La poesía de Han Yü
         
           
 

     Han Yü [韓愈, Heyang, 768-824] fue un poeta de la dinastía Tang que influyó en el desarrollo del neo-confucianismo, al ser incondicional de una inflexible atención a los axiomas del maestro, como del ejercicio de la autoridad central en política y los asuntos culturales. Es uno de los grandes prosistas de su tiempo, apenas comparable con el historiador Sima Qian [司馬遷], y ocupa el primer lugar entre Los ocho grandes maestros de la prosa Tang y Song, una ordenación introducida por Mao Kun [ ] durante la dinastía Ming.

Nació en la actual Mengzhou en Henan, en el seno de una familia de noble linaje. Su padre fue un funcionario menor que murió cuando Han Yü tenía dos años y debió ser criado en la familia de su hermano mayor, Han Hui [ ]. Estudiante de las escrituras filosóficas y del pensamiento confuciano, en 774 la familia, se trasladó a Changan, pero tres años más tarde fue desterrado al sur de China debido a sus vínculos con el deshonrado canciller Yuan Zai [元載], vizconde Huang y Chengzon de Xuchag durante el reinado de los emperadores Suzong y Daizong, que luego de haber sido arrestado, fue ejecutado por traidor. Han Hui falleció en 781 siendo prefecto en Guangdong. Luego de cuatro intentos, Han Yü logró pasar los exámenes imperiales jinshi y entró al servicio del gobernador militar de la provincia de Bianzhou y más tarde con el de Xuzhou. Para comienzos del 802 obtuvo su primer empleo en la capital, pero fue enviado de nuevo al exilio parece que por no apoyar una facción del heredero al trono, por sus críticas a las conductas erradas de los servidores del emperador o quizás, por haber sugerido que se redujeran los impuestos durante una hambruna.

Entre 807 y 819 Han Yü tuvo cargos sucesivos en Luoyang y Changan, años durante los cuales abogó por un control centralizado de las provincias separatistas norteñas. Sus empleos cesaron tras haber escrito su famoso Memorial sobre los restos óseos del Buda [ 佛骨 ], dirigido al emperador Xianzong sobre “la influencia perniciosa” del budismo, muy popular entonces en la corte Tang. Como la corte se preparara para recibir con pompa el resto de un dedo de Buda, dijo que era un objeto sucio, que apenas merecía ser entregado a los oficiales apropiados para que lo destruyeran, y así erradicar para siempre su influjo. Además, cotejaba la civilización china de su tiempo con la incultura de los que practicaban el budismo, como si fuesen pájaros y bestias salvajes, considerando que al tener un origen bárbaro [夷狄],  era una creencia y práctica dañina para el pueblo.

El escrito ofendió seriamente al emperador, que ordenó su ejecución. Se salvó de morir gracias a la intervención de sus amigos en la corte, y otra vez fue degradado y exiliado a Chaozhou. Después que ofreciera disculpas formales al emperador meses más tarde, fue trasladado a una provincia cercana a la capital. Xianzong murió el año siguiente, y su sucesor, el emperador Muzong trajo a Han Yü de nuevo a la capital donde trabajó en la Oficina de la Guerra. Posteriormente fue nombrado en una posición de alto rango tras completar con éxito una misión para persuadir a un comandante rebelde de regresar al redil.

Han Yü también criticaba el taoísmo, que consideraba una acreción nociva para la cultura china, aunque distinguía entre el taoísmo, que toleraba como una creencia con orígenes nacionales, mientras el budismo “era una fe foránea”. En El origen del Tao [原 道, Yuandao], dice que el monasticismo del budismo y taoísmo son improductivos y crean una relajación social y económica, mientras el confucianismo reunía el comportamiento privado y moral del individuo con el bien común y del estado mismo. Su noción de que espiritualidad confuciana y acción política deberían ir a la par fue una de las bases ideológicas del neo confucianismo.

Según Han Yü hay tres clases de naturaleza humana: la superior, la media y la inferior. A la primera pertenecen aquellos que como dice Mencio [孟軻] [370 a. C. - 289 a. C.] nacen y son buenos; a la tercera los que según Sun Tzu [孙子] [544-496 a. C], autor de El arte de la guerra [孙子兵法] nacían malos y consideraba perversos, pero recorriendo la historia de China, Han Yü descubre que hay quienes habiendo sido protervos se convierten en bienhechores si tienen un buen maestro y una educación apropiada y un buen ejemplo. Hay otros, dice, que creciendo entre virtuosos, al tener malas influencias, se pierden. Entonces, concluye, en el hombre yacen todas las posibilidades de comportamiento y es erróneo afirmar que hay unos cuya virtud es innata y otros cuya maldad es incorregible.

Han Yü ocupó entonces varios empleos de mérito como ser rector de la Universidad Imperial, influyó en las generaciones posteriores de pensadores confucianos y patrocinó a diversas personalidades literarias de finales del siglo IX, transformando el talante de la prosa ornamental pianwen [駢文] invitando a regresar al estilo clásico guwen [古文], escueto, racional y estricto, que creía era apropiado para la restauración del confucianismo.  Para él, la literatura y la ética estaban entrelazadas, y abogaba por la asimilación personal de los valores confucianos a través de los clásicos, haciéndolos parte de la vida.

Entre sus ensayos más conocidos están los mencionados alegatos contra el budismo y el taoísmo y los de apoyo al confucianismo, y el irónico Discurso para los cocodrilos [鱷魚 ] donde declara que los cocodrilos [intelectuales budistas] deben ser desterrados de Chaozhou, y Adiós a la penuria [ ] donde describe su intento fallido de librarse del pavor a la pobreza. Un fragmento de aquel, incluido en el libro de Herbert A. Giles: Confucianism and its rivals, resultado de unas conferencias dictadas en Londres en 1914, dice:

 

Cocodrilo, tú y yo no podemos vivir en el mismo sitio. El Hijo del Cielo ha confiado este distrito y sus gentes a mi cuidado, y tú, animal de ojos bisojos, devorando las gentes y los animales para engordar y reproducirte provocas en mí una lucha a muerte que acepto con determinación. Aunque de naturaleza débil y enfermiza, no voy a inclinarme, ni postrarme de rodillas ante un mezquino lagarto como tú. Soy el guardián del lugar y lo defenderé hasta el último día de mi vida. Con estas palabras te lo advierto. Si eres prudente, oirás mi consejo. Ante ti se extiende el ancho mar donde reina la ballena y el langostino. Ve allí y vive en paz contigo mismo. Estas sólo a una jornada de camino.

Aun cuando la posteridad crítica ha privilegiado sus ensayos, debido a su enorme carga ideológica y lo significativos que ahora resultan para entender su tiempo, su poesía es notable entre los poetas de la dinastía. Es cierto que escribió numerosos textos sobre numerosos asuntos, con un carácter ingenioso, satírico contra la burocracia y en no pocas veces juguetón, creando un estilo nada ornamentado, siguiendo el principio de que la forma es el contenido, como sugiere en este, donde identifica el obrar de la naturaleza con el surgir de la poesía en la voz humana:

Todo resuena cuando se rompe el equilibrio.
Las yerbas son silenciosas,
pero si el viento las agita, silban.
El agua calla,
pero si el aire la mueve, repica;
las olas mugen: algo las oprime;
la cascada se precipita: le falta suelo;
el lago hierve: algo lo calienta.
Son mudos los metales y las piedras,
pero si algo los golpea, rechinan.
 
 Así el hombre.

Si habla, es que no puede contenerse;
si se emociona, canta;
si sufre, se lamenta.
Todo lo que sale de su boca
se debe a una rotura...
Cuando el equilibrio se fragmenta,
el cielo escoge entre los hombres
aquellos más sensibles y los hace hablar.

Todos los relatos principales de su vida coinciden en que era de carácter directo y  en su inquebrantable lealtad hacia sus amigos. Según Li Ao, gobernador del Circuito Este de Shannan [李翱; 772–841]: Lainan Lu [来南录, "Diario de mi llegada al Sur"], Han Yü fue un gran conversador y un inspirado maestro: "Sus enseñanzas y sus esfuerzos para modelar a sus estudiantes eran severos, temiendo que no fueran perfectos, pero los divertía con bromas y la declamación de poemas, tanto como para encantarse con el maestro y no querer volver pronto a casa.” El sentido del humor que es innegable en su escritura también fue importante en su vida. Según Herbert Giles [A History of Chinese Literature, 1973] se "debe a un patriotismo tranquilo y digno que los chinos de ahora conservan vivamente".

Han Yü lideró una defensa del confucianismo en un momento en que la doctrina declinaba, y atacó el budismo y el taoísmo, que eran las creencias dominantes. Sus escritos tendrían una influencia en las dinastías posteriores, aunque fue criticado por los confucianos de Sung por ser mucho más un estilista que un moralista. La mayoría de los eruditos recientes, aunque asignan a Han Yü un lugar seguro en la historia, sienten vergüenza  del tono violento de sus escritos, fanáticos del confucionismo.

Murió en Changan a la edad de cincuenta y seis años, y fue enterrado el 21 de abril de 825 en el antiguo cementerio de Heyang. El gran poeta Su Shi [蘇軾] [1037-1101] de la dinastía Song, escribió este poema en su honor:

Cabalgó en un dragón hacia el reino de las nubes
y alcanzó con sus manos la gloria de los cielos.
Vestido con ropas de oro de las estrellas
el viento le llevó hasta el trono del Señor de lo Alto.
Limpió la ignorancia y los prejuicios de su tiempo
y su nombre creció por toda la tierra.
Insultó a Buda y ofendió a su Príncipe
y fue desterrado allá lejos del Sur
donde vio la tumba de Shun y lloró a las hijas de Yao.
El dios de las aguas se humillo en su presencia
y el dragón escapó como un manso cordero.
Arriba en el cielo no había música
y entonces la paz interior lo llamó a su trono.
Ahora, con esta humilde ofrenda,
te saludo con frutas rojas y flores amarillas.
Corta fue su jornada en la tierra
y muy pronta su partida hacia el gran misterio.

 

Véase: Charles Hartman: Han Yü and the T'ang Search for Unity, Princeton, 1986. Junmai Zhang: The development of Neo-Confucian thought, New York, 1957. Qian Zhonglian: Annotated Poems of Han Yü, Beijing, 1957. Stephen Owen: The Poetry of Meng Chiao and Han Yü, Yale, 1975; An Anthology of Chinese Literature, New York, 1996.


LA PRECOZ TEMPORADA VUELA TRAS

los restos de la primavera.
Mi barca, encallada en aguas bajas, descansa.
Al amanecer, oigo el canto de los pájaros.

A través de las nubes que me ciñen
el sol que nace irrumpe sobre mí,
y ofrece cada día una esperanza:
al prisionero que anhela libertad.

Mis lágrimas hace tiempo se secaron,
así peligros recientes me rodeen.
Pero, a qué preocuparme, descansemos:
al cerrar el catafalco no habrá más lances.

LAS ROCAS DE LA MONTAÑA

Una camino fragoso serpentea
por entre las rocas.
Al caer del crepúsculo,
llego al antiguo templo,
donde vuelan los murciélagos.
Me siento en las escaleras.
Ha cesado la lluvia,
y el aire respira frescura.
Se mecen las hojas de los plátanos.
Lucen radiantes botones las gardenias.
Un monje elogia las pinturas budistas
y aconseja las visite.
Con la luz de unas velas, las examino.
Difusas, apenas se distinguen.
Luego me prepara la cama,
desdoblando una estera.
Me sirve arroz y sopa,
que, siendo magra y frugal,
es abundante y quita el hambre.
Reposo en la noche
y en silencio absoluto:
todos los insectos descansan.
Una luna surge de la sierra,
arrojando sus rayos plateados
sobre la puerta y las ventanas.
Al alba continúo solo
mi camino sin camino.
La senda, cubierta por la bruma,
aparece o se evapora;
unas veces sube, otras desciende.
La montaña, cubierta de flores,
se viste de rojo, matizada
del verde de unas cascadas.
De trecho en trecho se yerguen
robustos los pinos y los robles.
He llegado a un arroyo, lo vadeo
con los pies descalzos
por encima de las piedras.
Cantan las aguas bailarinas.
La brisa me acaricia,
abriéndome la túnica.
¡Qué feliz sería vivir así!
¿Por qué hemos de estar a merced de otros,
como caballos sometidos a bridas?
Quisiera decir a mis amigos:
¡Pasemos aquí la vejez,
sin pensar jamás en regresar!

UN ÁRBOL ESTROPEADO

Ni un retoño ni una hoja del viejo árbol.
El viento ni la helada lo destruirán.
Se podría cruzar el orificio de su vientre,
las hormigas buscan bajo sus desasidas cáscaras.
Su único huésped, un hongo que muere cada mañana.
Los pájaros no lo visitan al atardecer.
Pero su madera aún puede hacer fuego.
No quiere ser todavía el corazón del vacío.

PARA CHANG CHI Y CHOU KUANG

La luz se hace más fina, el paisaje se agota:
De regreso del garbeo, reposo bajo los aleros.
Las nubes son de buen tiempo, como pelusa
y la luna nueva como una hoz afilada.
Un gusto por el campo y los páramos me agita.
El deseo de ser burócrata hoy es repugnancia.
Mientras viva, ¿tomaré de nuevo tu mano
pensando que pronto acabará nuestro tiempo?

CANCIÓN AL VIEJO ESTILO

Me preguntas:
¿Por qué no nos alegramos si ha acabado la guerra?
Dices que olvidemos las preocupaciones,
que la vida merece ser vivida.

Entonces te respondo:
—Si puedes escapar a los impuestos de tu distrito,
yo no puedo librarme del servicio militar del mío.
Cuando un distrito está en bancarrota puedes irte a otro.
¿Adónde podré ir yo?

Entonces, si me eliges buenas ropas, comida y bebida
no pensemos en los años que vendrán,
sentémonos y dejemos correr nuestra alegría.

CANCIÓN

No expulséis a las moscas de la mañana,
salvad los mosquitos de la tarde.
Si os rodean, fácil es defenderos.
¡Su vida es tan efímera!
Que tengan su parte de existencia;
el viento de la nueva luna
los barrerá sin dejar rastro.

EL VIEJO

El sendero está cubierto por las hojas
que arrancó el viento del Oeste.
Una ventana está cubierta por libros
bajo el sol que se pone.
Soy un viejo y no me gusta escarbar
en los asuntos de los demás.
Hace mucho frío y no salgo de mi casa.

LA ALJOFAINA

Ser viejo es volver a ser niño.
Eché un poco de agua en una aljofaina
y oígo toda la noche el croar de las ranas
como, cuando chico, pescaba en Fangqúo.
Aljofaina de barro, estanque verdadero:
el retoño del loto es una flor completa.
No olvides visitarme una tarde de lluvia:
oirás, sobre las hojas, el caer de las gotas.
O ven una mañana: mirarás en las aguas
peces como burbujas que avanzan en escuadra,
bichos tan diminutos que carecen de nombre.
Un instante aparecen y otro desaparecen.
Un rumor en las sombras, círculo verdinegro,
inventa rocas, yerbas y unas aguas dormidas.
Una noche cualquiera ven a verlas conmigo,
vas a oír a las ranas, vas a oír al silencio.
Toda la paz del cielo cabe en mi aljofaina.
Pero, si lo deseo, promuevo un oleaje.
Cuando la noche crece y se ha ido la luna
¡cuántas estrellas bajan a nadar en sus aguas!


Harold Alvarado Tenorio

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