Miguel Ángel Zapata

Los muslos sobre la grama

Escribo por la muchacha que vi correr esta mañana por el cementerio, la que trotaba ágilmente sobre los muertos. Ella corría y su cuerpo era una pluma de ave que se mecía contra la muerte. Entonces dije que en este reino el deporte no era bueno sólo para la alegría del corazón sino también para el orgasmo de la vista. Al verla correr con sus pequeños shorts transparentes deduje que los cementerios no tenían por que ser tristes, el galope acompasado de la chica daba otra perspectiva al paisaje: el sol adquiría un tono rojizo, su luz tenue se clavaba dando vida a la piel, los mausoleos brillaban con su cabellera de oro, y volví a pensar que la muerte no era un tema de lágrimas sino más bien de gozo cuando la vida continuaba vibrando con los muslos sobre la grama.

Un perro negro en Vallarta

No sé cómo no estoy muerto por la bruma ahora que el mal es como un dulce para la felicidad.
Presiento que el mundo se nos está yendo con esta lluvia: mira el contraste de las olas perfilando un nuevo aliento para los días que vendrán.
Yo soy la pesadilla del sol cuando corro veloz por la arena transparente. Soy un delfín negro que sobrevuela las aguas traicioneras de este mar.
Escucha como me ladra el cielo. No te voy a decir cuánta arena he tragado este verano, y el hambre feroz que he pasado algunos días. Sin embargo debo reconocer que esta es mi morada salina, mi tiempo y mi buena memoria.
Aún siendo un perro marinero he sentido momentos increíbles de verdadera felicidad. Mírame cómo acaricio un sueño ahora que repito el canto de las sirenas. Mira mi cola que se entreteje con el horizonte.
Entiendo perfectamente que tengo alma por esa mi invencible melancolía, y por el hermoso brillo de mis ojos negros. No cabe duda. A mí sólo me enloquece el naufragio, la arena que incendia mis patas con el sol.

La ventana

Voy a construir una ventana en medio de la calle para no sentirme solo. Plantaré un árbol en medio de la calle, y crecerá ante el asombro de los paseantes: criaré pájaros que nunca volarán a otros árboles, y se quedarán a cantar ahí en medio del ruido y la indiferencia. Crecerá un océano en la ventana. Pero esta vez no me aburriré de sus mares, y las gaviotas volverán a volar en círculos sobre mi cabeza. Habrá una cama y un sofá debajo de los árboles para que descanse la lumbre de sus olas.
Voy a construir una ventana en medio de la calle para no sentirme solo. Así podré ver el cielo y la gente que pasa sin hablarme, y aquellos buitres de la muerte que vuelan sin poder sacarme el corazón. Esta ventana alumbrará mi soledad. Podría inclusive abrir otra en medio del mar, y solo vería el horizonte como una luciérnaga con sus alas de cristal. El mundo quedaría lejos al otro lado de la arena, allá donde vive la soledad y la memoria. De cualquier manera es inevitable que construya una ventana, y sobre todo ahora que ya no escribo ni salgo a caminar como antes bajo los pinos del desierto, aun cuando este día parece propicio para descubrir los terrenos insondables.
Voy a construir una ventana en medio de la calle. Vaya absurdo, me dirán, una ventana para que la gente pase y te mire como si fueras un demente que quiere ver el cielo y una vela encendida detrás de la cortina. Baudelaire tenía razón: el que mira desde afuera a través de una ventana abierta no ve tanto como el que mira una ventana cerrada. Por eso he cerrado mis ventanas y he salido a la calle corriendo para no verme alumbrado por la sombra.

Apuntes para un loro que no conoce tristeza

Para mi hija Ana

El loro me mira desde su jaula y no me habla, parece que ya conoce la felicidad. No sé quién está adentro ni quién está afuera: él gira su cuello y mira hacia arriba, su cielo es un árbol seco desde donde se descuelga la primavera. Este loro sabe empuñar el aire con sus alas, y aún cuando presiente que no puede volar como quisiera, me mira y no me dice nada. A veces baila con su cuerpo ligero, se mece con el sol que cae a través del árbol que lo mira suspendido en el espacio de la jaula. Como la mariposa que no conoce tristeza, el loro construye un modo de vida ideal para que los geranios silben en la mañana: él sabe silbar y no me habla por algún motivo que desconozco. Es prestidigitador del silencio, y sabe estar callado como la poesía.


Miguel Ángel Zapata (Piura, 1955), enseña en Hofstra University, donde dirige la revista de estudios hispánicos. Uno de sus más recientes títulos es A Sparrow in the House of Seven Patios (2005). Vive en New York.

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