Rigas Kappatos

En un burdel de Constantinopla

Se ha dormido La boca que fumaba
tenía algo de la sentina de los barcos
y el sabor de agua salada, impura.

De todos los veranos que vivió
quedaba apenas el esfuerzo de una sonrisa
y solamente los inviernos le pesaban fríos.

Desde la ventana abierta se veía el puerto
y la luna arrullada por el agua.
Los remolcadores empujaban y jalaban
poniendo los barcos en su sitio o en su ruta,
silbando secamente las órdenes con sus sirenas.

-Pagas de todos modos.-

Espectral y lejana, con su tos subterránea,
mientras las sombras cubrían su desnudez,
más que un llamado al amor
parecía un cadáver

Helena

Diez años tomó a los helenos preparar la flota
después de la huída de Helena con Paris.
Otros diez lucharon en Troya para recuperarla.
Cuando Helena regresó a Esparta era mujer madura, cuarentona, como dicen, justo cuando
la belleza empieza a decaer.
Y, eso sí, no era la primera vez que fue raptada.
Muchacha quinceañera conoció el rapto de Teseo.
Y Eros con sus tribulaciones diarias
es contrario a la belleza
cuando hay desperdicios y excesos.
En esa edad madura, otoñal,
antes de la puesta de su esplendor,
prefiero imaginarme a Helena,
pensativa en los cuartos de su palacio
frente al atardecer.
Recordando las pasiones que incendiaba su presencia olímpica, de sus hermanos, los Dioscuros que
la rescataron de Teseo y del encuentro de su madre, Leda, con el rey del Olimpo.
Acordándose además, de su hermana que se casó en Micenas
y de lo que pasó en la casa de los Atridas, y detalles de cuando era niña en la casa de Tindáreo, su padre.
Así prefiero acordame yo de Helena:
como uno de los elaborados barcos minoicos, suave y agradable como los viejos vinos de Chipre, un poco pesada en la cintura, en las nalgas y la mirada suavizada por los recuerdos.

Eros

El hombre no envejece, marchita como las plantas
y los deseos lo traicionan cuando aparecen repentinos en medio de la calle ante la presencia de una mujer hermosa.
Cuando uno mira los bellos cuerpos como pistilos abiertos en la primavera, con sus palpitantes senos,
las espaldas desnudas y la desafiante mirada que dice:
miren, soy el Amor y me visto con él.
O cuando en el subterráneo miras las Afroditas que van a trabajar vestidas de blue jeans,
y ves las simetrías perfectas tocándolas
furtivamente en el gentío;
y te reanimas un poco, como para volar,
como cuando tenías veinte años;
cuando las ves caminar moviéndose
perfumadas con olores que embriagan
como aromas del Olimpo.

Son estos estremecimientos,
estos relámpagos,
este aligeramiento en contra de la gravedad
que los antiguos llamaron
dardos del dios alado,
mordeduras divinas,
misterio de correspondencia con la mirada como arquero,
o le dieron el nombre del mismo tramposo hijo de la diosa,
el pequeño Amor con la aljaba y sus flechas.

El puerto del mediodía

El puerto alejándose:
una línea opaca
en el corazón de la noche.

Mediodía.
Unos con el sol en los ojos,
otros con la tierra en el corazón
los estibadores descansaban
bajo sombras polvorientas.

Debajo de las grúas
detenidas en el aire
dos palomas
picoteaban en el muelle
y una chiquilla
vestida de harapos
vendía flores tropicales
marchitas por el sol.

Dos palomas
una chiquilla
en el mediodía tropical.


Rigas Kappatos (Cefalonia, 1934) poeta, cuentista y traductor, estudió literatura y lenguas extranjeras, pero se hizo marino hasta cuando decidió radicarse en New York a finales de los años sesentas. Ha traducido al griego a numerosos poetas y escritores de nuestra lengua, como Federico García Lorca y César Vallejo, Pablo Neruda o Nicanor Parra. Su único libro de poemas traducido al español es un homenaje a uno de sus gatos titulado Los poemas de Athinulis, con la colaboración de Carlos Montemayor y con dibujos de Enrique Lihn. También ha publicado recientemente una Antología de la poesía griega del siglo XX. Los poemas que publicamos han sido traducidos por el propio autor. Vive actualmente en Bethesda.

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