HORACIO

Carpe diem

No indagues, Leuconoe, no es lícito saberlo,
qué plazo a ti y a mí nos habrán dado los dioses,
ni consultes los números de Babilonia.
¡Cuánto mejor es aceptar cualquier cosa que suceda!
Sean muchos los inviernos que Júpiter te ha concedido,
sea éste el último, que al mar Tirreno debilita ahora
en los peligrosos escollos, sé sabia, filtra el vino
y no tengas esperanza larga en el breve espacio
de la vida. Mientras hablamos, habrá huido envidioso
el tiempo: goza este día, nada fiable es el mañana.
 

¿Por qué me quitas la vida con tus quejas?…

¿Por qué me quitas la vida con tus quejas?
Ni a los dioses es grato, ni a mí,
que mueras antes, Mecenas, tú,
pilar mío, toda mi gloria.
¡Ah! Si una fuerza prematura
te arrebatase a ti, la mitad de mi alma,
¿a qué esperaría yo, la otra,
no tan querida e incompleta superviviente?
Ese día traería la ruina a ambos.
Pero no será vano mi juramento:
iremos, iremos, dondequiera que vayas,
compañeros dispuestos a hacer juntos
la última jornada.
Ni el aliento de la ígnea Quimera,
ni, si resucitare, el centímano Gias,
me arrancaría nunca de ti:
así lo acordaron
Justicia poderosa y las Parcas.
Nacido bajo Libra
o bajo el formidable Escorpión,
el más violento signo en la hora natal,
o bajo Capricornio, tirano
de la onda Hespérica,
tus astros y los míos se corresponden
de manera increíble.
A ti la luminosa tutela de Júpiter
te libró del impío Saturno
y retardó las alas del Destino veloz
cuando el pueblo, reunido,
tres veces te aplaudió con alegría;
y a mí un tronco me hubiera
aplastado el cerebro, si Fauno,
custodio de los hombres de Mercurio
no hubiese aligerado con su diestra el golpe.
Acuérdate de ofrecerle víctimas
y del templo que prometiste;
yo inmolaré en su honor una humilde cordera.
 

Odio al vulgo profano y lo rechazo…

Odio al vulgo profano y lo rechazo.
Tened las lenguas: sacerdote de las Musas,
voy a cantar versos jamás oídos antes
a los niños y a las doncellas.
A sus propios rebaños rigen
temibles reyes, y a ellos los gobierna
Júpiter, famoso por su triunfo Giganteo,
el que lo mueve todo con su ceño.
Sucede que un hombre alinea en los surcos
mayor número de árboles que otro hombre;
éste, de más noble linaje, baja
al Campo a competir; aquél,
mejor por sus costumbres y su fama
rivaliza con él; otro tiene mayor
cantidad de clientes.
Con justa ley, Necesidad
sortea a los notables y a los ínfimos:
una amplia urna mueve todo nombre.
Aquel sobre cuya impía cabeza
pende desnuda espada
no encuentra dulce el sabor de los festines Sículos
ni el canto de las aves y de la cítara
le devuelven el sueño. Ese sueño
apacible que, en cambio, no desdeña
la casa humilde del campesino,
ni la umbrosa ribera,
ni Tempe, el valle oreado por los Céfiros.
Al que desea sólo lo suficiente
no lo seduce el mar tumultuoso,
ni el ímpetu cruel de Arturo al ponerse,
ni el nacimiento de las Cabrillas,
las viñas azotadas por el granizo
o una finca mendaz, ya culpen sus plantíos
a las aguas, a las estrellas
que abrasan los campos
o a los inclementes inviernos.
Sienten los peces reducido el mar
por las moles lanzadas a sus aguas,
pues allí van a parar las piedras
que sin cesar arrojan el empresario con sus obreros
y el señor harto ya de tierra.
Mas Temor y Amenazas
suben adonde está el señor,
y la negra Inquietud no se separa
de su trirreme guarnecida de bronce
y cabalga tras él, jinete.
Y, si ni el mármol Frigio,
ni el uso de la púrpura más brillante que un astro,
ni la viña Falerna,
ni el costo Aquemenio
alivian el dolor del que sufre,
¿por qué voy a construir un atrio grandioso
con puertas envidiables, según el nuevo estilo?
¿Por qué voy a cambiar
mi valle de Sabina
por riquezas tan pesarosas?