CALLES
De la nieve
No es una calle muy común en nuestro paisaje, porque en verdad es una isla. En su centro guardan los dioses aymarás la semilla del hielo, para proteger a los hijos del jaguar de anunciadas calcinaciones. El viajero que quiera conocerla debe colocar un manojo de muña en la palma de su mano y respirar, sólo así podrán sus pulmones tolerar el enrarecido hálito que envuelve a las princesas lunares. ¡Ah¡, y no olvides contratar a Zenón, el barquero.
De los viejos
Es en realidad un parque, pero como alguna vez fue calle quedó la costumbre de llamarla según la antigüedad de sus contertulios. No hay en verdad mucho que contar sobre una rutinaria reunión de jubilados que juegan ajedrez, tute y que saben de memoria quienes han sido los nosecuantos presidentes de la república, salvo, que una vez que fallecen, regresan a platicar con sus amigotes convertidos en ardillas o iguanas.
De los cerezos
Dice una olvidada canción, viven allí los recuerdos. Sur, Malena, la voz del Turco, el mirador de las palomas, un tapiz, el libro que prensa la inesperada flor, un añoso baúl, la estropeada singer, la vieja capa y el sombrero de copa del enfebrecido mago que trocó su arte por el fugaz vuelo de la libélula.
De los zancudos
Maese Apolonio Vidales tuvo a bien darle el nombre a esta calle a su costa. Sucede que estando sentado a manteles en espera de un sabroso tamal fue acosado por una nube de estos bichos que implacables se cebaron en su enorme cuerpo. Cuando ya Amanda, su hermana, acudía con un abanico en su auxilio, uno de estos mosquitos se poso en su ojo y fue tal el manotazo que se propinó Don Apolonio que a la mentada calle también la llaman “La Calle del Tuerto”.
De los sueños
Tiene forma de flor. Los enterados afirman que es una orquídea y los ignaros se desgañitan al gritar que quien ha visto una orquídea con forma de rosa. Por supuesto a las abejas que viven de las bondades de sus estambres les importa un pito tan banal y tonta discusión.
De los espejos
El transeúnte que se detiene en sus vitrales observa soles antiguos, mares ignotos, flores del paraíso, sedosos tigres, cadáveres insepultos, cuerpos copulantes, lunas varias, miserias, llagas abiertas. Pero al mirar detenidamente las líneas del azogue descubre asombrado que solo ve el reflejo de su rostro.
Omar Ortiz (Bogotá, 1950), ha publicado libros de poesía y ejercido el periodismo. En 1955 recibió el Premio Nacional de Poesía de la Universidad de Antioquia. Es director de la revista Luna nueva.
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