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Todos sabemos que Paco Umbral fue un animal literario, un hombre que todo lo quiso y a quien por ello, a fin de cuentas, la literatura le importaba más que la vida, aunque supo muy bien que la feroz literatura se alimenta de vida, como los felinos…
Pero también fue un dandi. Sólo él y yo –perdón- supimos que un dandi no es un tipo elegante, sino un disidente que se trajea con arte extraño para mejor lucir su disidencia como gardenia artística o guante amarillo. Su bufanda era dandística, pero también su mal humor, ese gusto que Whistler tituló “El noble arte de hacerse enemigos”. Todo dandi. Su biografía no podrá ignorar que para un artista la mentira cuenta más que la verdad, no sólo porque sea más creativa –que a menudo lo es- sino porque lo que los demás perciben externamente como falsedad, en el íntimo corazón del dandi es la auténtica verdad, la más abismática, la más honda. Umbral jugó esa baza de continuo y habitualmente no lo entendieron. Se empeñaban en llevarle a la realidad que no era artística, es decir, la que él no quería, la que no le interesaba sino era política. Y hasta creo que de la política terminó, a la postre, haciendo sólo dandismo.
Para sus amigos y devotos fue un genio de la literatura, del periodismo y de la lengua, a la que amaba tanto como para zurrarle o acariciarle al tiempo. Para sus enemigos (que cultivó, como lo hizo Cela) era un ganapán de las letras, una mentira viva, un titiritero en sus apariciones públicas. No valía nada. Cierto que gustaba de impostar la voz, que siempre vivió de lo que escribía, y que sería difícil hallarle alguna amistad auténtica (los devotos no son amigos) que no fuera la escritura misma. Vivió sólo en literatura y para la literatura y vendía el alma –y el cuerpo- por una buena página. Jugaba continuamente al dandismo. Yo creo que le hubiera gustado suicidarse y lo hizo en muchos artículos y entrevistas. Siempre fue comunista (aunque no lo dijo en los finales años del franquismo, donde bastaba un tufo de heterodoxia) y en sus pocos últimos años coqueteó con la derecha liberal, probablemente para seguir siendo políticamente incorrecto. Fue un total animal literario, y por eso llegó a publicar cerca de cien libros, sino más. Sería absurdo decir que todos son excelentes (pues él mismo no se cansaba de reiterar que muchos los hizo sólo por dinero) pero no menos absurdo declararlos pésimos a todos. Sus libros de crónica (“La noche en que llegué al Café Gijón”, por ejemplo) o las crónicas sociales y eróticas de sus amores o amoríos (verbigracia “Los amores diurnos”) quizá sean, a la postre, lo mejor de su vasta producción. Además estaba el artículo lírico y la novela lírica…
Sólo ahora se podrá empezar a juzgar al misterioso Umbral, de quien tan poco sabíamos. Él apenas dijo de sí que fue tuberculoso en la posguerra, que era autodidacto y que le gustaban las señoritas bonitas y jóvenes (necesariamente jóvenes), los aristócratas hueros y linajudos, ah y los gatos, sus siempre admirados gatos a los que ponían nombres de casas de lujo: Chanel, Dior, Loewe… Adiós, Paco.
Luis Antonio de Villena |
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