Gastón Baquero

Manuela Sáenz baila con Giuseppe Garibaldi
el rigodón final de la existencia

I

El mar ya estaba acostumbrado a adormecerse junto al puerto de Paita con la cantinela armoniosa de aquella voz de mujer hecha seguramente al mando y a la declaración impetuosa de sus pasiones.
Aquella voz entraba en el mar con la autoridad de quien está acostumbrado a dominar los cuerpos y las almas de los hombres, mujeres, caballos, arcabuces, espadas.
Párrafos enteros de Plutarco fascinaban desde aquel violoncelo los entresijos del mar; y los peces de Paita,
familiarizados con páginas de Tácito y cartas de Bolívar, iban y venían por el océano del Sur, como van y vienen llenos de orgullo por su belleza los leopardos de Kenia.
La mujer de voz de contralto decía poemas, repetía proclamas y ardientes textos de amor que le enviara un hombrecito endeble pero resistente a extinguirse,
un hombrecito fosforescente de quien ella había sido la esposa y el marido, la emperatriz y la esclava.
Atónito el mar le escucha decir:
“Porque diciéndole en una ocasión Temístocles a Arístides que la dote mayor de un general era prevenir y antever los designios enemigos”, respondíale
Arístides: “Bien es necesario esto, ¡oh Temístocles, pero lo esencial y loable en quien manda es conservar puras las manos!”

Y los ecos del mar
paseaban por el firmamento, desde el sillón de ruedas de la mujer de Paita, palabras de Alejandro o repetían: “El sol, suspenso en mitad del cielo aplaudirá esta pompa. ¡Oh sol, oh padre!” Y a veces, el mar se quedaba ensimismado, porque Manuela, vistiendo por gran gala su uniforme de coronel de Ayacucho congregaba con suave autoridad a los niños indios y negros y mulatos de Palta,
y acompañada a la quena por un ciego cantaba en voz de plata un grave himno, el que escribiera un viejo amigo suyo, un hombre como ella infortunado, golpeado, despreciado, quien sin embargo
sacaba de su pecho y retumbaba más que Píndaro un discurso, para cantar las Armas y las Letras de los siglos dichosos.

II

Una tarde ya casi anochecida callaron los conjuros sobre el mar. Fue empujada suavemente la puerta, la del solitario vacío de aquella alma de aleteante gaviota. Bellos ojos en llama, carbunclos con el mirar de otro, del Bolívar de fiebre la envolvieron, y el torbellino de la cabeza rubia vistió de oro las entrañas de la anciana, colgando en los salones de su alma recamadas cortinas, tapices con escenas de amor, vergeles de erotismo.
Diciendo un verso de Poliziano en su lengua nativa entró el Desconocido: Mi nombre es Garibaldi, dijo, vengo a besar su mano, vengo a suplicarle que me deje contemplarla desnuda, acariciar lo que Él adoró. Dante nos ha enseñado a desposarnos con lo inalcanzable, con todo lo prohibido.
Voy a desnudarme, señora, para yacer junto a usted. Quiero que su cuerpo pase al mío el calor de aquel Hombre, su furia infantil para hacer el amor,
su sed nunca saciada de poseerla a usted en cuerpo y alma y cubrirla de hijos.
La levanto, la arranco de esa silla de ruedas que es el trono de la viuda misma de Dios, la paseo en mis brazos, la llevo hasta la mar, la balanceo al compás de un rigodón. Sus senos vuelven a ser erectos como espuelas que elevan hasta el cielo el frenesí del deseo.

Voy a poseerla como nunca hombre alguno poseyera a Thais o a Ninon. Sólo le ruego, doña Manuela, doña Manuelita, que piense usted en Bolívar mientras tanto, que imagine hallarse entre sus brazos, sentirlo enloquecido por el fuego que tiene usted encendido para siempre. Aquí estoy desnudo ante usted,
me llamo Giuseppe, Giuseppe Garibaldi, quiero ser para usted únicamente el joven que bailaba como nadie el rigodón en las fiestas de Quito.

El joven
que sólo aherrojado por los brazos de usted alcanzó a descubrir el sabor y el perfume de la vida.


Gastón Baquero nació en Banes en 1918. Graduado como Ingeniero Agrónomo, durante los años 40 trabajó como periodista en los diarios Información y Diario de la Marina. En esa época tradujo poetas europeos y norteamericanos y participó de las campañas de la democracia socialcristiana. Fue colaborador de Orígenes, la revista fundada por José Lezama Lima. Se exilia luego del triunfo de la Revolución Cubana, en 1959. Tras Estados Unidos, reside en Madrid. Su obra poética, parcialmente recogida en 1984 (Magias e invenciones) y reunida en 1995, comprende Poemas (1942), Saúl ante la espada (1942), Poemas escritos en España (1960), Memorial de un testigo (1966) y Poemas invisibles (1991). Entre sus obras de crítica figuran Ensayos (1948), Escritores hispanoamericanos de hoy (1961) y Darío, Cernuda y otros temas poéticos (1969). Residió en un geriátrico sus últimos años. Después de quedarse sin habla por una trombosis, falleció de un infarto cerebral el 15 de mayo de 1997 en un hospital de Madrid.

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