mosab abu toha
Dejando atrás la niñez
		
		Al salir dejé la niñez en el cajón
		y sobre la mesa de la cocina
		puse el caballito de juguete
		en su bolsa de plástico.
		Me fui sin mirar el reloj.
		Olvido si era mediodía o por la tarde.
		
		Nuestro caballo pasó la noche solo,
		sin agua ni cereales para la cena.
		Pensaría que fuimos a cocinar un plato
		para invitados tardíos o a hacer un pastel
		para el décimo cumpleaños de mi hermana.
		
		Por nuestra calle infinita caminamos juntos.
		Cantamos una canción de cumpleaños.
		Los bombarderos retumbaron en los cielos.
		
		Nuestros padres cansados nos seguían,
		mi papá apretándose al pecho
		las llaves de la casa y del establo.
		Llegamos a una estación de rescate.
		La crónica del bombardeo rugía en la radio.
		Odié la muerte, pero también odié la vida
		al tener que marchar hacia nuestro largo morir
		recitando una oda interminable.
 
La pared y el reloj
		
		Ese reloj siempre está en la pared.
		Cada vez que entro a mi habitación, siento
		curiosidad, quiero bajarlo, ver
		qué guarda detrás de su cara.
		Quiero ver cómo le pasan los años.
		Mi padre lo trajo cuando yo era niño.
		Quiero contar su dentadura
		para saber qué edad tiene.
		
		Pero el reloj no envejece.
		Los números nunca cambian.
		El único que cambia soy yo.
		
		Y luego está la mecedora,
		y estoy sentado allí, solo
		en la habitación, meciéndome,
		sin hacer nada empero
		imaginando la pared gritando al reloj:
		«¡Basta ya del tictac! ¡Me duelen los oídos!».
		
		Miro las grietas de la pintura en el muro.
		Son más que el sonido del reloj.
		Los huecos de las balas me miran
		cuando entro en la habitación.
		
                (El reloj no cayó herido en aquel ataque).
		
		Me apresuro a sacarle las baterías.
		Le susurro:
		Te llevaré al médico,
		aunque no eres el único que está enfermo.
		
		La pintura no se descascará más.
		
		Llevo el reloj al relojero;
		le pido que lo enmudezca.
		Le quita las cuerdas vocales,
		lo enmienda hasta cerrarle la boca.
		No vi los dientes,
		ni pregunté al médico.
		
		En casa, le vuelvo a poner las baterías.
		El reloj funciona en silencio.
		Se suma a la quietud de la alcoba.
		
		Me siento en el sillón, leo algunos poemas en voz alta
		para tirar de los hilos de silencio que cuelgan
		del techo.
		
		La brisa del frío nocturno entra por los huecos de la pared.
		Rompo unas páginas que acabo de leer
		metiéndolas en ventanas sin cerrar, deformes y pequeñas.
		
		El próximo día llego dos horas tarde al trabajo.
		El reloj quedó mal ajustado después del “tratamiento”.
		Estoy seguro de que me habría advertido
		si fuera capaz de hablar.
		
		Se cae el número 4 de la cara del reloj
		cuando intento ajustar la hora.
		
                  Como si se le hubiera caído un diente delantero.
		
		A los cuatro días,
		mi hermano Hudayfah
		fallece.
		
		Nosotros y ellos
		
		Quiero construir mi casa en un columpio.
		No quiero caminar por esta tierra.
		Les hablo sobre el bombardeo de las casas
		de cuerpos despedazados en trozos diminutos,
		de un cielo estridente y un suelo sísmico.
		
		Y ellos,
		ellos me hablan de su afán por las florecitas
		que no han regado durante horas,
		por un canario afligido en la jaula,
		por el programa televisivo que no verán esta noche.
		
		Les molestan los oídos al oír las sirenas;
		a nosotros nos ensordecen las explosiones.
		
		Sus músculos se tensan de miedo camino al albergue;
		a los nuestros los perfora la metralla al rojo vivo.
		
    [Joselyn Michelle Almeida]
		
		Bajo los escombros
		
		Durmió en su cama
		y nunca volvió a despertar.
		Su cama es su tumba,
		bajo el techo de su habitación,
		un cenotafio.
		Sin nombre, sin año de nacimiento,
		ni de muerte, ni epitafio.
		Sólo sangre 
		y un marco en ruinas
		junto a ella.
		*
		Dejo la puerta abierta, 
		para que las palabras 
		de mis libros, los títulos, 
		y los nombres de autores y editores,
		puedan huir cuando oigan las bombas.
		*
		Una vez me quedé sin hogar, pero
		los escombros de mi ciudad
		cubrían las calles.
		*
		En el campo de Jabalia, una madre recoge la carne de su hija
		de su hija en una hucha,
		con la esperanza de comprarle una parcela
		en un río en una tierra lejana.
		No pudieron encontrar una camilla
		para llevar su cuerpo. Te pusieron
		en una puerta de madera que encontraron
		bajo los escombros:
		*
		Tus vecinos: un muro móvil.
		Un grupo de mudos
		hablaban por señas.
		Cuando cayó una bomba,
		se callaron.
		*
		Las cicatrices en los rostros de nuestros hijos
		te buscarán.
		Las piernas amputadas de nuestros hijos
		correrán tras de ti.
		Anoche volvió a llover.
		La nueva planta buscó
		un paraguas en el garaje.
		El bombardeo se hizo intenso
		y nuestra casa buscó
		un refugio en el barrio.
		*
		Salió de casa para comprar pan para sus hijos.
		La noticia de su muerte llegó a casa,
		pero no el pan.
		No hay pan.
		
		La muerte se sienta a comer lo que queda de los niños.
		No hay necesidad de mesa, no hay necesidad de pan.
		*
		¿Dónde debe ir la gente? ¿Deberían
		construir una gran escalera y subir?
		*
		Un padre se despierta por la noche, ve
		los colores aleatorios en las paredes
		dibujados por su hija de cuatro años.
		Pero el cielo ha sido bloqueado por los drones
		y los F-16 y el humo de la muerte.
		*
		Los colores tienen un metro y medio de altura.
		El año que viene serían cinco.
		Pero el pintor ha muerto
		en un ataque aéreo.
		Mi hijo me pregunta si,
		cuando volvamos a Gaza,
		podría comprarle un cachorro.
		Le digo: «Te lo prometo, si encontramos alguno».
		Ya no hay colores.
		No hay muros.
		*
		Le pregunto a mi hijo si quiere ser
		piloto cuando crezca.
		Dice que no querrá
		lanzar bombas sobre personas y casas.
		Cambié el orden de mis libros en las estanterías.
		Dos días después, estalló la guerra.
		¡Cuidado con cambiar el orden de tus libros!
		*
		¿En qué estás pensando?
		¿Qué piensas?
		¿Qué tú?
		¿En ti?
		¿Sigues siendo tú?
		Cuando morimos, nuestras almas dejan nuestros cuerpos,
		se llevan con ellas todo lo que amaban
		en nuestras habitaciones: los frascos de perfume,
		el maquillaje, los collares y los bolígrafos.
		En Gaza, nuestros cuerpos y habitaciones quedan aplastados.
		No queda nada para el alma.
		Incluso nuestras almas,
		quedan atrapadas bajo los escombros durante semanas.
		¿Estás ahí?
		
      [Harold Alvarado Tenorio]
		
		
		Mosab Abu Toha (Al-Shati,1993) académico y editor palestino. Se 
		licenció en filología inglesa por la Universidad Islámica de Gaza en 
		2014, y en 2017 fundó la Biblioteca Edward Said, en Beit Lahia, 
		bombardeada y completamente destruida por las fuerzas israelíes durante 
		el holocausto de este año. En 2023, obtuvo un Máster en Bellas Artes en 
		poesía por la Universidad de Siracusa en Estados Unidos. En el curso 
		2019-2020 trabajó como profesor visitante en la Universidad de Harvard, 
		y es columnista en The Nation, The New York Times y The New Yorker. En 
		2022 publicó su primer libro de poesía, Things You May Find Hidden in My 
		Ear, que ganó el Palestine Book Award y el American Book Award. Este año 
		ganó el Overseas Press Club Award por sus artículos en The New Yorker, 
		donde narra la vida diaria en la Franja de Gaza tras la invasión israelí 
		de finales de 2023. Versión directa del inglés, lengua en la que también 
		escribe Toha, de Harold Alvarado Tenorio.
