Eugénio de Andrade

Adiós

Como si hubiese una tempestad
oscureciéndote los cabellos,
o si prefieres, la boca mía en tus ojos,
cargada de flor y de tus dedos;

como si hubiese un niño ciego
a los tropiezos dentro de ti,
hablé yo en nieve, y tú callabas
la voz donde contigo me perdí.

Como si la noche viniese y te llevase,
yo era hambre sólo lo que sentía;
te digo adiós, como si no volviese
al país en que tu cuerpo se inicia.

Como si hubiese nubes sobre nubes,
y sobre las nubes mar perfecto,
o si prefieres, esa tu boca clara
navegando anchamente por mi pecho.

La sal de la lengua

Escucha, escucha; tengo aún
una cosa que decirte.
No es importante, lo sé, y no va
a salvar el mundo, no cambiará
la vida de nadie —mas ¿quién
es hoy capaz de salvar el mundo
o tan solo cambiar el sentido
de la vida de alguien?
Escúchame, no te entretengo.
Es poca cosa, como la llovizna
que lenta está llegando.
Son tres, cuatro palabras, poco
más. Palabras que te quiero confiar.
Para que no se extinga su lumbre,
su lumbre breve.
Palabras que mucho amé,
que tal vez ame todavía.
Ellas son la casa, la sal de la lengua.


Eugenio de Andrade (Póvoa de Atalaia, 1923-2005), pseudónimo de José Fontinhas, publicó 27 volúmenes de poesía que han sido traducidos a numerosos idiomas. Trasladó al portugués a Federico García Lorca, Safo, Yannis Ritsos, René Char y Jorge Luís Borges. Poeta que cantaba a las cosas más sencillas de la vida, recibió, entre otros, el Premio Camoes. La nota sobre su obra fue escrita por Andityas Soares de Moura y traducida, como los poemas de Andrade, por Francisco Alvarez Velasco.

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