Ernst meister

Ernst Meister (Hagen, 1911-1979) comenzó a escribir poesía, prosa y teatro a los diecinueve años, justo a la misma edad cuando se inscribió como estudiante de teología en la Universidad de Marburgo en el invierno de 1930, pero tan pronto como pudo cambió a filosofía, literatura e historia del arte, asistiendo a conferencias con Karl Löwith y Hans-Georg Gadamer, dos de los antiguos estudiantes de Martin Heidegger, que ejercieron una enorme influencia en la obra de Meister. Luego comenzaria un trabajo de tesis sobre Nietzsche bajo la dirección de Löwith, proyecto que hubo de abandonar cuando fue empujado al exilio, pero ya había publicado para entonces su primer libro de poemas Ausstellung [Exposición] en 1932.

Adolfo Hitler había llegado a la Cancillería el año anterior  y el panorama literario cambió drásticamente, como para que Meister, que había sido comparado en sus primeros poemas con el abstraccionismo lírico y expresionista de Vasili Vasílievich Kandinski, fuera considerado para la neoclásica corriente estética del Tercer Reichun “artista degenerado”.  Y aun cuando había estado componiendo poemas antes de 1933, abandonó todo intento de publicarlos, renunciación que duró unas dos décadas, si exceptuamos las tres piezas de prosa que publicó en la Frankfurter Zeitung en 1935. Durante la Segunda Guerra Mundial sufrió una serie de enfermedades prolongadas y fue llamado al servicio militar dos veces. Primero fue artillero de ferrocarril en Rügenwalde, donde resultó herido y se le descartó como combatiente, luego fue designado a Stalingrado, pero ni él ni su división alcanzaron a llegar antes de la derrota que le propinó Vasili Chuikov al ejército del eje. Recuperado y de nuevo enfermo, fue enviado a Francia e Italia, donde fue capturado por los americanos como prisionero de guerra. Tras su liberación, regresó a Hagen, ahora en Alemania Occidental, donde, en relativo aislamiento, trabajó en la fábrica de grapas de su padre y continuó escribiendo.

A los ocho años de terminada la Segunda Guerra, Meister publicó su segundo libro de poemas: Unterm Schwarzen Schafspelz [Bajo la piel del cordero negro] (1953), aunque para esas fechas ya había entregado a la imprenta una media docenas de libros, sin que pudiese atraer tantos lectores como lo habían logrado sus contemporáneos Karl Krolow o Günter Eich. Siguió siendo un extraño a su tiempo y nunca hizo parte del Gruppe 47, un colectivo de más de doscientos escritores que marcaron el rumbo de la literatura alemana de posguerra. Ni recibió atención durante las revueltas estudiantiles de finales de los sesentas, porque consideraron sus versos apolíticos y nihilistas. El reconocimiento, que llegó, fue tardío. Murió dos días después que le confirieran el Premio Georg Büchner, como correspondía a un poeta preocupado por los asuntos de la muerte, uno de sus temas favoritos, que celebraban la vida, precisamente, porque desaparecería definitivamente. Meister raramente se interesó por hechos reales, históricos, sino por explorar mundos y espacios abstractos, metafísicos, relativos a la eternidad, con una consciencia que resulta aterradora y que diríamos ahora existencialista. En Im Zeitspalt [1976] (En el descanso del tiempo) entiende la muerte y la nada de la existencia como el deterioro de la mente y el cuerpo a medida que nos acercamos al final. Sus textos son breves y de rara sintaxis, comparados por la crítica como deudores de la obra del rumano Paul Celan.

Meister recibió, a pesar de no gozar de prestigio popular, galardones como el Premio Annette von Droste-Hulshoff [1957], el Gran Premio de Arte de Renania del Norte-Westfalia [1963], el Premio Petrarca [1976] y el Rainer Maria Rilke en 1978.

 

 Melancolía
 
 Y es un adiós cada palabra
 dicha en la puerta de la casa del muerto,
 dentro de una cabeza de huesos que canta,
 dentro de los dedos de hueso que crujen
 la vieja canción.
 
 Pálida es la parte interior
 de la cáscara roja de la manzana,
 más pálido está el niño en el escalón de piedra,
 cuando la tarde viene y él tiembla,
 no sabe adónde fue la madre,
 que lloró y dice sin cesar
 que su sangre se derrama,
 que ella se va derramando...
 se sigue derramando... se sigue
 
 ¿Seres, dónde estáis,
 para que detengáis las palabras y a nosotros?
 ¿Ángeles? —Los ángeles yacen en los ataúdes,
 cubiertos con el polvo de los suspiros.
 
 Están en la otra sala de la casa,
 dentro de una santa con una cabeza de hueso,
 dentro tocan los dedos de huesos la vieja canción,
 pálida es la parte interior de la cáscara de la manzana...
 
 [J.L.R.P.]
 
 
 Digo llegada
 
 Sí, la luz
 vertical
 sobre el abismo.
 
 ¿Quién juega
 su sabiduría,
 quién sabe
 la plenitud de su locura?
 
 Yo digo
 llegada,
 aquí en el techo
 verdadero de la luz.
 
 [J.L.R.P.]
 
 
 Cinco poemas
 
 I
 Un barco recluido.
 En la frustración del sueño del cuerpo.
 Las velas no cesan de ser blancas.
 ¿Serán también siervos,
 grises alumnos de la necesidad,
 los guardianes?
 
 II
 Tiempo lento,
 lentitud del tiempo,
 palabra lentitud,
 lentamente digo
 un verbo, voz de tiempo,
 te lo digo
 para que confíes:
 hay que morir dentro,
 luna y sol, la brasa
 que arrebata las casas,
 las campanas también
 hasta que reverberan.
 Un año no es la dicha,
 ni aliados los muertos.
 Véngame por eso
 de tu parte la noticia
 de algún modo: cómo,
 qué ocurrirá después,
 y después de después,
 por último.
 
 III
 ¿Por qué ha de costar trabajo
 llegar de la nada a la nada,
 en vez de que un ligerísimo aleteo,
 con la osadía del aire
 interrumpible, me aposente
 en tu mano que escribe?
 
 IV
 Ni carne, ni verbo,
 incorporado escarnio
 pueritemporal,
 cuerpos, pronto
 olvidados de sí mismo
 en el hedor del nicho,
 mientras que el éter
 reina sin avidez.
 Dios, ese Dios:
 la palabra más
 hueca que se borra
 con todos sus poderes
 totalmente.
 
 V
 El oráculo todo lo traspasa, el fin
 es el reflejo del principio.
 Como si un espejo tuviese
 dos caras y por ambas viese.
 En la intersección
 de los instantes se evidencia
 el enigma.
 
 (F. B.)