Casida de Mohamed Bahi
« y si el corazón no le fuerza
la mano, tampoco le forzará el brazo «
Al Mutanabi
I
De repente estaba rendido. Le pregunté: ¿dónde encontraremos una sombra en este arenal tendido? Sólo hay lugar para la meditación y la melancolía. No hay lugar.
Caminábamos y alrededor nuestra estaban las zarzas, las rocas enmohecidas y las brozas, las escamas de sal y los someros ríos, la arena es de tenaces dunas. ¿De dónde llega este ardor que ciega? ¿Del jade o del cuarzo? Y me asusto su silencio, vi los labios hendirse y sangrar, los odres vacíos del agua, estaba repleto de mi asombro. ¿Son dunas o mujeres desnudas? No quiero que oscurezca la luz de tus ojos ya que tienes este alma reluciente.
II
Me advertía de la arena, de su superficie, de su montículo; tenia que proteger mis pies para lo que queda de mis pasos, y cada vez que me fío de un lugar, el viento arrasa la arena bajo mis pasos y seguíamos nuestro avance, yo decía: ¡lentamente nos entregamos! Este vasto vacío nos corta el aliento, y todo este espejismo no se puede tocar, la tierra es oscura y caminábamos día y noche la distancia es la misma, buscábamos los oasis y no encontrábamos más que charcos que ya se secaron.
III
Poníamos perfumados diademas de hierba sobre las cabezas, encendíamos el fuego y bailábamos bajo la luz de la luna, nos unía el compañerismo, era imprescindible la vigilancia de la guardia, y las escopetas para que no nos sorprendiera el desierto; Indefensos, en el horizonte habían personas con ojos insomnes: ¿Por aquí vendrían, por allí o por allá? Y estábamos como si luchando por mantener nuestras vidas.
IV
Los rebaños, y el sol un guerrero; los lobos y el aullido de las hienas, los chacales y los lagartos. No servirán ni los uniformes de la guerra global ni los fieltros de los leones sobre las cabezas; No servirán ni las largas espadas torcidas ni las corazas/armaduras, ni el polvo que oculta los rasgos, ni las banderas que se ensuciaron. Y entre nosotros estaban los príncipes en sus fortalezas estaban los esclavos en sus chozas de barro y paja y cada uno de nosotros temía por su reputación como guerrero.
Después se dispersaron nuestros camellos. Deshechos, cerca de mí se quedaron mis compañeros pero extraños estaban, entre ellos me movía sin renunciar a mis dudas, y pienso seguir avanzando pero me incitaba la idea de renunciar.
V
Le dije: Déjame avergonzarme un poco de las palabras. Hablé mucho, me calmó:»No te preocupes, llévate contigo un puñado de arena, ponlo en tu bolsillo para poder tocarla cuando te sientes cercado por los mapas o cuando se averían las brújulas» y era el mismo nuestro suspiro; y cuando entendíamos preferíamos el silencio, volvíamos la cabeza, ocultamos nuestras lagrimas para que no compartan los cobardes con nosotros nuestra derrotas, y nos divertíamos rastreando las huellas de las pezuñas de los camellos y me decías: necesitamos excremento y al examinarlo sabremos en qué pasto apacentaron los camellos agresores, y como fue nuestra perplejidad. Tribus confraternizadas, algunas sin honra, aliadas y se asaltan el uno al otro uno te regala una rosa y te arrebata tu estrella. Puedes encontrar hierbas solidarias en la soledad y a tu alrededor no encontrarás gente
Le dije: Hemos de avergonzarnos un poco de la palabra.
Y aprobó: La palabra es un abismo.
VI
Cuanto hemos caminado, apresurados y ligeros
Cuanto hemos caminado lentamente y no hemos llegado,
y cuantas veces el miedo guió nuestros pasos,
estábamos sedientos y no encontrábamos un pozo,
hambrientos y las provisiones se agotaron,
cuántas veces esparcimos arena en el aire
para ganarle la confianza al que no confía,
cuántas veces hemos contemplado desde el pie del monte
y desde la llanura y nada vimos,
cuántas veces tuvimos esperanzas y cuántas veces
nos desesperamos, cuántas veces…
VII
Cuántas veces nos despertamos con la primera luz
y nos ha agradado el calor del lecho,
cuántas veces hemos llevado nuestras escopetas sobre el hombro
y no estaban cargadas, cuántos tiros hemos disparado sin alcanzar ninguna ave ni cualquier caza, cuántas veces hemos llenado nuestros odres de agua y se dejaba escapar a lo largo del camino, cuántos hermanos con quien tuvimos una verdadera hermandad y ni siquiera hemos conversado, cuánto silencio y vacío tuvimos alrededor nuestra , pero nuestras ideas no estaban tan claras
VIII
Por no habernos acostumbrado a señales de brevedad no entendíamos al camellero, a su ritmo conducía los camellos al trote, al sendero y a nosotros nos cantaba, pero cada uno de nosotros a su aire canturreaba. No temíamos este recorrido, pero nos asustaba en aquellas circunstancias y me enseño que el desierto no es tan sólo una llanura de la tierra, ni es solamente un desierto lugar de arena, y conocí el desierto: Es toda la extensión de la soledad dentro de mí.
Yo soy el desierto.
Yo soy ahora un desierto en medio
del desierto.
IX
¡No te impresiones! Cuida tu corazón, es preferible que tu alma se alimente de la tozudez, y de todas estas heridas, mira tan profundamente en esta arena para que su imagen no se desvanezca dentro de ti, tienes un puñado de esperanza fresca, pero tu desesperación es bella, toda esta luz te pertenece el sol se pone al atardecer.
Y quisiera seguirte pero las horas me extraviarían.
Y nos contentábamos del relumbre, tú y yo, y de las señales de las manos, como si fuéramos dos seres en una elegía o como si yo quedara solo recordándote en el momento en que muramos juntos.
X
Estábamos juntos, él cantaba versos antiguos en los senderos de la noche, y yo escuchaba su acento y dentro de mí sonaban las flautas. Sumergido en los relumbres de Al Mutanabbí estaba; él cantaba y yo como quien se desvanecía; él cantaba y yo como si fuera con alas y al borde del abismo ¿Cómo huir de su abrazo?
¡Ay…! Encendía el primer verso del poema y su memoria se derramaba, y yo leía y él también, le recordaba algo y él me recordaba; la alegría, el amor, la poesía, el viaje, la noche, el desierto, la saeta, el papel y la pluma. Estábamos como si nos hubiéramos olvidado de la ultima noche en la que nos
acostamos junto a nuestras mujeres, como si le hubiéramos dado la espalda al mar y la tierra nos inundara. le estreché la mano, y fue como si yo cogiese un ramo de flores secas, se esparció… y fue nuestra perdición.
XI
Y cuando volvimos cada uno hacia el otro, volviste tú al martirio colmado de belleza, de alheña y azúcar.
Y cuando la sed del más allá nos unió, pusiste de repente tu mano sobre los cerrojos de la tierra y fuiste.
Hassan Hajmi (Ben Ahmed, 1959), dirige el periódico Al-Ittihad Al-Ichtiraki de Rabat, y es el presidente de la Unión de Escritores de Marruecos. Su más reciente libro de poemas es Poética del espacio (2000). Traducciones de Khalid Raissouni y Trino Cruz.
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