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López Michelsen
El deceso del expresidente López Michelsen está suscitando numerosos panegíricos entre el gremio de políticos y periodistas. Y está bien: despiden a uno de los suyos. Pero en medio del despilfarro de ponderaciones que balbucean en tumulto se han atrevido a decir, óigase bien, que López Michelsen ha sido el intelectual, el pensador y hasta uno de los novelistas más importantes del siglo XX. [...]
El hecho de que López haya escrito y teorizado sobre la política, no quiere decir que haya dejado un importante legado intelectual ni de pensamiento político. Su función primordial estuvo en el discurso o el plan político-práctico, que es otra cosa. Su saber fue operativo. De ahí que al revisar sus artículos de periódicos o de libros sobre política, historia y literatura, notemos que el alcance de sus dilucidaciones se quede a medio camino. Nunca alcanza, no podría, la abstracción necesaria del teórico político, del historiador o del crítico literario. Sus juicios y observaciones sobre una novela, sobre el gobierno de su magnífico padre, sobre leyes o decisiones de los gobiernos que lo sucedieron, en rigor, uno las encuentra contaminados de segundas intenciones que tienen que ver más con el anhelo de aplicarlas. Por ejemplo, en el tema del origen de nuestras instituciones, López sostuvo con terquedad que la raíz se hundía en el calvinismo. Fue la influencia francesa e inglesa, decía, la que baña la sustancia de las instituciones colombianas. El calvinismo operó en ellas dándoles soberanía, autonomía. Pero, al cabo, el sí jurista y teórico Nicolás Salom, experto en derecho del mar, lo contradijo con la tesis de que nuestras instituciones hunden sus raíces en el derecho neotomista de Suárez y Vitoria, profesores de la Universidad de Salamanca en los tiempos de Carlos V, quienes cuestionaron la conquista de América recordando una cosa fundamental, origen de nuestras democracias modernas: el poder viene del pueblo; sólo un gobierno se legitima en el pueblo. Tal enseñanza flotó en el grito de los Comuneros, esos rebeldes no-letrados, por lo tanto, ni afrancesados ni con la posibilidad de conocer a Calvino. Me pregunto qué intención secreta había en López al insistir tanto sobre una tesis que la historia misma la derrumbaba.
La figura del político-intelectual, a lo largo de la historia, ha ocasionado funestas consecuencias a los estados que han tenido que soportarlos. No vamos a entrar a evaluar el gobierno de López Michelsen, pero vayamos señalando que seguramente muchas de sus ideas o reflexiones no las pudo llevar a cabo. A lo que vamos es al problema antiguo del rey filósofo. En el siglo XVIII, el de la Ilustración y el Racionalismo, Voltaire visitó las cortes intelectuales de Federico II de Prusia y Luis XIV, y sin asomo de ironía las llamó despotismos ilustrados. Al advertir la fama de Colombia como “país de poetas y gramáticos”, preguntémonos si no ha habido en Colombia el llamado despotismo ilustrado, esto es, los políticos-intelectuales, los presidentes-poetas que han gobernado con la convicción de los filósofos, alimentada por su soberbia o ingenuidad, de que sólo mediante el pensamiento contemplativo, las columnas de opinión o el periodismo se podrá organizar adecuadamente la coexistencia de los colombianos y de que mientras ellos, los letrados, no se dediquen a la política no se podrán remediar los males del estado. En efecto. Lo pensó Miguel Antonio Caro, por ejemplo, cuando gobernó a Colombia sin jamás salir del perímetro de la Plaza de Bolívar, confiado en su saber intelectual y hasta desdeñoso del saber operativo. Fue presidente de Colombia sin saber montar a caballo, sin untarse de barro al vadear pantanos y ríos, al virar por destiladores que por sus días comunicaban a una nación inmensa que desconocía en la práctica. ¡Qué decir del afable señor Marroquín, contando versos en Yerbabuena mientras los gringos contaban dólares apurando la construcción del Canal de Panamá! Más tarde, el gran prosista Alberto Lleras Camargo aceptó que a la presidencia de Colombia se subía por una escalera de alejandrinos. Él subió por las sonoridades y cadencias de su prosa discursiva, rítmica, con que envolvía a la masa, fiel entre tanto al Departamento de Estado. Antes había sido el hacedor de discursos de Alfonso López Pumarejo, el gran presidente liberal del siglo XX que precisamente por no gozar de la retórica perversa, Laureano Gómez lo fue sacando poco a poco del ring con las sílabas mágicas de MA-MA-TO-CO. Gran Knock-Out retórico.
Sin la posesión de armas ni de poder, sin jerarquías, embebidos en el periodismo, ningún otro mundillo más dominado por el “yo” enloquecido, por la arrogancia, las envidias y la vanidad que el de los intelectuales-políticos, los letrados perversos que han dominado a Colombia. El Libertador Bolívar lo había profetizado en mejores palabras en carta a Santander, Junio 13 de 1821.
“Piensan esos caballeros que Colombia está cubierta de lanudos, arropados en las chimeneas de Bogotá, Tunja y Pamplona. No han echado sus miradas sobre los caribes del Orinoco, sobre los pastores del Apure, sobre los marineros de Maracaibo, sobre los bogas del Magdalena, sobre los bandidos del Patía, sobre los indómitos pastusos, sobre los guajibos de Casanare y sobre todas las hordas salvajes de África y América que, como gamos, recorren las soledades de Colombia. ¿No le parece a usted, mi querido Santander, que esos legisladores, más ignorantes que malos, y más presuntuosos que ambiciosos, nos van a conducir a la anarquía, y después a la tiranía, y siempre a la ruina? Yo lo creo así y estoy cierto de ello. De suerte que si no son los que completan nuestro exterminio, serán los suaves filósofos de la legitimada Colombia”. .
Lo terrible es que estos suaves filósofos aún insisten en el acuerdo humanitario-retórico con los guerrilleros que, como tigres, están apoderados de los llanos del Orinoco, de las selvas del Amazonas, de las costas del Pacífico, de las riberas del Magdalena. ¿El sueño de la razón produce monstruos? Acaso la sensatez nos llega cuando sabemos que no somos intelectuales ni políticos. Mejor dicho, que el mundo no está en nuestras manos.
Sebastián Pineda
Sebastián Pineda (Medellín, 1982) acaba de publicar en México su ensayo La musa crítica: teoría y ciencia literaria de Alfonso Reyes (Colegio Nacional, 2007). Artículos suyos han aparecido en Lettres françaises, Armas y Letras y otras revistas.
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