca húmeda de ternura presintiendo en la piedra
el paso de un cascabel infantil
y habló el dinosaurio de ojos pardos:
«Llévate la lluvia que apaga mi fuego ancestral y camina hacia el país de los eternos ahorcados.
El perro negro clavado en el centro de cuatro árboles
te hablará del hombre de tu única noche muerto
sobre la ebriedad de las puertas del mal cerradas»
Detrás del anciano moribundo sonrió mi abuelo
apretando contra sí su reloj de oro.
Sentí nostalgia por las doncellas misteriosas.
Todo había muerto.
A mis pies quedaba la herrumbre del dinosaurio
de ojos pardos y se acercaba inevitable,
el grito de mis antepasados.
A mis espaldas silbó un gato negro.
Era el ojo lunar de mi primer aullido frente al dolor.
Maracaibo, Abril 1956
Los viajeros
Agitamos la ternura anclada en los parques
como un insecto en una caja de plomo.
Nuestros caminos han perdido sus lagartos que
partían de los ríos hacia el asfalto rojo.
En algún lugar remoto
las fronteras juegan con los perros hambrientos.
Amamos los bancos devorados de piernas y el
muchacho negro que le silba a la niebla.
No obstante el grito se estrangula en nuestros dedos.
No obstante las iguanas cargadas de miel
se devoran en los surcos.
He aquí el llanto de los trenes que cruzan las
estaciones sin detenerse.
Y queremos partir sobre la cubierta de un monstruo.
Sobre las manchas de petróleo que flotan en el agua.
Sobre los halcones que no crecen en las esquinas.
y nos quedamos, aferrados silenciosamente
al silbido del muchacho negro.
Maracaibo, Marzo 1956
Ternura
Somos teclear de lluvia.
Agonía de lagartos.
Manos de carbón.
Caracoles de azogue.
La partida es un niño,
un perro doloroso,
una hoja muerta
Somos hombres
sin sílaba
sin sombra
sin lápiz.
Árbol sin viento
y sin ancla
que devoraste nuestras palabras
nuestros limoneros!
Camino de algas y mariposas
que truncaste
el silbido del hombre crucificado.
Somos
aceras mojadas,
plegarias de surcos,
ternura.
Maracaibo, Noviembre 1955
Mediodía
¿Qué diré cuando la gente se detenga
para tocar mi rostro?
¿Cómo les hablaré de aquellas playas moribundas
donde la mar se disfraza de antigua doncella?
Estos no son los sitios apropiados para amar:
Sólo al mediodía se aman los hombres.
Quiero al niño de ojos azules
por el cual nacen las tardes
mientras las madres conversan.
Quiero las infinitas calles de mi pueblo
donde la lluvia rueda como una manzana.
Quiero los marineros que giran sobre la noche
como cortesanos.
Es inútil que me hables de amor
sólo al mediodía se aman los hombres.
He aquí la hora de extender las manos
bajo el viento.
De golpearse la frente en la superficie
de los ríos.
De mirar los enamorados por encima del hombro.
Siempre hay una hora para todo eso,
pero sólo al mediodía se aman los hombres.
Maracaibo, Enero de 1957
Miyó Vestrini (Nîmes, 1938-1991), nacida Marie José Fauvelles Ripert, llegó a Venezuela a los nueve años y pasó su niñez en Valera. Fue una notable escritora que transformó el lenguaje de la poesía llamada femenina, en especial con su libro El invierno próximo (1975). Los poemas de Vestrini permanecían inéditos. <<< Volver |