simon armitage
Indagación sobre la naturaleza
Y causas de la riqueza de las naciones
Compilar una antología de poesía sobre perros
e instrumentos musicales
es como nadar en un mar de ladrillos.
Hasta hoy, solo tengo
“De la muerte del perro del señor McMartes,
asesinado por un piano que cayó”,
elección obvia. Es cierto,
un arpa eólica susurra seductora
en el fondo de un soneto anónimo,
“El sabueso del cazador,”
pero más allá de eso —silencio.
Yo debería aguantarme este trabajo horrible
para realizar mi propia escritura,
donde sin duda reside mi contento.
Pero Adam Smith mira engreído
desde el reverso de un billete de veinte libras,
y cuando el gerente del banco ríe,
pequeñas partículas de saliva chorrean
como una lluvia de meteoros
a través del infinito espacio oscuro
entre su mundo y el mío.
[Harold Alvarado Tenorio]
Antes de que te echen
Antes de que te echen
pon a los perros en la lista
de las cosas difíciles de perder.
Piensa en aquellos arrojados
a los páramos de North York
o a las colinas de Sussex,
como si fueran bolsas de basura
desde coches de alquiler
y que han seguido con su olfato
a través de los pueblos y los mercados
y como balones saltan en los brazos
de sus malditos amos al dar con ellos.
Me contaron la historia de un perro
que braceó desde la Isla de Man
hasta las costas inglesas,
y la de otro, que, perdido,
cargó con huevos y tocino y un periódico
durante cientos de leguas
hasta llegar a su pueblo
después de dos años sin el tocino,
con los huevos intactos
y el periódico tan seco
como un trozo de leña.
Un perro puede vagar por el mundo
metiendo su cabeza en brazos de su dueño,
o con su pata herida recorrer hasta la última milla
y llegar a su puerta para lamer en ella, incluso,
para morir en su hogar, un perro puede caminar
hasta quedarse sin patas.
Puedes quitarle su collar y su chapa
pero el perro tiene su piel y color propios.
El perro que pierdes es un perro para siempre.
Ningún perro aúlla como ese que echaste en la noche.
Trata de mirar ese perro a sus ojos.
[Harold Alvarado Tenorio]
El grito
Salimos
al patio de la escuela juntos, yo y el niño
cuyo nombre y cara
no recuerdo. Estábamos probando el alcance
de la voz humana:
él tenía que gritar con todo su ser,
yo tenía que alzar el brazo
desde el otro lado de la línea divisoria para indicar
que el sonido había llegado.
Él llamó desde el parque — yo alcé el brazo.
Fuera del límite,
él gritó desde el borde del camino,
desde el pie de la colina,
desde más allá del mirador de la granja de Fretwell —
yo alzaba el brazo.
Él salió del pueblo, se fue a cumplir veinte años muerto
por un disparo que le perforó
el paladar, al oeste de Australia.
Niño del nombre y la cara que no recuerdo,
ya puedes dejar de gritar, aún te escucho.
[Alejandro Bajarlia]
Me molesta mucho
Me
molesta mucho pensar
en las cosas malas que he hecho en mi vida.
Sobre todo aquella vez en el laboratorio de química
cuando tomé unas tijeras por las cuchillas
y puse los anillos
en la llama violácea del quemador Bunsen;
luego dije tu nombre y te las pasé.
Oh, el incomparable hedor de la piel herrada
cuando metiste el pulgar y el dedo medio
y no te pudiste sacudir los ardientes anillos. Marcada,
dijo el médico, para la eternidad.
Por favor, no me creas si digo
que, a mis trece años, era la torpe manera
de pedirte que te casaras conmigo.
[Alejandro Bajarlia]
Mi truco de fiesta
Lo enciendo, y desde el momento en que el
cerillo
hace aparecer la luz, hasta que el fulgor se mueve
más allá de sus posibilidades y muere, yo cuento la historia
de mi vida…
fechas y lugares, los ardores que experimenté,
un elenco de nombres y rostros, aquellos
que me amaron o casi me amaron,
los cambios que hice, las lecciones que aprendí…
y de algún modo aún me da tiempo de callar y sonrojarme
antes de que la llama muerda y me queme.
Pero una advertencia para cualquiera que conserve
un poco de tristeza, cualquier solitario:
no intenten esto en casa; es peligroso,
una locura.
[Alejandro Bajarlia]
¡Zoom!
Empieza como una casa, con terraza adosada
en este caso,
pero no será todo. Pronto es
una avenida
que se curva con arrogancia frente al Instituto de Mecánica,
sin siquiera mirar
dobla a la izquierda en la calle principal
y de repente es
un pueblo con cuatro grandes bancos de compensación,
un periódico
y un equipo de fútbol que lucha por el ascenso.
Continúa, ajena a las Leyes de Planificación,
a las zonas verdes
y antes de que lo notemos se sale de control:
ciudad, nación,
hemisferio, universo, se expande en todas direcciones,
hasta que de súbito,
por compasión, el ojo de un hoyo negro
lo aparta
y lo dispara a la galaxia vecina, tornándose
más pequeño y más liso
que una bola de billar, pero más pesado que Saturno.
La gente me detiene en la calle, me importuna
en la fila de la caja
y pregunta “¿Qué es eso, esa cosa tan pequeña
y tan lisa
pero de masa más densa que el planeta con anillos?”.
Son sólo palabras,
les aseguro. Pero ellos no lo creen.
[Alejandro Bajarlia]
Camera Obscura
Sentado a los ocho años en el parque
Bramhall,
con los zapatos rayados por patear una piedra,
muy pequeño para tener una llave, pero bastante grande
para caminar una escasa milla al regresar de la escuela.
Has espiado a tu madre en el pueblo mientras
ella cruza la calle con el bolso en su puño.
En la otra mano, la bolsa de compras que guarda
cuatro feas papas cubiertas de lodo,
chícharos hervidos, trozos de carne o una cola de pescado
en papel vegetal, con la suma del precio escrito
a lápiz en columnas de chelines y centavos.
¿Tiene calor con ese abrigo de invierno?
En la calle Old Mount, entre más se acerca
más pequeña se ve, hasta que la alcanzas
para llevarla a casa en la palma de tu mano
o en la punta de tu dedo, y ella no existe.
[Alejandro Bajarlia]
Simon Armitage (1963), catedrático de poesía en la Universidad de Sheffield, es Comendador y Millenium Poet del Reino Unido. Sus Dead Sea Poems han recibido números premios, entre ellos el Manchester y el T.S. Eliot.