Gonzalo Mallarino

Fotograma

Gotas temblando. Agua sólo.

Después la mano. El dedo delgado. Transparente.
Y el cielo oscuro. Las nubes
cuando finalmente ella
se puso a llorar delante de la ventana.

La llamaría Adelaida. A esa mujer que llora así.
La nariz. Las lágrimas rosadas.
Los poros. Los vellos sobre los labios.
La luz muerta en el pelo.

Apuesto a que los ojos eran grises. Aunque sea
para que yo pueda decir que era una mirada
de ojos grises. Una mirada
hacia un parque en el que los pinos
se estén llenando de gotas y el silencio se tienda por el pasto.

Un silencio llegando por el pasto hasta donde yo estoy.
Para que pudiera yo mirar y escribir esto.

Es dulce esto

La tarde de las manos.

La boca. La inclinación. La ciudad
recomenzada.

Los árboles. Un piso de adoquines. El pelo
triste. Las resinas del mundo.

Te juro que sentí algo moviéndose en
el bosque. Un ciervo sobre las hojas mojadas.
Bajo las ramas delgadas y grises. Y nosotros ahí
sentados. Sobre el piso de Bogotá. Cubierto
de hojas carmelitas y musgo. Yo pienso hoy en día
que es dulce esto hallado en
un cuello. Hallado en el dividirse
el pecho de una mujer.

En una mitad recuerda ella.
En la otra recordaré yo.
Me entristeceré yo.

Tiempo

Queda algo de las cejas. O del mentón.

Lo otro se va olvidando. A fuerza de
pensar. En este caso recuerdo
unos ojos pardos y un poco las cejas como dije.
Pero no el rostro completo. No la flor en su
conjunto como quisiera verdaderamente decirlo
en este momento.

El tiempo se mete entre los vidrios. Borra
las cosas y las voces que estaban.

Yo creería que lo único son los ojos. Y sólo a veces.
Los ojos tienen siempre una tristeza
que puede dudar.

En cambio las voces. Las manos. Las
bocas. Todo se hace astillas. Particularmente
los brazos se hacen astillas.

Ya el vientre sembrado que respirábamos. O los muslos
dulces. Eso se ha perdido casi
como si no hubiera sido nunca.
O como si no hubiéramos sido nosotros.

¡Qué dolor! ¡Como si no hubiéramos
sido nosotros!

A veces en Bogotá

A veces en Bogotá el sol se queda más quieto.
Más segundos sobre las cosas.
Sobre la hierba o sobre las matas
del jardín. Y vuelve el olor.

El líquido de las cosas.

Puede aromar y el sol lo trae entre los dedos.
Lo deja caer despacio sobre todo lo que el alba dispuso
para ese día. O para esas personas que estaban.

De un momento a otro recuperamos una mañana.
Un rostro de mil novecientos sesenta y pico.
Cuando la vida era menos oprimente.
Menos un fardo digamos. Y todo gracias al olor.
Al no yacer más los recuerdos. Al haberse despertado.

A veces en Bogotá se llenan las cosas de fragancia.
Como en Cali. Como en la infancia de Cali
cuando olían los patios y las aceras junto al río.

Hoy huele en Bogotá el jardín que estaba quieto.
Que estuvo detenido en la oscuridad. Apesadumbrado
por la lluvia que cayó tal vez durante la noche.

Es de repente. Nos hemos puesto a salvo sólo por eso.
¿CÓMO PODRÍAMOS?

….bajo una especie de dosel
que formaban los guayacanes. Y al fondo los
cerros. La tarde que se hubiera detenido.

Eso era así. Cercano. Cualquiera
que se ponga a recordar lo sabe.

Las raíces de los grandes árboles. Las guaduas velludas. Todo eso recordado ahoracuando nadie ha regresado.

¿Estará lloviendo allá? ¿Se irá a crecer el río? ¿Va a llegar hasta el parque de los anturios como cuando estábamos
allá?

Aunque realmente ninguno de nosotros ha regresado es posible pensar en todo. Recordarlos a ellos. Recordar
a la niña. Las manos pequeñas de nosotros
los niños buscando zapotes entre las ramas amarillas.
Cómo era fresco todo ahí. Debajo del gran
árbol de zapotes. La corteza del tronco fría y
los bambúes en lo oscuro.

En verdad nadie ha regresado. ¿Cómo
podríamos volver?
Ya no estaríamos todos. Se murió Carlitos. Se murió
la tía. Sólo con eso perdimos todo. Ya puede entrar
la mañana hasta mi cama. Ya puede rebrillar el
sol en los corozos de la palma. Ya puede el río
por la noche pegar contra las piedras. Nada.

Nada. Nada….


Gonzalo Mallarino (Bogotá 1958), ha publicado varios libros de poemas y de narrativa, entre ellos Los llantos (1988), La ventana profunda (1995) y La tarde, las tardes (2000), con los que ha recibido varios premios. Es profesor de literatura en el Gimnasio Moderno de Bogotá.

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