Pugna
La tentación está ahí,
«déjalo para mañana», dice una voz,
«escribir, no siempre se puede escribir».
Y aunque temes entrar en familiaridades con tu demonio,
levantas la oreja.
«No vale la pena que gastes tu vida escribiendo versos que nadie va a leer. Si hay un oficio inútil, es éste.
En lugar de estar estrujándote los sesos,
vete a un sauna, el placer llama».
Y la voz engañosa
se torna derroche musical.
«¿Por qué no darte el día de asueto?
Caprichosas son las musas, difícil su trato,
de ser tú evitaría caer en el juego malicioso.
Mira a los demás, qué modo fácil de llevar la vida.
Es hora, pues, de tirar la pluma».
Entonces en mi interior, suenan las alarmas,
la piel se eriza,
y de allá en lo hondo,
donde los lobos cuidan el legado,
salta el ángel luminoso y comienza la contienda.
Demonios, ángeles y lobos,
en gracia de tanta pugna
escribo al fin estos versos. Oficio
Ahora que conoce los secretos de su oficio,
lugares como Patmos o Estambul,
o la misma Éfeso,
serían perfectos para
darle a sus versos el acento que les hace falta.
Sitios donde bulla la historia
y en el vocinglerío vespertino
todavía resuene aquello
que de lo que humano merezca oírse.
Allí,
donde la piedra guarde aún la forma
desnarigada de algún dios ido,
o perviva su destello en el tazón casero.
Ir allí y aplicarse al verso,
a pulirlo como un vaso antiguo. Odiseo Su regreso a Ítaca nunca sucedió,
todo fue un sueño.
Un sueño Escila y Caribdis, los lestrigones, el cíclope.
Un sueño el abrazo lisonjero de Circe.
Telémaco nunca fue en su busca,
ni Penélope envejeció esperándolo.
Herido de muerte por una flecha troyana,
Odiseo da en imaginar
que los Aqueos ganan la batalla,
y que si la vuelta a la patria se retrasa,
es por voluntad de los dioses
que le cubren el camino de dificultades.
En su delirio, ignora que nada
de lo que sucede es real,
y que aquellas aventuras que imagina,
dignas de un verdadero héroe,
son meras fantasías de un mortal común:
un astuto consejero del rey Agamenón,
que agoniza a las puertas de la ciudad.
Al atardecer echan su cuerpo en una carreta
y lo llevan a cremar,
junto a los cientos de cadáveres
que apestan el lugar.
Bárbaros
No les importan nuestras razones
y las suyas, o las desconocen,
o no les interesa tener alguna.
Y si comparten nuestra vida
es porque quieren destruirla.
Y nada nos salvará de tan cegado
propósito.
Un día nefando para todos
fue aquél en que embridaron sus bestias
y se echaron en nuestra busca.
De nada valió oponerse,
su furia pasó por alto nuestras defensas
y socavó con gruñidos desafiantes
la verdad de nuestros discursos.
Muy pronto,
sus crímenes y ultrajes llegaron al punto
en que todo perdió sentido,
daba igual una cosa que otra,
un destino que otro.
Habían cumplido su cometido.
Atribución
Según una leyenda,
propagada por toda la antigüedad,
Homero puso su propio nombre
a La toma de Ecalia
del Samio Creófilo,
para agradecerle el favor
de haberlo recibido en casa.
De las fábulas sobre la hospitalidad griega
–puesta a prueba a cada tanto
por los mismos dioses en sus correrías–,
ninguna más hermosa que ésta.
En gratitud
por sus atenciones,
Homero asume como suya
la obra de un poeta menor,
y será esta atribución,
lo único que sobrevivirá de ella.
Elkin Restrepo (Medellín, 1942), ganó en 1968 el Premio Nacional de Poesía con su libro Bla, bla, bla. Sus poemas han sido traducidos al inglés, francés, ruso, y hebreo. Su mas reciente libro es Luna blanca (2005), publicado por Arquitrave Editores.
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