Sábados en la noche
Algo oprime mi pecho
que desea con vehemencia liberarse.
Cuando llega la noche
le dejo salir y va a encontrarse en las tinieblas,
y en las tabernas y garitos, con bonachones dulces mozos,
y con hombres….
Y a opacos jóvenes se entrega,
a los jóvenes lentos que desde el anochecer
hasta avanzada el alba andan solitarios,
y cantan y se divierten, borrachos en las calles,
con el corazón lleno de deseos….
con desesperadas canciones
de otro mundo llenas de pasión,
hasta apagarse extraño y manso el fondo….
Y cuando dan vuelta y se pierden
uno diría que su corazón se rompe,
mientras lloran y lloran sus anhelos
— y se van…
y escuchándolos divertirse en plena noche, lánguidos,
mis propios deseos corren en lo indecible,
y mi alma se llena de almas viejas,
antiguas, pálidas, muy tristes,
conocidas, que salen de las tumbas,
del más allá…
Languer d´amour
¡Oh, besar tus labios,
tus purpúreos labios,
con tanta pasión y deseo,
hasta hacerlos sangrar!
¡Hacer sangrar tus labios!
Tejer mis manos alrededor de tu cuerpo
y en la profundidad oscurísima,
atraerte hacia mí en esas tinieblas…
Y tú, quejándote:
«¡Oh, mis labios no,
oh, no los hagas sangrar y sufrir,
qué te han hecho
basta, basta mi amor, ya no más!»
Y que pasen las noches,
los amaneceres, los años
y yo diciéndote:
«Todavía, mi amor,
no te gocé lo suficiente… todavía!»
De profundis
Ten piedad de todo lo que se pierde
porque dicen que así fue escrito
y en la tumba se hace tierra
sin preguntar ¡porqué!
Ten de ellos piedad, tenla de mí,
de mí que busco respuestas
-con cariñoso corazón, oh Dios mío-
en aquellas cosas que no tienen sentido…
Apenas vislumbro algo que me guíe
de la oscuridad hacia la luz,
mi destino me arroja otra vez
a mi noche profunda y fría…
Ten piedad, Dios mío, de mi desesperanza,
ten piedad de la llama que en vano derramo,
-ten piedad de mí, el exasperado,
de vivir sin una meta, de vivir sin razón
Una canción lejana
Apenas se abrían los pétalos del alba,
una canción lejana, al fondo de la calle,
pasó lenta, como si no tocara la tierra,
a través de mi ventana.
Y apenas desperté de mi profundo sueño,
como encantado volví mi cabeza a los sonidos
y creí que era la voz de un niño perdido
que se acordaba otra vez de mí…
La oí apasionada caminar en la calle,
y cuando se perdió a lo lejos, mis párpados se cerraron
y mis ojos se llenaron de lágrimas
-acaso de alegría…
Napoleón Lapathiotis (Atenas, 1888-1944) escribió poemas desde que era niño y fue director de la revista Igiso, donde publicó buena parte de su obra. En 1909 se recibió de abogado de la Universidad de Atenas, pero vivió los años postreros en la pobreza y la drogadicción. Homosexual, de finos modales y gustos, vivía de noche, deambulando en la calle Stadíu con una rosa roja en el ojal y luego descendía a los bajos fondos en busca de amantes y pasiones. Publicó sólo un libro, Los poemas, de 1939. Fue un amante de los felinos, que vivían con él en la casa paterna del barrio bohemio Exarjia, donde se suicidó durante la Segunda Guerra Mundial. Sus poemas han sido traducidos por el poeta cefalonio Rigas Kappatos.
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