lola tórtola
Ídolo adolescente
Lo heredamos todo destruido.
Ya de sus templos y de sus colinas
los dioses han sido expulsados,
ya los símbolos ya los altares
ya los bustos han rodado.
Ya no hay moral ni fe
ni figuras verdaderas,
no hay en el mundo
una medida talla de barro
estatua de piedra, no hay luz
que rija el canon de nuestra belleza.
Nos lo dieron todo descubierto.
No hay en toda la ciudad
un solo lugar para la épica,
ni misterios ante los que
doblarse caídos de rodillas sobre el
vítreo suelo de las discotecas.
Voy a encargar un dios nuevo,
lo haré a nuestra imagen y semejanza:
pasará su bello cuerpo las noches en vela
y no sabrá nada.
Un caminar entre piedras
capiteles derruidos,
un caminar por pasillos
que no llevan a ningún
Andamos en busca de algo
−lo que sea, cualquier cosa−
que erigir sobre los restos
Pulpito
Nómbrame, nómbrame siempre.
Si tu voz no viene a mis oídos
y no me da forma tu lengua,
no existo,
no existo si no me nombras.
Así que nómbrame siempre:
desde la sombra de la última habitación
me llamas, yo despierto,
voz que moja los pasillos
como una música antigua,
tú me llamas y de entre el sueño
yo resucito.
Del paladar a la punta de los dientes,
predícame en tu templo
y nómbrame siempre.
Porque si tú, mi profeta, no me amas,
si se rompe tu fe
y se quiebran las alianzas,
sí olvidas mi nombre quién,
entonces, más allá
del púlpito en que hablas
se va a acordar de mí.
No puede haber divinidad sin fieles,
seré dios destruido.
Si tú no me nombras, yo no existo.
Ítaca en llamas
Recuerdas
Cuando estuvimos en Corfú
Qué azul del cielo y del agua, dios
Dioses que parecía se paseaban por el paisaje
Y ese atardecer tú y yo en la arena de alguna
playa mirando a occidente
Reflejos de oro y agua,
rocas de azufre el Ática
cerveza clara
Recuerdas
Cariño
Nunca he estado en Corfú.
Buscamos mapas entre las sábanas,
pliegues de papel o lino,
manchas en carta geográfica.
Todas las Ítacas están en llamas,
viajar es otro vacío más
y ya no nos queda nada
de lo que huir.
La hora de Violeta
throbbing between two lives
T.S. ELIOT
Habita la sala de estudio
una sociedad de solitarios.
Desde los ventanales, y por esta luz,
las montañas se han vuelto
azulinas en la distancia
y el sol agonizante las desgarra
en sombras sobre la ciudad.
Es la hora de violeta,
y en el recoger de hojas
cada uno se acuerda de
los pulsos íntimos que
tuvo su sangre.
Ciertos sueños
aparcados por la razón
de los días laborables,
como cipreses,
hunden sus raíces en la mente.
En esta ampliación de la tarde en que la luz
sonda salas a cada suspiro más amplias,
somos cuerpos sin memoria
en el oficio de memorizar.
No será
A partir de ahora ya no.
No nos coronará de alto sol el día,
ni serán caballo nuestras Ibizas.
Es una mañana cualquiera de abril,
a lo largo de la calle desfilan coches
y repartidores en bicicleta, sobre el
asfalto homicida del medio día,
sudor de primavera.
Y, sin embargo,
tiene aún hoy el mundo
su eterna manía de ser bello.
Epitafio
Vine a Roma a escribir mi nombre en agua,
a disolver veinte años de existencia vaga
en este remanso cenagoso del tiempo.
No en muros ni sillares,
no a las letras como heridas en el mármol
–no al mármol–,
escribir mi nombre en el Tíber,
escribirlo en los charcos del metro en el goteo
de los refrigeradores,
escribir mi nombre tu nombre el nombre
de todo cuanto fuimos
y de lo que quisimos haber sido.
Ciudad edad para las cosas volátiles.
Fui a Roma en un tren de las afueras
a huir de los circuitos viciados
en los suburbios del tiempo,
de todo cuanto es blanco y recto.
Y allí, el mundo entero en sus ruinas
era nuevo
porque tú también lo eras.
Dolores Tórtola Hernández (1997) es médico de la Universidad de Murcia, La Sapiencia de Roma y la Comenius de Bratislava. Obtuvo un accésit del Premio Adonáis y recientemente el Nacional de Poesía Joven Miguel Hernández.