Nuevos y viejos idiotas útiles
Un desteñido grupo de intelectuales colombianos, entre los que figuran rutinarios adictos al mamertismo como Alberto Rodríguez Tosca, Álvaro Suescun, Amparo Osorio, Andrea Echeverri, Ángela García, Celedonio Orjuela, Fabio Jurado, Fabio Martínez, Fernando Rendón, Gabriel Jaime Franco, José Mario Arbeláez, Juan Manuel Roca, Julián Malatesta, Samuel Jaramillo, Santiago Mutis o Víctor López Rache ha suscrito un manifiesto cuestionado en esta nota por el periodista Eduardo Mackenzie, autor del libro Les Farc, ou l'échec d'un communisme de combat (2005), publicado en Colombia como Las Farc, fracaso de un terrorismo, Bogotá, 569 páginas, 2007.
La vieja guardia bolchevique de las ciencias sociales francesas y sus discípulos colombianos han despertado del largo letargo en que estaba (nunca nadie los vio protestar en todos estos años contra las atrocidades cometidas por las Farc contra la sociedad civil colombiana) para dar una muestra final de su curioso conocimiento de las realidades de nuestro país.
En una declaración intitulada “Une issue pour la Colombie”, publicada por el matutino francés Libération, el 31 de enero de 2008, 19 “intelectuales y ciudadanos progresistas”, en plena forma dialéctica, subrayan, en sustancia, que no puede haber una salida para Colombia sin las Farc.
Las Farc, para ellos, son una entidad que conduce una “lucha” legítima pero mancillada quizás por “la práctica del secuestro”, y que, en consecuencia, sólo bastaría que ellas liberen a todos sus “prisioneros” (también los llaman “detenidos”) para poder hacer valer ante el mundo el “sentido de su lucha”.
Los firmantes, acompañados por el maestro de todos ellos, Noam Chomsky, están persuadidos de que las Farc están en posibilidad de hacer eso y mucho más por la paz de Colombia. Su frase acerca de la necesidad de que las Farc prueben su “responsabilidad política” y su “coherencia ética” y su creencia en que las Farc serán capaces de “crear las condiciones para un desenlace” feliz del asunto de los rehenes, es el elemento estructurador de ese extraño manifiesto.
Los optimistas profesores dejan ver, sin embargo, una hilacha de ignorancia, o de despiste frente a hechos notorios, al afirmar que las Farc sólo son responsables de “un poco menos de la tercera parte” de los secuestrados que hay en Colombia, pues las otras víctimas de ese crimen estarían, según ellos, en poder de “las otras guerrillas” (sic), de los paramilitares, de la delincuencia común y de “elementos de la fuerza pública” (sic).
Ante ese esquema inexacto, cuando no mentiroso, ante el cual todo colombiano medianamente informado sonreirá escéptico, no puede uno menos que rendirse ante una evidencia: ese grupo de intelectuales se libra a un desesperado ejercicio de desculpabilización de las Farc, la víspera, precisamente, de las manifestaciones inmensas del 4 de febrero de 2008 en que millones de colombianos lanzarán en Colombia y en numerosas ciudades extranjeras, un grito de repudio definitivo contra la organización terrorista Farc.
Los profesores franceses y sus comparsas, molestos seguramente por la amplitud que toma ese clamor contra las Farc, intentan beneficiar a todo el mundo con su verdad revelada: el verdadero problema no son las Farc sino el Estado colombiano. Ellos piden, en efecto, en su artículo, todo tipo de sanciones contra éste, y sugieren que se instalen en Colombia toda suerte de comisiones de vigilancia contra el Estado colombiano, integradas por funcionarios de la ONU y de la UE, y de la Corte Interamericana de Derechos del Hombre.
Metiendo en un mismo costal al terrorismo totalitario y al Estado democrático, ellos lanzan una “condena” con “idéntica firmeza”, dicen, contra el gobierno colombiano, por el hecho de que éste no reconoce “la existencia del conflicto armado” y no aplica “los principios del derecho internacional humanitario”.
Es la falsa y fracasada teoría de los “actores armados” que ellos, como buenos marxólogos, enseñaron siempre: el Estado colombiano es el “culpable” de haber originado la violencia en Colombia (la tesis preferida de Orlando Fals Borda, uno de los firmantes) y las guerrillas colombianas sólo son organismos de “autodefensa”, que “no quieren tomarse el poder” pues sólo buscan hacer una “reforma agraria” (la creencia de otros firmantes).
En la grotesca teoría de los “actores armados” el Estado colombiano, la subversión armada comunista y la subversión armada anti comunista, son la cara de una misma moneda, actores armados ilegítimos, ante los cuales la UE debe ser estrictamente neutral.
No obstante, los autores del texto citado, van mas allá de su propia teoría pues son incapaces de condenar a las Farc con la misma “firmeza” que lo hacen respecto del Estado colombiano. En ninguna parte de ese texto luminoso se encontrará, en efecto, el pedido de que las Farc, organismo que llevó a un refinamiento diabólico el maltrato y el asesinato de rehenes y la manipulación de sus familias, sean disueltas, ni reprimidas, ni desmanteladas, ni condenadas moralmente, ni siquiera vigiladas por organismos de la ONU, ni de la UE, ni de la Corte Interamericana de Derechos del Hombre.
No, las “tres demandas especificas” de este grupo de “intelectuales progresistas” son puramente unilaterales: pretenden “reforzar el impacto diplomático europeo” no sobre los captores y masacradores de rehenes, ni sobre los asesinos de diputados y alcaldes y candidatos en las elecciones regionales, ni sobre los reclutadores y torturadores de niños, sino sobre el gobierno colombiano, el mismo que logró desmantelar las organizaciones paramilitares de extrema derecha más fuertes del mundo occidental, y que está avanzando hacia el derrumbe definitivo del organismo terrorista más peligroso del continente americano. El mismo que logró reducir drásticamente las violaciones de derechos humanos en los últimos seis años.
Los académicos están lejos de admitir esa evidencia. Ellos están penetrados de una verdad típica de ellos: la política de seguridad democrática es “incapaz de garantizar la vida a los desposeídos”.
Tales afirmaciones son lanzadas desde una tribuna parisina por personas que dicen sentir “vergüenza” ante la suerte “que corren los secuestrados” y ante la “amplitud de la tragedia humanitaria colombiana”. Ellos callan, empero, el papel principal que jugaron las Farc en la creación de los 3,9 millones de desplazados.
Ellos formulan críticas acerbas contra el “régimen colombiano”, sin decir si éste es democrático o dictatorial. Dictatorial debe ser sin duda, pues ellos parecen convencidos de que éste, no las Farc, dirige, con ayuda del gobierno estadounidense, una “guerra atroz”. ¿Guerra atroz contra quien? ¿Contra qué? Los profesores no lo dicen. ¿Una “guerra atroz” contra las Farc? Los 19 tampoco lo dicen. Pero lo sugieren.
Las Farc son, para ellos, una víctima, no un victimario. En consecuencia, ellos le exigen al “régimen” colombiano que “abandone definitivamente la hipótesis de un rescate militar” de los rehenes y que se someta, en cambio, a los dictados de las Farc, es decir que acepte resolver el problema de los secuestrados, mediante un “acuerdo humanitario”, el cual, como todo el mundo sabe, salvo los 19 firmantes, implicaría poner en manos de las muy responsables y muy éticas Farc, 112 000 colombianos inermes, habitantes en una región que tendría que quedar desmilitarizada y desprotegida durante un mes. Esa región, donde están los municipios de Pradera y Florida, es vecina de Cali, la tercera ciudad colombiana en importancia. ¿Qué más pide el pueblo?
Llama la atención que ese rosario de lugares comunes de la moderna ciencia social francesa sobre Colombia sea relanzado en momentos en que la dictadura chavista amenaza económica y militarmente a Colombia y a los Estados Unidos, y a pocas horas de las manifestaciones del 4 de febrero, propuestas y dirigidas por la juventud colombiana. Los firmantes parecen haberse dado cuenta de que esas manifestaciones contra las Farc marcan una ruptura intelectual y psicológica mayor respecto de ciertos valores que algunos impusieron durante cinco décadas en Colombia. Reinstalar la vieja ideología es lo que pretenden con su llamado. Sin embargo, el grupo de “intelectuales progresistas” se despertó muy tarde. Todo indica que la nueva generación colombiana podrá, por fin, ser una generación de hombres y de mujeres libres.
Eduardo Mackenzie |