Evita
Señor, ¿por qué me dejaron sola,
desterrada en carne viva del amor?
¿Quién veló el cielo de mi cuerpo,
esta belleza rota que todos miran?
Ay, mi pueblo, ángel bienhadado.
Voz errátil, lágrima que no cesa.
Diadema venerable en la bruma.
Aguamiel de la rústica utopía.
Señor, ¿cuándo despenaron la noche?
¿Para qué gasas, talismanes, espejos,
el punzante ardor de quien urdió mi hora?
Señor, ¿por qué en ti estoy más sola?
Déjame el último resuello de sueño.
Quiero alzar este escuálido cuerpo,
suplir mi lecho de madre moribunda.
Ay, mi pueblo. Ansia y muro.
Tibia sangre de la memoria encinta.
Hoguera de corazones al desamparo.
Indulgente luz que aún me contempla.
Nocturno alejandrino
Jinete desmañado la incuria sobre el mar.
Su espada atraviesa muros, íconos,
lerdos relojes en la noche extranjera.
La taberna deslumbra tras el vino.
Conforta al viajero en su íntima travesía.
Ay, del bello amor tardío, maldice
mientras la desterrada pena retorna
al canto que solo él escucha.
Ay, fatuo honor de la patria, lamenta
mientras un vendaval de siglos pule
el ardoroso borde, la copa roja.
Asoma el alba entre los barcos y
enjoya con relámpagos la piedra.
El viajero camina por las tiendas.
No hay súplica por otro amor vaporoso.
Alejandría, a la muerte. El último paso.
El canto regresa al mar, enmudecido.
A la belleza del origen su amor maldito.
Eterno concilio de dioses embriagados.
Juntos
Morire é nulla; perderti é difficile.
Umberto Saba
Antes de la tempestad
nuestra juventud
amó cuerpos y palabras.
Después
de una ciudad a otra
fuimos miedo y dolor:
hábitos de la memoria.
Y más tarde
con restos de alma
reinicio de la espera.
Tú y yo, no perdidos.
Acerca de otras muertes
La cucaracha camina sobre el mármol.
No percibe la sensación de ser víctima
no intuye la certeza del disparo.
Trata de pervivir.
Una lluvia letal la persigue
hasta el borde del abismo. Cae.
Y como aquellos otros cuerpos
desciende a la noche más honda.
El vuelo
Vuelo sin ti, padre en soledad.
Hacia tu patio de larga sombra,
al refugio celeste de alverjillas,
a la tierra embellecida de lluvias.
Desde la ciudad de la infamia
un pájaro de fulminadas alas
peregrina rumbo a tu memoria.
Hacia ti, como quien busca otro.
Y nada de mí muera otra vez.
En el fondo del mar
No anhelamos el fondo del mar,
destellos de medusas y corales
sobre la sangre fría de los peces.
Elegimos el lecho pútrido del río,
el vaivén de bogas trashumantes
bajo la urdimbre de los anzuelos.
Avezados a la negritud del barro
fuimos presa de nuestro destino:
entrañas de un país más oscuro.
Nunca imaginamos tocar el mar
porque en él nada es imperfecto.
César Bisso (Santa Fe, 1952), pasó su infancia en Coronda, pero vive en Buenos Aires 1984. Las trazas del agua, una antología de su obra, es su más reciente título.
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