Mi madre
la maga
hace aparecer
huevos en su mano.
Mis ovarios
parecen en su mano higos negros
y dedos arrugados de tanto lavar.
Entonces la cierra
y cuando la abre
no hay nada.
De sus oídos saca chalinas de seda
de todos los colores, de su boca joyas,
leche de sus pezones.
Desnuda, sobre un tablado blanco,
mi madre la maga
hace su espectáculo.
Se saca los ojos.
Y de sus cuentas vaciadas
sale un aceite que huele a mierda y alcohol.
De las narices
extrae papeles que arden.
Para el gran finale
del coño saca a mi padre
y poniendolo sobre un sombrero de seda
lo desaparece.
Les dije que puede convertir cualquier cosa en nada,
el un hueco en el espacio,
lo máximo, la mejor de las magas.
Todo esto me lo he sacado, justamente,
de mi boca, frente a ustedes.
Amor verdadero
En medio de la noche, cuando nos levantamos
después de hacer el amor, nos miramos
llenos de amistad, sabemos muy bien
lo que hacemos. Unidos uno al otro
como montañistas bajando de una montaña,
amarrados desde la sala de partos,
caminamos por el pasillo hasta el baño, casi no puedo
caminar, me tambaleo a través del aire granulado y oscuro,
con mis ojos cerrados sé donde
te encuentras, unidos uno al otro
a través de gigantescos hilos invisibles, nuestro sexos
mudos, extenuados, aplastados, todo
el cuerpo hecho sexo —seguramente éste
es el momento más sagrado de mi vida,
con nuestros hijos durmiendo en sus camas, cada destino
como una vena inagotable de mineral
por descubrir. Me siento en el inodoro en la noche,
y tú en algún lugar del cuarto,
abro la ventana y la nieve
se ha amontonado contra la hoja de vidrio,
miro hacia afuera,
un muro de cristales fríos, en silencio
y brillando, te llamo en voz baja
y vienes a tomarme la mano y yo digo
no puedo ver más allá. No puedo ver más allá...
Últimos ritos
Cómo me gustaría poder lavarle la cara a mi padre
con algodón del barro de la tierra,
pasárselo por la cara y que las hebras
se alimenten en sus poros antes de morir. Quiero
estar en él, así como estuve una vez en él,
en sus huevos el día antes de engendrarme,
llevándome con sus largas piernas muy cómoda
por las colinas de San Francisco los días de la guerra,
ahí voy entre sus piernas donde pertenezco,
yendo en su carne, me dará su amor sin reservas
y estaré con todo su placer.
Ahora quiero sentir, con el picaneo de la tela,
los contornos de su piel dolorida,
y quisiera lavarlo, así como solía
lavarles bien la cara a mis muñecas
antes de una gran ceremonia.
Amor mientras la regla
Cuando vi mi sangre en tu pierna, las gotas
tan oscuras y claras, ese puro rojo arterial,
ni siquiera podía pensar en la muerte, te paraste
a sonreírme, te acurrucaste
con tus caderas largas en la bañera
y la lavaste.
El botón grande de tu sexo en mi boca,
los oscuros pétalos de mi sexo en tu boca,
iba sintiendo como la muerte
iba yéndose cada vez más lejos,
olvidándome, perdiendo mis señales, la palma
de su mano olvidándose de la curva de mi mejilla.
Luego cuando nos recostamos bajo el resplandor leve
de la lámpara y cuando vi tu labio inferior
brillante de líquido de fuego
te mire y te digo que sabía que eras Dios
y que yo era Dios y estábamos echados en nuestra cama
sobre la nube oscura, y en algún lugar allá abajo estaba
la tierra, y de algún modo todo lo que habíamos hecho,
la sangre, el rosa punteado de la cabeza,
el perla líquido en la raja, todo eso bueno
que habíamos hecho, de algún modo
iba cayendo, para encontrarse floreciendo abajo
allá en el mundo.
Sharon Olds (San Francisco, 1942), es Doctor en Letras de la Universidad de Columbia y ha recibido numerosos premios, como el National Book Critics Circle Award. Algunos de sus libros son Satan Says (1980), The Dead and the Living (1984), The Gold Cell (1987), The Father (1992) y The Wellspring (1996). Traducciones de Umberto Cobo y Juan Carlos Galeano.
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