Encuentros con la ausencia
I
Rescribí la noche sobre mi piel
y las horas fueron todas iguales.
El alba, vino como un espejismo,
y los pájaros extraviaron su cántico.
Quise juntar las auras de los muertos y hacerlas mi familia,
quise volverlas Padre y luego destruirlas.
Pero recibí una advertencia de la nada,
y ésta fue mi plegaria:
Voy a ascender junto a la nueva jornada del sol,
voy a mirar mis pasos y a dejarlos que sigan siendo sombra,
voy a traslucir mi ímpetu sagrado en el ritual de la vida.
...De la vida en silencio,
...de la vida hecha puerta
para abrirle otras puertas a la ausencia.
II
El hombre dejó de interesarse por Dios,
desde el día en que a éste,
se le ocurrió abandonar su transparencia
para morar en un púlpito.
¿Cómo creer en aquél
que hoy lleva nuestro mismo lastre?.
¿Cómo continuar a la espera de aquél
que hoy nos pide consuelo?.
Dios entró en la variable del tiempo
y desechó el eterno retorno.
Ahora llora con el hombre
sus desplazamientos voluntarios:
ha aprendido a inventar paraísos perdidos,
ha sentido el pecado en su cuerpo,
ha llegado a crear sus propios dioses.
Alucinado,
lleva a cuestas sus alas rotas,
y también busca maestros
que le enseñen cómo repararlas.
– Señor date prisa en socorrerme –.
Dios vive el abandono,
...el mismo abandono en que sumergió a los hombres.
– Señor, vuelve a mi tu rostro –.
III
Cuando todo sea no más que polvo,
emergerá el silencio como una luz multicolor
y hará polvo a la palabra.
El tiempo, fijará su variable
en el incesante ascenso
y nos abrirá la puerta:
el ojo transparente que olvidó la materia.
La tierra, sumida en la ebriedad,
tan sólo recordará
cómo amasar el polvo
para rehacerlo en vid.
¡Beberemos la memoria del polvo!
¡Oh Dios!... Cuando todo sea no más que polvo.
IV
Vi el escenario escarpado de la montaña interior
queriéndose llenar con la mirada vacía de Dios.
Vi cómo en la «visitación»,
el ángel no encontraba vientre disponible para el Mesías.
Vi cómo los cuerpos vencían la gravedad
pero se destruían con su propia gravedad.
Vi cómo el lenguaje existía desde antes que el silencio
y cómo el silencio era el más expresivo lenguaje.
Vi cómo el tiempo buscaba su extraviada memoria
y cómo la memoria no recordaba el tiempo.
Lo vi todo,
recorriendo éstas calles desoladas
que construyeron su propio cataclismo.
V
Retorné la mirada hacia el origen y descubrí extrañas existencias: Todo era un reflejo superficial de catástrofes congénitas, un espejismo de estructuras inexistentes.
El tiempo y el espacio eran fisuras de la nada: humo, polvo, palabras en la boca de los muertos(los únicos presentes).
Monstruos que se devoraban a sí mismos, encerrados en la soledad de los días sin crepúsculo, precedieron el cuerpo.
Metáforas perversas, engañosas y autocomplacientes, hicieron que la carne se consumiera como sombra del vacío.
Rostros extraviados, abrieron un orificio en la memoria del azar para que triunfara la ceguera de la razón.
Omar Ardila (Pitalito, 1975) hizo estudios de filosofía, derecho, literatura y estética audiovisual. Ha publicado Alas del viaje en un instante (2005) y escribe comentarios sobre cine en la revista Libros y Letras de Bogotá.
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