Ruidos
El aceite chisporroteante
un móvil de madreperlas en la brisa
la zambullida/ el falso café al estallar / la llave en la cerradura (cuando espero)
un moscardón en la siesta de verano
el primer soplo antes de la tormenta / el crujido del quebracho quemándose
una moneda rueda / hojas secas bajo mis pies / la bolita cae
sobre las baldosas rojas
un taconeo en la noche
los molinos de viento (cuando hay viento)
el teclear de la máquina de escribir / susurros en la cama
sirenas / el teléfono en la noche
la respiración jadeante de mamá/ ladridos / una canilla gotea / el globo se desinfla
la pedrea sobre el zinc / las langostas comiéndolo todo
un perro rascándose
/una voz canta (en esa iglesia de Quito)
la escoba barre el patio de tierra/ se quiebra el vidrio
las campanas
pasan silenciosas las hojas del libro
en el silencio de la siesta
un portazo
golpes en el techo
ahí vienen/insaciables
los recuerdos.
El capital
En el Citroen rojo
la plusvalía saltaba
cuando las desnudas piedras del camino serrano
detenían tu voz.
Hablabas de Marx
de Rusia
de un largo viaje en tren
en medio de la nieve
de un samovar
que brindaba el té a los viajeros.
Los vaivenes del relato
acompañaban las curvas
mientras contabas lo que la sociedad
capitalista
podía hacer
con los hombres.
El polvo del camino a veces
enturbiaba
tus palabras.
También el humo de los Particulares 70.
Y entonces tosías
como para demostrar
que el paraíso
no existe.
Elecciones generales Dijiste:
Hacía mucho que no estaba tan contento.
Caminábamos las calles desiertas
y en los bares
la gente miraba con atención
imágenes
cifras
más cifras
banderas.
Entramos y pedimos café. La pantalla confirmó
lo que acababas de decir.
Una esperanza pequeñita
efímero refugio
de pensar para el país otro destino.
Después
poco después
un cáncer te mató.
Pero esa es otra historia. La pasajera
Los últimos rayos del sol
colorean a través de las nubes
la nieve
en la Cordillera de los Andes.
Y colorean también las nubes.
En el aterrizaje, la Cordillera aparece enorme y cercana
diluida por la bruma
de una casi noche.
Ella siente la inquietud de siempre
cuando llega a otro lugar,
algo difícil de precisar:
curiosidad, miedo, los sentidos en alerta
para tocar, oler, oír.
En el traslado del aeropuerto a la ciudad
va mirando el camino
los ocasionales compañeros de viaje conversan de sus cosas
de su país.
De pronto se impone una voz
su vecina de asiento dice:
El General nos salvó del comunismo
Y otro acento chileno replica desde atrás:
Su general es un asesino.
En el silencio, ella intenta descubrir
las caras de los que hablaron
pero la oscuridad es total.
Al rato, el chofer dice un nombre en voz alta
detiene el pequeño ómnibus
y bajan dos pasajeros.
Unas cuadras más adelante se repite la acción.
Y más allá.
Y más allá.
Ella se da cuenta de que ha quedado sola
El chofer pregunta si está segura de la dirección,
ella consulta su libreta
y asiente.
El chofer sigue
y por fin exclama: Acá es.
La semipenumbra deja ver el hotel,
un hombre amable baja las escalinatas para tomar su valija.
Hay algo extraño en esa recepción
que ella no podría definir.
Sin embargo, su reserva está.
Sube en el ascensor con el hombre amable
siente la tensión
algo la impulsa a comentar la duda del chofer que la ha traído
Es que mañana el hotel cierra, señora,
usted es la última pasajera.
Cuando el ascensor se detiene en el piso 14,
el hombre agrega:
Nos quedamos todos sin trabajo.
Luego entran a la habitación, en orden las toallas, en orden el frigo.
A solas ella revisa, revisa hasta debajo de la cama.
El sueño no llega, ella piensa en el otro avión
que tomará al amanecer
en el destino del hombre amable y de sus compañeros
en que la habitación
que ocupa
desaparecerá.
Piensa también en el general
que ya no es.
Y no duerme.
Lilia Lardone (Córdoba, 1941), es licenciada en Letras Modernas de la Universidad Nacional de Córdoba. Ha ejercido la docencia, especializándose en literatura infantil y juvenil. Coordina Talleres de escritura y escribe para niños y adultos. Uno de sus últimos libros de poemas es Pequeña Ofelia, diario del río (2003).
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